Jun 022017
 

José Sendín Blázquez. Provisional. Montehermoso y Garganta la Olla

La supervivencia de personas, lugares, tipos y efectos celtas en el norte de
Extremadura es un hecho aceptado sin discusión.

Cuando los romanos colonizaron nuestra región, trazaron las vías de la
Plata y de la Dalmacia como arterias de comunicación alrededor de las
cuales funcionaron los asientos de los vencedores. Los pueblos hispanos,
con numerosa asentada y tradición en esos lugares, fracasados los envites
de los lusitanos y vettones, tuvieron que replegarse hacia aquellas tierras
que despreciaron los colonos de Roma.

En las tierras, por ejemplo, de Tormantos y en los barbechos situados a la
derecha del Alagón se situaron los pacíficos residuos de unos hombres a
quienes se les tolera sus costumbres y creencias.

No resulta raro encontrar en Piornal selectos tipos pelirrojos, que nos re-
cuerdan las mejores simientes prerromanas.

El doctor Sayans en Serradilla estudió un interesante «tesorillo» de ascen-
dencia celta.

En los pueblos cercanos a las serranías del Calvítero hemos encontrado
estelas y figuras de dioses autóctonos.

Desde las riveras del Alagón hasta las últimas montañas de Las Hurdes se
conservan grupos casi intactos de gentes a quienes Roma apenas si les mo-
lesta dada la pobreza de sus tierras y productos. Contraste flagrante frente
al templo de Fuentidueñas, la torre de Ambroz, los baños de Montemayor,
los fuertes amurallados de Coria o el sabaritismo de la placentera Cáparra.

El tiempo se ha encargado de olvidar o destruir muchas de estas cosas.
Quedan, con todo, unos pocos recuerdos de aquellos pueblos que llenan
de peculiar orgullo a sus descendientes.

Vamos a ocupamos de algunas reminiscencias que sobrevienen ante la
admiración de todos pero que no siempre hemos sido capaces de admirar
en su total profundidad porque nos parecen, aunque bellas, cosas demasia-
do pequeñas. Nos estamos refiriendo a las típicas gorras o sombreros que
se fabrican, aún artesanalmente, en Montehermoso. En nuestros estudio
además nos tenemos que referir a las concomitancias que guardan con
otros sobre todo en Garganta la Olla. Den entrad pensamos en la antigüe-
dad y en otros pueblos también se utilizó este atuendo mas o menos misti-
ficado, adorno común de una región. Así en las cercanías de Barco de
Ávila, se utiliza un tipo de sombrero relacionado con los de Extremadura.
Pensamos además en algunos otros lugares (Malpartida de Plasencia, El
Torno, Serradilla … ) donde las gorras pajizas entre otros debieron llevar
soles o estrellas hoy desaparecidos por una razón muy sencilla, porque
han perdido sus características de adornos festivos.

Los dos ejemplares que vamos a estudiar principalmente, se complemen-
tan íntimamente. Ambos se orientan hacia nuestra dependencia ancestral
relacionándose directamente con los ritos y creencias de la fecundidad y la
procreación: la supervivencia de la etnia.

El de Montehermoso se nos presenta hoy con mayor profusión de adornos
(algunos quizás añadidos), convertido desde luego en un producto de ven-
ta artesanal corriente.

El de Garganta sigue reducido al enclave típico de su lugar de nacimiento
como un recuerdo más mítico y misterioso, al mismo tiempo que menos
conocido y celebrado y en consecuencia mucho más virginal.

La gorra de Garganta la Olla se utilizó principalmente para el baile. Baile
que se presentaba en una doble vertiente religiosa y profana. Ambas referi-
das al mismo hecho intencional.

En este sombrero destaca un racimo de flores y un espejito redondo monta-
do sobre piel de conejo. Se trataba del colofón a unos trajes blancos y
rojos, llenos de encajes, puntillas, cintas de colores y pañuelos de seda. En
los momentos del baile religioso acompañaba el famoso ramo, estereotipo
para sacralizar la naturaleza dentro de los lugares sagrados. Se actuaba, al
igual que hoy, en las fiestas de la Visitación. María con el hijo engendrado
milagrosamente en sus entrañas marcha a llevar un mensaje de vida a su
prima Isabel, que se encuentra en sus mismas circunstancias grávidas.

