Dic 092014
 

María del Carmen Martín Rubio

Doctora en Historia de América

 Francisco Pizarro fue fruto de los furtivos amores mantenidos entre la campesina Francisca González, apodada la Ropera, y el capitán Gonzalo Pizarro “el Largo”, por tanto tuvo genes plebeyos e hidalgos. Vino al mundo en Trujillo de Extremadura, al parecer el 26 de abril de 1478, ya que el cronista Cieza de León dice que tenía sesenta y tres años y dos meses el 26 de junio de 1541, día en que fue asesinado[1]. Esta fecha se considera la más veraz de cuantas se mencionan, porque Cieza estuvo en Perú desde enero de 1548, sólo siete años después del magnicidio, y al participar con el ejército realista del presidente Pedro de La Gasca en la derrota y prendimiento de Gonzalo, el menor de los Pizarro rebelado contra la Corona, personas muy cercanas a su hermano pudieron haberle facilitado información y datos certeros sobre sus orígenes y vida.

Apenas hay noticias de su niñez; sólo se conoce que se crió junto a su madre y abuela en la casa de Juan Cascos. El cronista López de Gómara, con objeto de realzar la culta figura de Hernán Cortés en menoscabo de Pizarro, difundió que siendo muchacho cuidaba cerdos; pero el dato no parece cierto, aunque es muy probable que en algunas ocasiones se ocupara de los animales que tenía la familia, entre ellos de los cerdos, dado que éstos nunca faltaban en la despensa de las casas extremeñas. Ahora bien, como era normal entre las gentes humildes de aquella época, Francisco no aprendió a leer ni a escribir ya que su estatus social le destinó a ejercer los oficios de la rama materna, o sea, a labrar la tierra y a vender ropa; por ello no fue enviado a la escuela.

Sin embargo, a pesar de esa educación plebeya, Francisco supo muy pronto que no estaba destinado a ser labrador ni a comerciar con ropa, como sus abuelos maternos pues, además de tener un espíritu muy inquieto, dentro de su ser sentía gravitar poderosamente los genes del padre biológico y, aunque sólo vería a Gonzalo “el Largo” de lejos, desde niño conoció que era su hijo. Por tanto, ya en edad temprana admiraría las andanzas guerreras de su progenitor y desearía imitarle, sobre todo, a parti los siete u ocho años cuando, al decir de José Antonio del Busto, su abuelo paterno Hernando Alonso Pizarro, regidor del Cabildo de Trujillo por el linaje de los Altamirano, quien al igual que los restantes vecinos de la ciudad estaba al corriente de la relación que Gonzalo había mantenido con la Ropera, le vio jugar en la calle junto a otros niños y al darse cuenta del gran parecido que había entre él y su hijo, le llevó a su casa y secretamente le aceptó por nieto[2]. Desde de ese momento, debió de influir sobre el hidalgo para que reconociera a aquel niño que tenía los mismos rasgos físicos e idéntico temperamento al de su saga familiar; mas, a pesar de sus esfuerzos, no consiguió que le diera su apellido hasta 1492; entonces Francisco tenía catorce año y aunque el hidalgo le dio su apellido, nunca quiso saber nada del muchacho

Sobre el extraño comportamiento de Gonzalo Pizarro “el Largo” con el pequeño Francisco, el historiador Roberto Barletta Villarán sugiere, en segunda opción, la hipótesis de que el niño naciera como consecuencia de una relación secreta mantenida entre su supuesto abuelo, cuando éste tenía cuarenta años, y la joven Francisca González. Para el historiador peruano, el desapego que sintió hacia el muchacho no es razonable, ya que siempre se preocupó por los otros hijos que tuvo tanto con su esposa como con las mujeres que le sirvieron. Pero, hoy por hoy, nada prueba tal hipótesis; quizás algún día nuevos documentos aclaren los motivos de tan singular conducta[3]

Sería en esos momentos cuando corrió por Trujillo la noticia de que Gonzalo había llegado a ser abanderado y coronel del ejército de los Reyes Católicos por su participación en las guerras de Granada contra los musulmanes. Seguramente que al escucharlo, Francisco convertiría a su progenitor en un gran héroe y en su fuero interno tendría mayores deseos de imitarle. Poderosos motivos propiciaban aquel sentimiento: pertenecía a su noble estirpe y físicamente se le parecía como una gota de agua: era alto, tenía gran fortaleza y la mirada penetrante igual que él. Sin duda, esos genes del hidalgo y sus hazañas bélicas fueron la única herencia que  recibió de su padre; sin embargo fue suficiente para que, unida a la atmósfera guerrera que continuamente había vivido en su ciudad natal, determinase la trayectoria que había de presidir su vida: la carrera militar, por ello a los diecisiete años se enroló en los tercios de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que luchaban en Nápoles y desde entonces se convirtió en un soldado que soñaba con emular las hazañas de su padre.

Pero el joven, además de la vocación militar también estaba imbuido de un alto sentimiento católico, inculcado por su familia materna y por el propio ambiente religioso que le envolvió durante la niñez, y ese sentimiento lo conservó hasta el día de su muerte, lo que no tiene nada de extraño porque, a finales del siglo XV en toda España, y especialmente en Trujillo, se vivía una gran efervescencia cristiana propiciada por las hermandades surgidas de las órdenes militares que habían arrancado la ciudad del dominio musulmán y asimismo por la política de los Reyes Católicos quienes, bajo el signo del cristianismo, habían tomado Granada, el último baluarte islámico existente en la Península Ibérica

En las Indias

Es posible que a finales del 1500 Pizarro regresara de Italia, dado que en 1502 marchó a las Indias y se asentó en la isla Española, o Santo Domingo. Allí bajo las órdenes de Nicolás de Ovando participó como su paje, o como un simple peón de infantería, en expediciones exploradoras y en las fundaciones de las ciudades caribeñas que el gobernador fue fundando. Después, cuando la isla estuvo pacificada, se enroló en la tropa del gobernador Alonso de Ojeda que iba a explorar el golfo del Darién, territorio situado entre los cabos de Vela, en Colombia, y el de Gracias a Dios en la frontera de las actuales Honduras y Nicaragua. En esos momentos era un hombre muy fuerte y, aunque de carácter un tanto introvertido, de su persona emanaba la seguridad y la firmeza del caudillo.