Las danzas que se bailan, y a las que ya alude Cervantes en su novela la
Gitanilla, son danzas de fertilidad. Los mismos nombres de las bailarinas
nos lo indican pues reciben ordenadamente el nombre de madres, trasma-
dres, poses y rabiconas. Gradación interesante de interese procreativos. A

todas las dirige un guiador que aquí recibe el nombre de padre, director o
maestro. El se encarga de presentar orgullosamente dentro de los ritmos del
baile o del ofertorio a cada una de las danzarinas, para que el público, los
antiguos pastores bajados de la montaña, se fijen en sus damas selecciona-
das para madres. Selección que no significaría entrega, pues cuando la
moza regrese a su casa no podrá ir sola sino acompañada velando la intan-
gibilidad de la doncella hasta que llegue el momento pactado por la cos-
tumbre y la religión para luego convertirse en esposas y madres. Se
realizará sobre tálamos nupciales festoneados con puntillas inmaculadas
donde se gravan los mismos símbolos.

Aparece así un entramado andamiaje de creencias míticas muy propias de
los pueblos hispanos: mujer-animal- árbol-vida, girando en torno a miste-
riosos símbolos. Incrustados en la cara anterior del casquete vertical, sim-
bolizan la luz, la vida, la fecundidad, protegidos por el dios que los celtas
grabaron en todas sus estelas, adornos y vestidos.

No debe resultar extraño que en este tipo de danza fértil donde las tres
formas de vida: animal (piel de conejo), vegetal (flores), humana
(danzarinas) intimadas se elevan hacia lo alto, pidan con candorosos rit-
mos de baile la fertilidad para la supervivencia del ancestro, primero a los
dioses tribales y luego, ya cristianizados, en el proyecto religioso que in-
ventó la Iglesia para encauzar las apetencias del paganismo. Para esto últi-
mo nada mejor que Santa Isabel o La Visitación en Garganta la Olla y
Santa Ana en el Madrid cervantino.

La simbología de la luz solar con estas mismas intenciones de fertilidad, las
encontramos perfectamente estructuradas en la gorra de Montehermoso.

Ahora nos hallamos frente a una prenda ampliamente evolucionada y
puesta en manos de unas mujeres que quizás la dedicación al marido, me-
nos serrano y más labriego, al menos en ciertas épocas, podía contar con
más tiempo y competencia selectiva.

En Garganta los hechos se abreviaban porque la mujer casada tenía que
acompañar al marido para en su choza serrana completar los trabajos deri-
vados de su pastoreo: fabricar quesos, tortas, cuajadas, mantecas y
requesones.

Aquí en Montehermoso las circunstancias se presentan muy distintas. Las
hembras normalmente conocidas, debían atraer más llamativamente con
sus reclamos. Mostrar con claridad sus facultades femeninas, ensalzar sus
atractivos, sin llegar a seducir con engaño las apetencias de sus admirado-
res. Los bailes de exhibición se celebraban cada quince días y el domingo
sin baile se le conocía como irrelevantes.

Por eso aumentan los adornos y colores que engalanan a los jóvenes, con
relevancia especial para significativo sombrero. Algunos hasta quieren que
también el espejo tenga relación con los momentos fundamentales de la
situación genética de la mujer: viuda, casada, soltera.

Nos parece que tanto no resulta necesario. De alguna manera indicativo sí
pero no absolutamente obligatorio. O lo que es lo mismo: se trata de una
costumbre añadida y posterior. Lo contrario sería como si la mujer lacera-
da por el dolor o por los años se la quitara oficialmente el amparo de los
dioses o el aprecio de los humanos. El sol en sus comienzos fue un signo
deifico. El espejo reemplazándolo sin perder su significado substitutivo
tiene un sentido utilitario. Su uso dependía en parte de la psicología de la
persona y de la fuerza poderosa del ambiente.