Seguramente que esas cualidades hicieron que en 1510, cuando tenía treinta y dos años, Ojeda al regresar a la Española debido a una grave herida que padecía en una pierna, le nombrara teniente y le dejara al mando de su tropa en el fuerte de San Sebastián que había fundado en el golfo de Urabá, entre las actuales repúblicas de Colombia y Panamá. Francisco iniciaba así la gran carrera militar con la que siempre había soñado; una carrera llena de peligros como fueron aquellos años que pasó en San Sebastián y en Santa María La Antigua del Darién a las órdenes del bachiller Fernández de Enciso y de Vasco Núñez de Balboa, lo que no fue óbice para que aumentara su prestigio pues después, cuando en 1513 se halló con este último en el descubrimiento del Mar del Sur, en la lista que el descubridor mandó hacer al escribano Andrés Valderrábano, para dejar constancia de los hombres que habían ido con él, en el tercer lugar aparece Francisco Pizarro. Fue entonces, cuando a tenor de las noticias proporcionadas por los aborígenes de los pueblos que recorrieron, comenzó a conocer la existencia del legendario Birú y a soñar con descubrirlo.

En los siguientes años Pizarro, asentado en Santa María la Antigua del Darién y después en Panamá, continuó participando en expediciones descubridoras bajo el mando de otros capitanes, aunque ya gozaba de un gran prestigio: ejercía cargos importantes en esta última ciudad y era un ciudadano acaudalado. Francisco de Jerez  cuenta que, por los buenos servicios que había prestado en los territorios del Pacífico, el gobernador Pedrarias Dávila le había otorgado casa, hacienda, una encomienda de indios y que le había convertido en uno de los vecinos más importantes, ya que también le nombró visitador de provincias, regidor y alcalde[4]. Cieza de León amplía que su encomienda se hallaba en Taboga[5], una isla situada muy cerca del actual Canal de Panamá, y a su vez Miguel de Estete explica que también poseyó otra en Cochaima, territorio perteneciente a la actual ciudad de Santa Fe, en Sucre, Venezuela, la cual compartía con otro soldado llamado Diego de Almagro[6]. Seguramente que Pedrarias entregó a los dos militares esta última porque eran socios en varios negocios. De lo que cabe duda es que tenían una muy buena economía, pues el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo calculaba que habían conseguido reunir entre quince mil y dieciocho mil pesos de oro[7]. sin duda toda una fortuna para aquella época; pero ese bienestar no impidió que en Pizarro el afán por descubrir el Birú fuera cada día más fuerte pues, aunque poseía la mitad de aquella fortuna, era encomendero, ostentaba los cargos de regidor y alcalde en Panamá y tenía una edad avanzada para la época, conservaba el espíritu de un soldado joven y audaz, por eso nunca pudo adaptarse a la vida sedentaria de la ciudad y quizás, también por eso, hasta entonces no se había casado ni había convivido con ninguna mujer, dado que los cronistas que le conocieron de cerca, nunca mencionan que hubiera formado un hogar, sólo indican que sus desvelos se centraron siempre en el deseo de viajar a las lejanas tierras del sur. De ahí que alternara sus cargos y negocios con expediciones exploradoras y que estuviera al tanto de todos los viajes que se realizaban por el Mar del Sur.

Parece que la amistad entre Pizarro y Almagro surgió en la expedición que Gaspar de Espinosa realizó en 1519 a los territorios de Natá, en la que Francisco era el lugarteniente, y que se consolidó en 1522 en una nueva expedición también dirigida por Espinosa, durante la cual se fundó la ciudad de Natá o Natá de los Caballeros. Tal vez, en las horas de descanso Pizarro, que vería en Almagro un hombre tan intrépido como él, le haría partícipe del proyecto que le obsesionaba: navegar hacia levante para buscar las doradas tierras de las que había oído hablar al cacique de Tumaca cuando había estado en sus territorios años atrás con Núñez de Balboa, tierras a las que por aquellas fechas parecía haber llegado el inspector Pascual de Andagoya.

 

Noticias sobre el reino de Birú

El trujillano no olvidaba que cuando recorrió la costa norte atlántica con Núñez de Balboa y en las posteriores exploraciones que realizó por aquellos lugares, los aborígenes hablaban de la existencia de un riquísimo reino lleno de oro, noticias que habían sido corroboradas en la expedición que Francisco Becerra había hecho al golfo de San Miguel y en la de Gaspar de Morales a la isla de Teraraqui, en la que Francisco había participado; por último, sabía que en la exploración efectuada en las costas del sur por Pascual de Andagoya había quedado verificada la existencia del rico reino. Juan de Basurto, otro capitán de Pedrarias, se interesó en proseguir el descubrimiento de Andagoya con sus propios medios económicos, mas se lo impidió su repentina muerte en Nombre de Dios. Parecía que el destino era implacable con los que intentaban llegar al Birú, pues durante varios años fracasaron todos los que pretendieron encontrarlo. Sin embargo la antorcha que llevaba hacia el desconocido reino continuó encendida y fue recogida por el intrépido Pizarro, quien había intuido que el camino estaba abierto desde que Núñez de Balboa y él mismo descubrieron el Mar del Sur. Después de conocer las noticias dadas por Andagoya, llegó un momento en que estuvo tan convencido de que podía realizar aquella hazaña que no dudó en preparase para llevarla adelante. Diego de Almagro, intrépido como él, era el compañero ideal para llevar a cabo el proyecto

 

La Compañía de Levante

Ahora bien, en aquellas primeras décadas del siglo XVI no era fácil preparar una expedición; casi todas las que se organizaban eran bajo iniciativa particular; de ahí que los gastos fuesen a cargo del promotor o promotores y el costo era cada día más alto, entre otras cosas porque los precios de los navíos y de las provisiones, estas últimas de por sí muy caras dada la escasez que había de ellas, subían cuando se corría la voz de que se armaba un nuevo navío. Aunque el cronista Fernández de Oviedo constatase que los dos socios poseían entre quince mil y dieciocho mil pesos de oro, muy pronto se puso de manifiesto que no contaban con el capital suficiente para cubrir todos los gastos; necesitaban mucho más dinero del que ambos tenían, por eso decidieron recurrir a préstamos con el fin de poder completar lo que les faltaba.

Afortunadamente encontraron otro socio: Hernando de Luque, el maestreescuela de la catedral de Santa María de la Antigua, quien temporalmente vivía en Panamá. Era el maestreescuela un hombre culto, intuitivo y muy hábil para los negocios; quizás esas cualidades le hicieron sopesar que, si se confirmaban las noticias que Pizarro tenía sobre las fabulosas riquezas existentes en los desconocidos territorios, la rentabilidad económica que obtendrían sería muy superior al capital que tenían que arriesgar. Por ello, pese a la incertidumbre que encerraba la empresa, según algunos cronistas, como Francisco López de Caravantes, el maestreescuela estuvo dispuesto a aportar veinte mil pesos de oro, si bien algún tiempo después declaró que esa suma de dinero no era suya sino que pertenecía al poderoso comerciante andaluz, el licenciado Gaspar de Espinosa, y que éste fue quien realmente financió la expedición.

El dato pudo ser cierto ya que Espinosa había conocido muy de cerca a Pizarro y a Almagro cuando en 1519 exploró el territorio de Natá y durante la fundación de la ciudad en 1522, por ello sabía de la valentía e intrepidez de ambos, especialmente de Pizarro; por otra parte, el trujillano también pudo haberle hablado entonces de su arriesgado proyecto pero, sin duda, en su decisión influiría mucho la opinión de Luque. Fuere como fuere, lo cierto es que la intervención del maestreescuela, a quien sus conocidos comenzaron a llamar “el Loco” por haberse unido a los dos aventureros, resultó decisiva y salvó muchos escollos a nivel burocrático y económico, dado que gozaba de muy buenas relaciones que no tenían Pizarro y Almagro por su condición de soldados analfabetos, a pesar de que entonces el trujillano estaba considerado como un magnifico capitán.

De esa forma los tres socios parece que, verbalmente, crearon a principios de 1524 la Compañía de Levante; la sellaron oyendo misa y comulgando de la misma Hostia; después prometieron que trabajarían en pro de conseguir sus objetivos y sin atender a interés personales: Pizarro dirigiría la expedición con el título de capitán y Almagro quedaría al cargo de reclutar otros hombres y también se encargaría del aprovisionamiento de los buques, mientras que Luque gestionaría el dinero y se encargaría de obtener de Pedrarias y del Consejo de Indias el permiso de conquista o exploración, es decir: la licencia del gobierno, ya que los expedicionarios exploraban en nombre del rey de Castilla, aunque el monarca no aportase ni un solo peso, por ello, los territorios que se descubrieran pasarían a ser propiedad de la Corona y consecuentemente la Compañía tenía que tributar el quinto de las riquezas que se obtuvieran. Fue aquella una empresa privada en la que los tres socios invirtieron su capital, e incluso préstamos, a cambio de repartirse los beneficios que generara; una empresa moderna que rompía con el viejo sistema económico medieval y se adecuaba a un nuevo régimen social: el capitalista.

 

Hacia el Mar del Sur

El 24 de noviembre de 1524 el capitán Francisco Pizarro se hallaba en el puerto de Panamá a bordo del buque El Santiago, nombre del apóstol bajo cuya advocación los cristianos habían luchado en contra de los musulmanes durante los largos siglos de reconquista del suelo español; le acompañaban ciento doce hombres, algunos aborígenes nicaragüenses y cuatro caballos. Su socio Almagro quedaba en la ciudad para reclutar más gente y terminar de preparar otro navío con el que algún tiempo después se iba a unir a sus compañeros llevando a los nuevos reclutados y víveres. En el momento de partir, Francisco no ignoraría que le esperaban toda clase de peligros: temibles tormentas, hambrunas, enfermedades, enfrentamientos con los nativos y con la desconocida naturaleza mas, aunque ya había cumplido cuarenta y seis años, no le importaba: tenía experiencia suficiente para sobrellevarlos; además conocía las tácticas guerreras de los indígenas y también cómo tenía que actuar en los momentos difíciles en que viera desfallecer a su gente. En las anteriores exploraciones, a excepción de la jefatura que había asumido veinte años atrás en San Sebastián de Urabá, nunca había ostentado el mando total de una expedición; ahora él era el jefe absoluto y como tal sabría infundir a su gente el valor y la fe necesaria para realizar las arriesgadas hazañas que les esperaban. Por todo ello, una vez verificada por Andagoya la existencia del Birú, debía estar seguro de poder llegar a aquel fabuloso reino; sólo necesitaba ayuda divina, de ahí que, seguramente, antes de comenzar a navegar, invocara la protección de Dios, de la Virgen María y de su arcángel San Miguel, bajo cuya imagen había sido bautizado en Trujillo y había rezado muchas veces siendo niño.

Así, amparado en su experiencia, en su fe y bajo la certeza de encontrar las ricas tierras, Francisco supo transmitir a sus hombres la euforia que sentía y todos comenzaron a navegar con gran ánimo. Sin embargo el viaje fue muy duro; durante tres años recorrieron los desconocidos territorios en condiciones verdaderamente dramáticas, según el mismo Pizarro cuenta al emperador Calos V en una carta fechada en 1529: ”… sin vestido, ni calzado, los pies corriendo sangre, nunca viendo el sol sino lluvias truenos y relámpagos, muertos de hambres, por manglares y pantanos, sujetos a la persecución de los mosquitos, que sin tener con qué defender las carnes, nos martirizaban, expuestos a las flechas emponzoñadas de los indios tres años por serviros, Majestad, por engrandecer vuestra corona por honra de nuestra nación”.

Los refuerzos y alimentos llevados por Diego de Almagro no aliviaron la dramática situación, dado que se producían continuas enfermedades y muertes. A mediados de 1527 habían muerto muchos exploradores y los que quedaban deseaban volver a Panamá; Pizarro se resistía porque para entonces ya conocía la existencia de la gran ciudad de Túmbez, pero enterado el gobernador Pedro de los Ríos de lo que estaba pasando, envió un navío a la isla del Gallo con el fin de que regresaran los que quisiera y, en efecto, en septiembre de 1527 le abandonaron todos excepto trece; los que después fueron llamados “Los trece de la Fama”.

Por cierto, que ningún cronista temprano, es decir, ni Diego de Trujillo, Miguel de Estete, Francisco de Jerez, Pedro Pizarro, Agustín de Zárate y Cieza de León, aunque algunos de ellos participaron directamente en la conquista o llegaron muy poco tiempo después de haberse terminado, narran que Pizarro hiciera con su espada la célebre raya en el suelo, si bien coinciden en que se negó a abandonar la isla. Según Cieza, ante la masiva deserción dijo que “…no quería regresar porque iban pobres, que habían pasado muchos trabajos y hambres en los que él siempre se había hallado en la delantera y que se quedaba porque el piloto Ruiz había encontrado a los indios de Túmbez que hablaban de buenas tierras y riquezas”[8].