El sombrero de Montehermoso es original y único. Visto de perfil nos re-
cuerda la silueta de un ave, digamos de un cisne, intentando descansar tras
descender de la altura. Por delante es un casquete, en cuyo centro se en-
cuentra el disco solar simbolizado por una estrella o un espejo que se
asienta sobre las alas laterales y la visera, adornado de todo tipo de flecos
y colorines como el pecho mítico de los pájaros multicolores cuando se
engalanan para emparejarse allá por la primavera.

Los laterales del sombrero cubren el lóbulo superior de la oreja dejando al
descubierto la parte inferior de donde colgarán los pendientes de formas
diversas una de ellas, la solar. La parte delantera se va alzando parcial-
mente para dejar al descubierto todos los elementos esenciales de la bel-
dad femenina, cuyo centro necesariamente han de ser los ojos, espejo del
alma humana. Del cuello colgará collares y abalorios de riquísima orfebre-
ría y trabajo, destacando la llamada cruz de lazos o pingayo y el galápago
engarzados en estrellas y bolas enterizas y caladas o simplemente garganti-
llas colgadas de una cinta.

La gorra por detrás se eleva en forma de U invertida para que los dos alo-
nes custodien al mono, más o menos alto pero sustancial en la mujer celta
y que ataba con una cinta llamada «tranzaera». Se cubría con pañuelos de
colores muy diversos, siempre vivos y llamativos.

Toda la gorra se salpica con adornos de estrellas, corazones, hojas, círcu-
los, c1aveleras, espigas, harmientos, asas … alusiones al mismo carácter
simbólico. Quizás el tiempo y la prisa han introducido algunos carentes de
simbolismo y que debían eliminarse en pro de su pureza original.

La profunda verdad de estos aparentes detalles intranscendentes nos la ex-
pone magistralmente Doña Ángeles González Mena en su catálogo – estu-
dio de la colección Pérez – Enciso.

La clavelera se forma con un ramo naturalista por lo general simétrico, de
hojas redondeadas hechas con franelilla de colores. Las semillas se sustitu-
yen por botones. El ramo dispuesto sobre tejido surge de un corazón y va
cercado por una labor denominada «asas».

Corazones floridos se ven también en las camisas del hombre de Monte-
hermoso. Esta conjunción de corazones y de flores tal vez no sea una sim-
ple suma, posiblemente tenga un significado más hondo, como el
nacimiento de los hijos surgidos del amor, o el corazón el corazón enamo-
rado lleno de vida y primavera o las flores silvestres que el novio cogía en
el campo para su amada.

El corazón aparece también justo a la espiga, recortada en tela y se bordea
por labor de cordoncillo de paja, formando asas en su interior se distribu-
yen botones blancos de nácar. A uno y otro lado se disponen espigas re-
cortadas en tela, con esquema simétrico y geometrizado. Determinadas
canciones han relacionado siempre el amor con el buen trigo y, probable-
mente, su simbolismo se fundamente en el hecho de que el trigo bien ma-
cerado da buena harina y buen pan. Así el amor bien sacrificado dará
buenos frutos.

La estrella se dispone en la zona alta del casquete, con ocho elementos, en
la forma de punta de flecha. Puede ser símbolo del buen destino, de la
buena estrella, con un sentido mágico de la vida.

El llamado «ojo de perdiz» se identifica con la misma decoración que apa-
rece tan repentinamente en las camisas y paños funerarios conocido como
la cinta enlazada o símbolo de la eternidad. Este valor es recogido también
por el arte en general y, sobre todo, por las Artes decorativas. Es probable
que haya sido tomado como simple elemento de adorno pero también co-
mo signo de amor eterno.

Las «asas» simulan unas presillas que pretenden identificarse con los jardi-
nes o cairelillos que llevan las camisas del hombre de Montehermoso en
los puños, cuellos, pestañas, lorzas, etc.