La sublime hazaña, que envuelve al líder descubridor del Perú, podría haber surgido a partir de que Garcilaso de la Vega Inca la transmitiera después de haberla escuchado contar a algunos conquistadores que habían estado en la isla del Gallo y que en 1560 residían en Cusco, como Rodríguez de Villafuerte, el primero que según esta versión pasó la raya; después la leyenda tomaría mayor fuerza al reproducirla fray Antonio de la Calancha en su “Crónica moralizada”.

Contraviniendo las órdenes del gobernador, Pizarro se había quedado pero, con los expedicionarios que se marcharon, había enviado al piloto Ruiz para que gestionara otra licencia y llevara otros hombres. Mientras llegaba se trasladó con sus trece compañeros a la isla Gorgona, lugar de más fácil defensa ante posibles ataques de los aborígenes y allí permanecieron casi sin alimentos hasta que en marzo de 1528 volvió el piloto con la licencia para poder explorar la costa durante seis meses; mas en el navío no iban nuevos hombres, sólo los marineros precisos para la navegación. Sin embargo, Pizarro no lo dudó y con diez de los que se habían quedado en la Gorgona emprendió rápidamente la marcha hacia el sur.

Después de navegar durante algún tiempo encontraron la gran ciudad de Túmbez, de la cual Ruíz había dado noticias, y en efecto: en aquella ciudad se percibía una civilización muy superior a todas las hasta entonces halladas en los territorios recorridos; era la muestra inequívoca de le existencia del rico Birú. En septiembre de 1528, después de haber hallado otras ciudades y de haber recorrido doscientas leguas por el desconocido Mar del Sur, es decir alrededor de un millón de kilómetros cuadrados, estaban completamente seguros; por ello regresaron a Panamá con la intención de reclutar más gente y comenzar a poblar aquellos territorios, pero como el gobernador Pedro de Ríos se mostró reacio a continuar la empresa, debido a tantos hombres como habían muerto Pizarro, con el acuerdo de sus socios Almagro y Luque, hubo de viajar a España.

 

El viaje a España

En Sevilla fue encarcelado a causa de una antigua denuncia hecha por Fernández de Enciso contra él y Vasco Núñez de Balboa. Cuando obtuvo la libertad marcho a Toledo y firmó Capitulaciones con la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, mediante las cuales se autorizaba la conquista de los territorios hallados en el Mar del Sur; seguidamente visitó Trujillo, donde según la historiadora Lourdes Díaz-Trechuelo: “…a su regreso a Trujillo, en 1529, Francisco Pizarro fue objeto de un recibimiento auténticamente triunfal y que sus hermanos, hijos legítimos e ilegítimos de Don Gonzalo, varios de los cuales se alistarían para marchar con él a América, le reconocieron como el primogénito y le hospedaron en la casa solariega de la familia …”[9].

Pe.ro Pizarro no sólo conoció a sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo, también conoció a sus hermanas Graciana e Inés. A la primera, que entonces debía de ser una niña de ocho o nueve años, aunque no tuvo ningún protagonismo en la gesta descubridora y conquistadora, dejó una importante dote en su testamento de 1537, dote que reitera en la minuta/enmienda posiblemente de 1538, véase: “Ytem mando que porque yo tengo intención e voluntad de ayudar en mi vida con lo que me pareciere para casar a Doña Graciana mi hermana que si no le hubiere dado la dicha ayuda en mi vida que de mis bienes le den dos mil pesos de oro para ayuda al dicho su casamiento e lo firmé de mi nombre. Francisco Pizarro”[10]. Y asimismo a Inés Rodríguez de Aguilar encargó la erección de una iglesia e institución de una capellanía en Trujillo, según refleja una escritura de 1537 en la que ordena “…que de los treinta y siete mil y tantos pesos de oro que yo tengo en España que tomó su majestad prestados en Sevilla para necesidades de la guerra…” “…se den y entreguen a la señora mi hermana Inés Rodríguez de Aguilar siete mil pesos de oro fino para la fábrica y edificación de una iglesia e capellanía…”[11]. Estas disposiciones demuestran que, a pesar de que Pizarro nunca antes había mantenido contacto con sus hermanas, las tenía muy presentes ocho años después de haber regresado de su ciudad natal

Junto con sus hermanos se unieron otros paisanos y parientes. Para los vecinos de Trujillo, aquellos hombres se habían convertido en auténticos héroes, porque llevaban la misión de salvar del infierno a los infieles de unas tierras remotas y ricas, al igual que se había hecho en la reconquista del suelo hispano, y también la de integrarlos en los reinos de Castilla, lo cual era compatible con el propósito de adquirir riquezas como prometían Francisco Pizarro, sus compañeros y los propios indígenas que le acompañaban, pues todos ellos aseguraban que había grandes tesoros en el desconocido Nuevo Mundo al que iban. En Sevilla se unieron nuevos hombres, entre ellos el hermano de madre, Francisco Martín de Alcántara, que vivía en dicha ciudad, pero a pesar de ello, Pizarro no consiguió reunir el número necesario estipulado en las Capitulaciones; de ahí que, para engañar a los inspectores que debían autorizar la navegación, hubiera de salir precipitadamente a la Gomera.

De nuevo en las Indias

El viaje a Santo Domingo fue rápido, ya que no se produjeron tormentas pero, una vez en la ciudad, se suscitaron muy graves problemas porque, al conocer Diego de Almagro que en las Capitulaciones no se le había nombrado adelantado sino que sólo se le había dado el título de hidalgo y el de alcalde de la fortaleza de Túmbez, expresó su disgusto y retuvo el dinero que tenía la Compañía de Levante; de nada sirvieron las explicaciones de Pizarro sobre que el Consejo de Indias no había querido otorgar títulos similares a dos personas distintas; sin embargo, se volvió a concertar con él al conocer que su socio había iniciado conversaciones con dos vecinos de la ciudad para poner en marcha la empresa descubridora; seguidamente actualizaron las clausulas de la Compañía, se pagaron los fletes y los gastos hasta entonces realizados. A partir de ahí pareció que los dos socios estaban conformes; mas el tiempo demostraría que la fuerte rivalidad surgida a raíz de los nombramientos, hechos por Carlos V, no había desaparecido y que, muy al contrario, cada día se fue agudizando en Diego de Almagro.