El armiento se forma por una cinta larga, delgada y ondeante de la que
nacen zarcillos, ordeos y flores de pétalos redondeados. Cuando este moti-
vo se aplica a las faldas de algunos pueblos o en las mantas picadas no se
representa en su forma real pues no aparecen uvas ni hojas propias de la
vid, pero si se encuentran las tijeretas o zarcillos de volutas muy cerradas
combinadas con flores de azahar. Podía ser una amalgama de la flor de la
virginidad, con la vid símbolo del amor y de la procreatividad representa-
da en los numerosos zarcillos.

Algunos de estos adornos en el transcurso del tiempo han sido sustituidos
trans!ormados por fieltros, bayetas, cordoncillos, botones de nácar ~
espejos.

«Los botones de nácar o pasta se aplican de forma estratégica para suplir
los pistilos en las flores y en zonas simétricas de los corazones o para dis-
persarlos ordenada o arbitrariamente entre los motivos principales. Tal vez
nos recuerden las hojuelas o lentejuelas de metales que llevaban los toca-
dos cortesanos».

El espejo es el elemento más discutido y a la vez más legendario de todos
los adornos. Debe rechazarse que el que existieran tres tipos, al menos en
su pureza original. Su presencia sustituye a la rosa de la fecundidad.

Estuvo muy bien elegido el cambio y la leyenda tejida a su alrededor. Se
ha sabido cargar de simbolismo asociándolo la condición de soltera, casa-
da o viuda, cada uno de los tipos de espejos.

La mujer soltera lleva un refulgente espejo, «proclamando la fecundidad
potencial de la mujer
a la que envuelve y cubre de luces sin espacio para
las sombras».
(Dr. Sayans)

«El sol se funde en la mujer casada manteniéndola a la fecundidad, espe-
rándola y amparándola en
su seno. En ambos estados o situaciones la luz
esplende, brillando sin molestar».
(ld.)

«En la mujer viuda no hay luz, no hay amparo solar. Todo en ella acusa
aridez, negaciones. Es negra la estampa de
su deidad».
(ld.)

«Sobra decir que las tres variantes imprimen carácter y modifican el com-
portamiento y las relaciones humanas de sus personajes».
(Id.)

Respetamos como muy valiosa esta aportación del Dr. placentino pero
seguimos insistiendo en que se trata de un añadido posterior.

En las práctica las cosas se simplificaban extraordinariamente.

Los flecos de vistosos colores y el espejo se utilizaban por las mujeres sol-
teras o casadas jóvenes. Las viudas o mayores, sin posibilidades procreati-
vas por lo tanto, preferian los colores negro o «morao» y los adornos se
reducfan con poderosa sobriedad.

Estudiando las razones para el cambio Di! Ángeles González Mena deriva
su origen a la sustitución por espejos, de los joyeles tan frecuentes en los
tocados cortesanos sobre todo en las gorras del siglo XV a partir de las nor-
mas dictadas por los Reyes Católicos.

En teoría, pues los tratadistas están de acuerdo en que el espejo «alude a la
virginidad por lo que solo lo lleva el sombrero de la soltera, le retiran al

casarse y si enviuda, no le reponen o si vuelven a colocarlo al menos en
los últimos tiempos ha de estar roto u opaco».

En la práctica, al menos en los últimos tiempos no se respetará esta
simbología.

En nuestro trabajo importa también mucho los complementos inseparables
del sombrero: el pañuelo, el rodete, la cobija y el mismo uso de la gorra o
sombrero.

El hecho de cubrirse la cabeza con algún tipo de pañuelo ha sido siempre
costumbre muy normalizada en todos los pueblos, tanto para hombres co-
mo para mujeres. Recordemos los múltiples pasajes bíblicos.

Se han venido utilizando con una doble finalidad: a modo de sudario o
como paño de rostro. En el primer caso servía para enjugar el sudor. El
segundo para cubrirse la zona baja de la cara por causas diversas. Recor-
demos la costumbre mora en donde puede tener origen sobre todo utiliza-
da en los periodos de catamenia como sinónimo de suciedad. Hasta de
seis diferentes formas de utilizar el pañuelo no habla el profesor García
Mateos.