Por fin, a finales de enero de 1531 Pizarro pudo iniciar una nueva navegación por la costa del Mar del Sur, con tres buques, bajo la dirección del piloto Bartolomé Ruíz. Tras varios meses de explorar territorios, en muy adversas condiciones dado que se les acabaron los alimentos y no pudieron hallar más, llegaron al pueblo de Coaque. Allí encontraron abundante comida y algún oro por lo que, quizás para que no surgiera el descontento de la isla del Gallo, el gobernador decidió capturar al curaca, a varios de sus principales y permanecer en el pueblo, con el fin de que los expedicionarios pudieran reponer fuerzas y empezaran a obtener riquezas.

 

Cajamarca

Esta belicosa actitud debió de extenderse rápidamente entre los aborígenes, pues desde entonces por todas partes opusieron resistencia, incluso en Túmbez donde anteriormente se habían mostrado amigos. Mas, a pesar de ello, el 15 de noviembre de 1532 llegaron a la ciudad de Cajamarca en la que, como es muy conocido, en poco tiempo vencieron a unos seis mil guerreros de Atahualpa y apresaron al Inca. Aunque esta rápida derrota ha sido uno de los hechos más analizados de la conquista del Perú por la repercusión que tuvo en los territorios andinos y para la misma Península Ibérica, es preciso señalar que en Cajamarca, aparte de la captura del Inca y del gran tesoro recaudado, sucedió otro hecho muy transcendente en la vida de Pizarro: fue que ya nunca volvió a estar solo; desde entonces compartió su vida con dos princesas incas: Quispe Sisa y Cuxirimay Ocllo.

 

Las princesas

Las princesas tuvieron gran relevancia en el Tahuantinsuyo por pertenecer a las familias o panacas reales de los gobernantes; de ahí que estuvieran rodeadas de gran lujo; además debían de ser bellas porque el Inca siempre escogía para él las más hermosas. Hasta tal punto fueron importantes que, a partir del décimo emperador Tupac Inca Yupanqui, era elegida para esposa del monarca reinante una princesa hermana de padre y madre; de esa forma se continuaba la tradición del origen divino del Imperio, basada en el mito de Manco Capac y Mama Ocllo, el cual establecía la descendencia solar de la pareja fundadora y también conservaba la pureza de sangre de las elites dominantes, clave del poder que los Incas ostentaban como hijos del dios Sol.

Pedro Pizarro llegó a ver algo del lujo que las rodeaba; sobre las que acompañaron a Atahualpa en Cajamarca dice que eran hermosas; que llevaban los rostros ocultos por máscaras de oro fundido, los cabellos largos y caídos sobre los hombros y que sus túnicas estaban adornadas con piedras preciosas[12]. Sin duda, la belleza de estas mujeres, potenciada por exquisitas joyas, por los ricos ropajes que las envolvían y por el sello de su alcurnia, constituiría un gran atractivo para los conquistadores, máxime cuando la Corona española legalizó sus propiedades y reconoció el alto estatus social y económico que habían ostentado; de ahí que fueran muy valoradas y solicitadas por los protagonistas de la conquista y que desde los primeros momentos hubiera numerosas uniones entre ellas y los recién llegados, de alguna de las cuales nacieron personajes mestizos tan importantes como el cronista Garcilaso de la Vega.

 

Quispe Sisa

Pero, al volver a los acontecimientos sucedidos en Cajamarca se constata que una de las princesas llegadas es Quispe Sisa, hija del emperador Huayna Capac y de Contarhucho, poderosa curaca de Huaylas, en el territorio de los Lucanas. No se sabe nada de su vida hasta que en ese año fue trasladada a dicha ciudad para acompañar a su medio hermano Atahualpa. Inés Muñoz, la joven esposa de Martín de Alcántara, el hermano materno del conquistador reclutado en Sevilla, ha sido quien en su Diario ha legado las mejores descripciones de la princesa; dice que “El Inca Atahualpa entregó en matrimonio a mi cuñado Francisco a su hermana Quispe Sisa, es muy joven, no debe de tener más de dieciséis o dieciocho años, es hermosa y alegre. Francisco está complacido. La hemos bautizado con el nombre de Inés Huaylas Yupanqui…”[13].

En efecto, en el Tahuantinsuyo existía la costumbre de obsequiar princesas y acllas: vírgenes del Sol, a los jefes de las etnias aliadas, o vencidas, con el fin de congraciarse con ellos y crear vínculos familiares y de amistad; por eso Atahualpa entregó su hermana a Francisco Pizarro González, el jefe de los hombres recién llegados de tierras lejanas y desconocidas, a quien llamaban “capito”. Según Inés Muñoz éste la aceptó de muy buen grado pues era muy joven, de aspecto agradable y hasta tal punto alegre que la llamó “Pispita”, que quiere decir “alegre” y “simpática”. Sin embargo, al recordar la soledad sentimental que el trujillano había mantenido siempre, es difícil pensar que a sus cincuenta y tres años y estando inmerso en tantísimos problemas de todo orden, la juventud y gracia de Quispe Sisa le llevara a vivir una apasionada historia de amor. Pero, desde luego, está muy claro que en esos momentos Francisco quiso unirse a una mujer y tener hijos, lo que hasta entonces parece que no había deseado ¿Qué motivos tuvo? ¿Acaso pensó, como los emperadores incas, que de esa forma establecía lazos de parentesco con las elites nativas y que así el pueblo andino aceptaría mejor la presencia extranjera? ¿O, tal vez, su alta posición social y económica le empujo a crear una familia para que los hijos heredaran sus bienes…? Si tuvo alguna de estas motivaciones, hoy no se puede sabe, Mas, fuere como fuere, lo cierto es que la princesa llenó de luz la vida del gobernador al darle dos hijos y además, como sigue diciendo Inés Muñoz, colaboró activamente en la nueva ciudad que estaba surgiendo en Cajamarca: “…Tenemos el problema de alimentación resuelto, Quispe Sisa es muy amable, nos proporciona mucha información y ayuda, tiene un grupo de servidores, visten igual, son muy limpios, pertenecen a una tribu que se hacen llamar Lucanas. Todas las mañanas recibimos muchas provisiones…”[14].