El pañuelo doblado en diagonal y la gorra han seguido la misma suerte en
cuanto a su utilidad. Se usaba como elemento protector en el trabajo y
como adorno en los días de fiesta.

El sombrero de trabajo tenía el ala más ancha, adelantada, cara cubrirse el
rostro, mientras el pañuelo resultaba indispensable para limpiarse con faci-
lidad el rostro.

En este sombrero de trabajo apareció en algunos el espejo frontal a fin de
arreglarse después de las faenas agrícolas y presentarse en el poblado con
las atracciones de que siempre ha presumido el género femenino.

Esto no significaría descargarlo de sus concomitancias eróticas. Al contra-
rio, la mujer obraba así para no verse privada en ningún momento de sus
atracciones específicas.

El mismo sombrero y el mismo pañuelo fueron ricamente «engalanados de
forma que han resultado ser los
más lujosos, vistosos, llamativos y origina-
les tocados dentro de los populares conservados en España»
(Mª A. Gon-
zález Mena).

No vamos a entrar en este trabajo en la polémica del uso de o entre pa-
ñuelo y gorra.

De la cobija tampoco hablamos porque se utilizaba solo para actos de tipo
religioso incluidas bodas. Desde luego es símbolo de sumisión, de humil-
dad referida desde luego a Dios y en el matrimonio también el varón en

aquellos momentos en que la mujer se le imponía el yugo de las
velaciones.

Al llegar este instante debemos añadir que el traje de Montehermoso se
compone de una serie muy compleja de elementos: justillo, jugón o jubón,
blusa, mandil, faltriquera, medias, calzados, mantillas, ligas, cintas (sobre
todo la de «sigueme pollo»). Inicialmente apenas llevaban ropa interior co-
mo camisa o enagua. Todas estas prendas se labraban en consonancia con
las gorras o sombreros cargándose a los adornos de los mismos elementos
rituales.

Lo más llamativo son las mantillas, nombre genérico con que aquí de de-
nominan las faldas montehermoseñas. Llegaron a usarse hasta ocho o nue-
ve en las familias pudientes y para el día de la boda. En este caso, como el
peso podía llegar hasta los diecisiete kilos, la novia era ayudada por una
amiga para que hiciese las veces de ciríneo. Si aguantaba era felicitada
como la heroína, digna pareja de un labriego.

Recordemos para comprender todo esto que a las clases pueblerinas les
estaba prohibido utilizar paños finos, propios de la nobleza.

La norma exigía dos o tres sayas, de colores amarillo, azul y verde para las
interiores y «en color de mibranga con amplia faja inferior tan ancha como
la cuarta del obispo».

Esta comparación «cuarta del obispo» es curiosamente interesante. Como
las faldas o mantillas de Montehermoso resultaban extremadamente cortas
y no llevando ropas interiores y menos pololos, cuando las mujeres iban a
buscar agua enseñaban, como se decía entonces, «las nalgas», escándalo
para la pulcritud de aquellos tiempos. Tuvo que intervenir la autoridad
eclesiástica mandando alargarlas una cuarta.

La picaresca supo encontrar formas para que solo existieran apariencias.
Por eso se obligó a poner la cuarta alargada con un color distinto aunque
complementario pero las medidas de la cuarta siguieron con tan reducidas
dimensiones. De aquí nació la famosa «cuarta del obispo».

En cualquier caso contemplar una beldad montehermoseña con sus am-
plias mantillas, muy ceñidas a la cintura para realzar los encantos femeni-
nos, al sombrero alto, único, es todo un monumento, que aún en nuestros
tiempos nos causa placentero embeleso.

y cuando se acomodan su rodete o rollo sobre la cabeza portando cánta-
ros de agua, nos obligan a pensar que son las famosas caríatides de los
templos griegos resucitadas en Extremadura.

Para un estudio riguroso y para rectificar el desprecio que han utilizado
determinados autores que se han dedicado al estudio de las gorras de

Montehermoso se hace necesario el estudio de las también gorras o som-
breros de otra región serrana, próxima a Extremadura, que también fue
Extremadura y placentina y por supuesto con algo más que cabida en las
tierras que decimos de los Vettones.

Se venían asignando estas prendas a una serie de pueblos cercanos a Barco
de Ávila, principalmente a Bohoyo y Horcajada. Querían incluso encon-
trar una diversificación de modelos, característica de cada uno de los po-
blados. No hay razones suficientes para convertir a cada uno de esos
pueblos en la cuna de este típico atuendo. Ciertamente ha sido utilizado y
con frecuencia aún lo utilizan en las dos localidades. Pero esto no autoriza
a que se les adjudique en exclusiva el lugar de su nacimiento.

En Bohoyo, un pequeño pero ancestral pueblo de las cercanías de Barco
de Ávila encontramos a la Sra. Vicenta que sigue fabricando artesanalmen-
te las gorras en cuestión. Ella misma elige los diversos modelos y los reali-
za indistintamente sin una asignación obligatoria a los lugares de venta y
uso pero enclaustrada en unas pautas heredadas.

Hemos llegado al convencimiento, después de examinarlos, que coinciden
esos adornos con los principales de Montehermoso: estrellas, soles, marga-
ritas, flores y corazones. Entre los colores muy diversos destacan principal-
mente el azul y el rojo. y las figuran mencionadas ocupan los lugares
preferentes del centro o de los laterales.

El las Casas, un barrio anejo a la Horcajada, hemos encontrado a la Sra.
Fabiana y después de una amplia y profunda entrevista hemos llegado a
idénticos convencimientos que en el pueblo anterior.

Luego hemos hecho un amplio recorrido por otros poblados para llegar a
la conclusión muy clara de que en la antigüedad el típico sombrero se uti-
lizó en una amplia zona de las provincias de Ávila y Salamanca. Aunque
algunos pueblos no lo recuerdan la mayoría sí.

El centro de esta región coincide con el poblado de Vettón de «El Berrue-
co», situado en un monte aislado de cuya existencia se han hecho amplios
e interesantes estudios, dada su relevante importancia. El lugar está situado
muy próximo, precisamente a Hoyorredondo.

El que el lugar de origen se lo disputen varios pueblos como Bohoyo, Ho-
yorredondo, Cardeñosa o la Horcajada, por citar unos cuantos de nom-
bres, nos confirma nuestra tesis de la dependencia y el origen de nuestros
antepasados vettones y celtas.

Apuntamos además otro dato: todos estos pueblos tienen en sus cercanías
«un berrueco». Berruecos, en esta zona se llama a determinados montes

que se elevan aislados, con difícil y vertical acceso y en todos ellos existen
ruinas de asentamientos prerromanos.

Las gorras en cuestión se hacen de paja de centeno. Para trabajarla deben
ponerse «a mojo» (a remojo) sumergiéndola en agua durante algún tiempo.
Una vez humedecida se tejen trenzas muy largas. Con ella se da forma a
un sombrero de ala ancha en su parte delantera. Una vez terminado lo
adornan en la frente con un corazón de paño custodiado por unas distintas
trenzas de adorno en realce y de centeno.

Si la prenda se destina a las mujeres jóvenes lleva unos complementos flo-
rados o estrellas que muy bien pueden decirse soles. En el propio corazón
frontal se colocan diminutas florecillas, variadas y colocadas con suma
delicadeza. Cuando el sombrero lo van a usar viudas o mujeres de edad
avanzada, se prescinde de los adornos. El corazón es negro, sin flores y
únicamente tiene los remates de paja de centeno.

Se trata de un trabajo sobrio, difícil, que exige varios días de entrega pues
debe ir forrado por dentro con colores vivos o negros según el tipo. Su pre-
cio, en el lugar de producción, se aproxima a las seis mil pesetas.