El hecho de que Quispe Sisa, además de ser la mujer de Pizarro, se encargara de las provisiones que llegaban, la haría ostentar un papel muy importante, pues la alimentación era fundamental para aquellos españoles que habían pasado tanta hambre y todavía sería mucho más importante cuando en 1534 dio a luz una niña, a la que bautizaron Francisca, y después en 1535 al nacer su hijo Gonzalo.

 

Cajamarca

A primera vista parece que los españoles debían sentirse satisfechos en Cajamarca pues Atahualpa, a cambio de su libertad, había ordenado llevar cuantiosas cantidades de oro y plata; sin embargo no era así, pues sabían que en cualquier momento podían ser aniquilados por el gran ejército que los generales del Inca estaban preparando para liberarle. Así las cosas, cuando el 14 de abril de 1533 se supo que llegaba Diego de Almagro con los hombres reclutados en Panamá y Nicaragua. Pletóricos de alegría, el gobernador y muchos de sus soldados salieron a recibirlos, ya que el numeroso grupo suponía una gran ayuda para hacer frente a tan multitudinarios enemigos. Por su parte, cuando los recién llegados entraron en la ciudad, aunque les dijeron que todavía faltaba mucho oro y plata por llegar, quedaron asombrados al ver la gran cantidad que había de aquellos metales; tan enorme tesoro les hizo comprender que por fin estaban en el rico Pirú y creyeron que todos se llenarían de riquezas.

El 15 de julio, el escribano Pedro Sancho dio fe de que se habían fundido “…un millón trescientos veinte seis mil quinientos treinta y nueve pesos de buen oro, cada peso de doscientos cincuenta maravedís, de los cuales, sacados dos mil doscientos cuarenta y cinco pesos de los derechos del fundidor, perteneció a Su Majestad por sus Reales quintos, doscientos sesenta y cuatro mil ochocientos cincuenta y nueve pesos y quedando para la Compañía de Levante un millón cincuenta y nueve mil cuatrocientos treinta y cinco pesos”[15].

  Ese mismo día, de los quintos correspondientes al emperador Carlos V entregaron a Hernando Pizarro cien mil cuatrocientos cuarenta y ocho pesos para que los llevara a España y al día siguiente le dieron tejos y piezas de oro valorados en ciento sesenta y cuatro mil cuatrocientos once pesos, más cinco mil cuarenta y ocho marcos de plata, con los cuales se completaron los derechos del emperador. Seguidamente se repartió el tesoro entre los ciento sesenta y ocho hombres que habían intervenido en la captura de Atahualpa. A Diego de Almagro y su gente se dio veinte mil pesos, aunque se señala que no tenían derecho a percibir nada del rescate, con el fin de que cubrieran algunas de sus necesidades, pagaran deudas y se resarcieran del coste de los fletes. Una vez terminada la fundición y el reparto, Pizarro mandó hacer otro auto en el cual se declaraba libre a Atahualpa y se le dejaba sin la obligación de continuar entregando oro o plata; el auto le fue notificado mediante un legua y se hizo pregonar en la plaza de Cajamarca al son de trompetas, sin embargo, en el mismo pregón se hacía saber que, por seguridad de la tierra y hasta que no llegaran más españoles, el Inca continuaría preso y bien vigilado.

Aparentemente reinaba la calma en la ciudad, pero pronto empezaron a aparecer graves problemas a consecuencia de los cuales se apoderó de los vecinos una gran intranquilidad. En primer lugar, los hombres de Almagro seguían resentidos porque no habían recibido la misma parte del botín que los de Pizarro y aquel resentimiento enrarecía el ambiente y creaba malestar; además continuos rumores presagiaban un inminente ataque indígena: se decía que Atahualpa estaba organizando en las montañas próximas un ejército de doscientos mil guerreros con el que se proponía ir sobre ellos en el momento que lo tuviera preparado. Muchos, pensando que era cierto, apuntaban que no había acabado de llenar las salas con el oro y la plata prometidos para tener tiempo de reunir su ejército y que era necesario ejecutarle o enviarle a España

 

La ejecución de Atahualpa

Esa era la situación que se vivía en Cajamarca cuando, al decir del cronista Francisco de Jerez, un sábado, a la puesta del sol, llegaron dos aborígenes servidores de los españoles y dijeron que habían venido huyendo del ejército de Atahualpa, que estaba a tres leguas de allí, y que esa noche, o a la siguiente, atacarían la ciudad por orden del Inca[16]. Obviamente la información de los nativos puso de manifiesto el peligro en que se hallaban, muchas veces anunciado, pues el pequeño grupo de españoles no tendría ninguna defensa ante el ataque de por lo menos cincuenta mil guerreros que, según los servidores indígenas, estaban a punto de cercarles: todos morirían. Atahualpa fue preguntado y negó rotundamente que hubiera enviado aquel ejército, mas los cronistas presenciales testimoniaron que otros nativos también lo confirmaron. Los capitanes, entre ellos Almagro, el tesorero Riquelme, los oficiales reales y hasta el mismo fray Vicente Valverde, decían que únicamente se podrían salvar si Atahualpa moría. A pesar de ello Pizarro dudaba, porque apreciaba al joven soberano; seguramente sopesó enviarle a España, pero no había tiempo ya que, según las informaciones de los servidores nativos, sus guerreros se hallaban muy cerca y como no podía consentir que muriera su gente, bajo las presiones de los almagristas y de los oficiales reales, no tuvo más remedio que tomar la decisión de entablar un proceso al Inca: era 25 de julio de 1533. Esa misma noche Atahualpa fue juzgado en un fulminante proceso y condenado a morir en la hoguera. Al día siguiente se ejecutó la sentencia.

Francisco Pizarro, como gobernador que era, no había tenido más remedio que ordenar su ejecución, pero en contra de su voluntad, ya que el cronista Pedro Pizarro dice: “Yo vide llorar al marqués de pesar por no podelle dar la vida, porque cierto temió los requerimientos y el riesgo que había en la tierra si le soltaba”[17]; a sus cincuenta y cuatro años, el soldado curtido en tantas batallas lloró de dolor por tener que ejecutar a quien por entonces parecía ser su máximo enemigo.

 

 Q´osqo, capital del imperio Inca.

Según José Antonio del Busto el gobernador y sus hombres salieron de Cajamarca hacia Q´osqo, nombre después transformado en Cuzco y Cusco,  el 11 de agosto de 133[18] Tras varias refriegas sostenidas contra el ejército de Quizquiz, general de Atahualpa, y una corta estancia en Xauxa entraron en la ciudad el 15 de noviembre. Al llegar, debieron de quedar totalmente impactados cuando desde lo alto del cerro Carmenca vieron que tenía forma de puma sentado, el animal sagrado de los Incas, que se hallaba situada en un valle a tres mil cuatrocientos metros sobre el nivel del mar y que estaba rodeada de montañas jalonadas por andenerías sembradas de maíz, las cuales semejaban jardines muy verdes. Pero seguramente que aún les impresionaría mucho más su casco neurálgico, en el que se encontraba la gran plaza de Haucaypata, en castellano Plaza de Regocijos, rodeada de los imponentes palacios mandados edificar por cada uno de los monarcas del Imperio. Asimismo los edificios públicos, como el Acllahuasi, o casa de las Vírgenes del Sol, las kallancas, que eran grandes galpones donde se alojaba la gente destacada por los gobernantes para intervenir en construcciones oficiales y para integrar los ejércitos, las qolqas, o almacenes estatales; sobre todo se admirarían al ver el fabuloso Coricancha dedicado a su máxima divinidad el Inti: el dios Sol,  especie de catedral construida con piedras de diorita verde en la que además de una imagen del astro solar, se hallaban momificados los cuerpos de los monarcas fallecidos. Finalmente, coronando estos edificios, a tres mil quinientos metros de altura, contemplarían la enorme fortaleza de Sacsayhuaman, formada por un conjunto de tres murallas edificadas con gigantescos bloques pétreos perfectamente ensamblados entre sí. Toda aquella espectacular arquitectura urbana había sido creada sin el conocimiento de la rueda y el hierro.

El 23 de marzo de 1534, Pizarro realizó la fundación española de la ciudad, aunque en realidad lo que ese día se hizo fue una refundación, ya que no se cambió de lugar y conservó su mismo nombre. El asombro que Q´osqo causó a Pizarro queda reflejado en la ordenanza que promulgó el 26 de marzo de 1534, al decir: ” …mando que las dichas casas y edificios y alguno dellos (blanco) por la presente [no sean] deshechos ni reedificados por ningún español ni españoles ni tomen a ninguno de los vecinos del pueblo ni a ninguno dellos posada (blanco) vivienda alguna mas de las que estén (ilegible) das de (roto) o las de los españoles (blanco) van conmigo a Xauxa vivían o posaban so pena de quinientos pesos de oro…” y seguidamente,   el 29 del mismo mes, ordenaba que los vecinos dieran buen tratamiento a los naturales[19].

Tras cuatro meses de permanencia en la ciudad, el gobernador decidió volver a Xauxa, donde había dejado a Quispe Sisa. Al poco de llegar también realizó su fundación oficial y a la vez la declaró capital de los territorios conquistados pues Q´osqo, a pesar de su magnificencia, se encontraba muy alejada del mar. Sin embargo, Xauxa tampoco reunía buenas condiciones para vivir porque, al ser un lugar muy frío enfermaban los vecinos y morían sus animales; de ahí que Pizarro buscara en la costa otro más idóneo. Como, al cabo de varias exploraciones, lo halló en el valle del río Rimac, fundó en él la Ciudad de los Reyes, nombre después transformado en Lima, el 18 de enero de 1535 y en ella estableció la capital

Por aquellos días habían cesado los levantamientos indígenas, dado que los generales de Atahualpa habían muerto: Chalcuchima ajusticiado poco antes de llegar a Cusco por haber sido acusado de provocar continuos levantamientos y de envenenar a Tupac Hualpa, un Inca coronado por Pizarro después de la muerte de Atahualpa, y Quizquiz en Quito, parece que a manos de sus propios guerreros. Bajo esa paz Pizarro, en calidad de gobernador, enviaba expediciones para explorar el territorio, fundaba ciudades, como las de Trujillo, Puerto Viejo y Chachapoyas, similares a de San Miguel, realizada en el valle de Piura cuando llegaron: y estructuraba la vida del nuevo Perú mediante ordenanzas para la convivencia de vencedores y vencidos; muestra de ellas son las dictadas a mediados de 1535: “…otro si: mandamos que ningún español de ninguna suerte e condición que sea, sea osado de hacer mal tratamiento a ninguno de los dichos naturales indios, so pena de que el que hiriere alguno de los dichos indios sin causa justa sacándoles sangre, demás de otras penas que por derecho e costumbre destos reinos mereciere, le sean quitados los indios que tuviere depositados y quede inhábil para tener aquellos ni otros en la dicha provincia”[20].

Sin embargo, Pizarro no podía estar completamente tranquilo. Diego de Almagro  estaba muy insatisfecho;  muchas cosas se revolvían en su mente: su socio era el gobernador de todos los territorios descubiertos y tenía en ellos un poder absoluto; en cambio él, cofundador de la Empresa de Levante, que había negociado en Panamá los trámites de las expediciones, que había reclutado hombres y avituallado los navíos, que había luchado en diferentes parajes del Pacífico con tantos peligros que hasta había perdido un ojo y varios dedos de una mano, no tenía gobernación; sólo el título de alcalde la fortaleza de Túmbez. Cuando Hernando Pizarro llevó los quintos de Cajamarca a Carlos V se había solicitado una gobernación, pero hasta entonces el nombramiento no había llegado y él soñaba con poseerla  en las desconocidas comarcas del sur, en las cuales suponía que iba a encontrar otra capital similar a la de Cusco.

Intentando aminorar su enojo, el día 1 de enero de 1535, al entregar en Pachacamac cien mil pesos de oro al adelantado Pedro de Alvarado para que abandonara aquellos territorios, los dos socios escribieron una carta al emperador en la cual especificaban las conquistas que llevaban realizadas y de nuevo pidieron la gobernación. Mas, como el tiempo había pasado y la Real Cédula no llegaba, el descontento del manchego era cada vez mayor. Pizarro, con objeto de calmarle, le nombró teniente gobernador de Cusco y le dio autorización para que, tal y como deseaba, organizase una expedición a los territorios del sur. Almagro aceptó el cargo de muy buen grado, aun siendo jefe militar de la guarnición el capitán Hernando de Soto, y se preparó para ir a la ciudad imperial; entonces ni él ni Pizarro sabían que el 21 de mayo del año anterior, es decir en 1534, el emperador ya le había concedido una gobernación llamada Nueva Toledo que se extendía doscientas leguas hacia el sur a partir de la de su socio, y una vez llegado al Cusco preparó un gran ejército y partió hacia Chile el 31 de julio de 1535.