Algunos autores han querido ver una estrecha relación entre este sombrero
de Ávila y el más sofisticado de Montehermoso. Ciertamente la estructura
general de los dos sombreros obedece a un idéntico patrón. Los adornos
coinciden en sus motivos: variadas florecillas, corazones y soles.

Las raíces, al menos, de estos adornos las encontramos en las preferencias
de los pueblos ibéricos y celtas, establecidos en estas regiones. Pueblos
que creían en una estrecha relación entre Dios – Hombre – Tierra.

La conjunción de corazones y de flores tiene un profundo significado, co-
mo el nacimiento de los hijos surgidos del amor o el corazón enamorado
lleno de vida y primavera o las flores silvestres que el mozo cogía en el
campo para ofrecerlas a su amada (Recuerdese las enrarnás).

Las espigas reducidas a trenzas o canutillo, saliendo del corazón son sím-
bolos del amor sacrificado que dará los hijos, los buenos frutos humanos.
Las margaritas o soles presagian la buena estrella para conocer el destino
mágico de la vida. Las flores son el fruto, la promesa, esperanza de vida y
fecundidad.

Indudablemente la Sra. Vicenta en Bohoyo como la Sra. Fabiana en Las
Casas no saben nada de esta simbología. No lo necesitan. Nos basta con
que ellas hagan lo que se ha hecho siempre. Y ese siempre nos lleva a en-
lazar con nuestros grupos étnicos primitivos que en todos estos casos tuvie-
ron su asiento en los altos berruecos que se encuentran en sus cercanías.

Queda por responder un interrogante que nos venimos planteando al tratar
estos temas. A las artesanas expertas les hemos preguntado por el espejo
que alguna vez llevaron estas mismas prendas reemplazando el corazón
frontal. Nos decían que no se fabricaba.

No quedamos convencidos de su afirmación y hemos seguido investigando
el encuentro de gorras con espejo. Y las hemos encontrado precisamente
el ejemplares del siglo pasado. En junciana y en Becedas las hemos tenido
en nuestras manos. El ejemplar de junciana nos ha demostrado que el es-
pejito se convierte en lugar central de los adornos y a su alrededor giran
los demás.

La pregunta que se nos plantea ahora es la misma que la de los gorros de
Montehermos y Garganta la Olla en la provincia de Cáceres: el espejo ¿es
anterior, posterior o concomitante con los otros adornos?

Resulta difícil dar una respuesta definitiva.

La esencia del significado no se altera porque el espejo también es luz, sol,
vida y por lo tanto atributo étnico de las mismas características. Nos habla
del idéntico pasado ancestral, demostrando los conocidos significados
trascendentes.

junto a esto añadimos que el espejo tuvo una utilidad práctica: servir de
utillaje para después del trabajo y estas a punto en cualquier momento que
llegara el mozo de sus sueños.

Con estas premisas se desvela un poco el misterio del espejo y se le quita
la trascendental importancia que quieren darle algunos autores.

A nuestro parecer y por razones técnicas y aceptando rices de tipo ibérico,
se debe afirmar que el espejo es un añadido posterior. Una ditamento en
épocas de un mayor refinamiento de la coquetería femenina. No va más
allá del siglo XVIII. Hacerlo contaminación de las gorras de otras regiones
como pudo ser el sombrero serrano de Garganta la Olla, tampoco resuelve
sino desplaza la cuestión. Aún suponiendo que la danza a que se refiere
Cervantes en su Gitanilla sea la misma de Garganta la Olla, en el relato
nada se dice del adorno del espejo, que formaría parte del penacho de
flores que llevaban las gitanas en su cabeza.

Cuando cobró carta de naturaleza alternó con el corazón, las estrellas y los
demás adornos. Incluso en algún momento pudo desplazarlos para deter-
minadas regiones.

Las orientaciones actuales se han decidido por comarcas no sólo para el
espejo sino para el resto de los adornos centrales. Pero en los comienzos
no fue así.

Han influido decisivamente los gustos del mercado. Nos parece perjudicial
sobre todo para el sombrero de Montehermoso que se ha decidido por el
espejo como adorno único.

 

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