Por aquellos días el gobernador nuevamente debía sentirse satisfecho: Almagro había iniciado su soñada expedición y se había llevado con él a los decepcionados hombres de Pedro de Alvarado; Cusco estaba tranquilo bajo el gobierno de su hermano Juan a quien ayudaba su otro hermano Gonzalo, pero no contaba con que Manco Inca, también coronado por Pizarro con el fin de crear confianza entre los aborígenes, se hallaba totalmente descontento, pues en esos momentos había llegado a la conclusión de que su poder no era real, que sus decisiones siempre debían de ser ratificadas por los extranjeros y que sus compatriotas realizaban trabajos agrícolas y urbanos, muchas veces de forma abusiva.

Por todo ello, tras madurar durante mucho tiemplo un plan de ataque, reunió a unos doscientos mil hombres y el 3 de mayo de 1536 cercó el Cusco. Pedro Pizarro dice que “era tanta la gente que aquí vino que cubrían los campos, que de día parescía un paño negro que los tenían tapados todos media legua alrededor desta ciudad del Cusco. Pues de noche eran tantos los fuegos que no parescían sino un cielo muy sereno lleno de estrellas …”[21]. Manco había escogido el mejor momento, dado que en la ciudad quedaban muy pocos españoles, casi todos se habían ido con Almagro a Chile; de ahí que creyendo asegurada la victoria y deseando terminar de una vez con todos los extranjeros, enviase a la Ciudad de los Reyes a otros cincuenta mil guerreros al mando de su hermano Quiso Yuapanqui, quien también la cercó el 5 de septiembre. El ataque fue tan fuerte y sorpresivo que los vecinos estuvieron a punto de morir de hambre, pues llegaron a no tener alimentos; sin embargo el 12 de octubre apareció un ejército de mil guerreros enviados por Contarhucho, la cacica de Huaylas madre de Quispe Sisa, con cuya ayuda pudieron vencer al general Quiso y a sus tropas. En cambio Cusco, a pesar de los varios ejércitos enviados por Pizarro, no pudo ser liberado hasta el 29 de mayo de 1537, cuando los nativos conocieron que Diego de Almagro había vuelto de Chile.

Los triunfos obtenidos en Los Reyes y Cusco llevan a pensar que el gobernador debía de sentirse feliz: había conseguido salvar todos los territorios conquistados, además Inés Guaylas le había dado dos hijos: Franisca y Gonzalo; de ahí que siguiera estructurando el país que se estaba gestando bajo la promulgación de nuevas ordenanzas; así el 30 de abril de 1539 mandó pregonar en todas las ciudades las  establecidas por la Corona sobre las cargas que se permitía imponer a los indios porteadores: “e porque sería molestia e gran trabajo [y] carga para los dichos indios llevar más de una arroba de peso y el bastimento que el indio ha menester para su camino, mandan que ninguna persona sea osada de echar a los indios más de una arroba de peso…” y el 20 de abril de 1540 otras en las que tras indicar que Carlos V había dado ordenanzas para el buen tratamiento y libertad de los naturales, dice que él las había hecho pregonar en los pueblos y ciudades de su gobernación, mas que “…agora a mi ha venido noticia que la dicha ordenanza no la habéis guardado ni la guardáis [y] muchos de vos habéis ido contra ella estando en los tambos e pueblos de los indios mucho más tiempo del contenido en la dicha ordenanza fatigando a los dichos naturales e molestándoles e tomándoles sus mujeres e atormentándolos e haciéndolos otras malos tratamientos en sus personas…” y ante tales circunstancias, en esa misma fecha ordena: “ Otrosí: mando que ningún español esté fuera de los dichos pueblos de cristianos para ninguna parte cuatro leguas del tal pueblo sin mi licencia o de mi teniente que es o fuere en el tal lugar para que se sepa e que se debe dar la tal licencia, lo cual así se cumpla so pena de doscientos pesos aplicados según dicho es y en defecto cien azotes e que de la tal licencia el juez ni escribano no lleven derechos algunos”[22]. Como se ve, Pizarro intentó proteger siempre a los nativos mediante aquella avanzada legislación y según se deriva de todas estas leyes y ordenanzas, dictadas para conseguir aquel fin, potenció el buen trato de los indígenas, a pesar de lo dicho contrariamente, y conviene recordar que estuvo vigente en Perú durante mucho tiempo.

Y junto al buen tratamiento de los indígenas, una de sus grandes preocupaciones derivada del alto espíritu religioso que poseía, fue la conversión de éstos al cristianismo, puesto que se hallaba convencido de que estaban en pecado mortal por adorar a ídolos falsos. En tal sentido, en las ciudades que fundaba promovía la catequización y educación española de los hijos de los curacas cercanos y asimismo el bautismo de las princesas. Ejemplo de este afán de cristianización es el dato expuesto por Guillermo Lhomann Villena, según el cual el 7 de enero de 1540 “por mandado de su señoría en su casa” recibieron las aguas regeneradoras de la fe nueve aborígenes, entre ellos el curaca de la Magdalena, más diez mujeres de las más distintas procedencias [23]

Sin embargo, tampoco entonces la felicidad le iba a durar mucho tiempo ya que sobre él gravitaban dos graves problemas: uno, quizás el menos relevante de los dos, concernía a su vida sentimental; el otro, relacionado con Diego de Almagro, era mucho más grave: su socio estaba cada día más descontento e igualmente sus hombres y Pizarro no ignoraba que aquella situación podía acarrear una guerra civil entre los españoles avecindados en los territorios peruanos.

Respecto al primer problema, es preciso decir que durante bastante tiempo su unión con Inés Guaylas pareció totalmente consolidada: como se ha visto tenía dos hijos con ella y además la intervención de su madre, Contarhucho, había salvado la capital del nuevo Perú; sin embargo, a raíz de aquellos hechos, no duró mucho más. Se ignoran qué causas propiciaron la separación del gobernador y la princesa: ¿Pudo ser que Inés se enamorase de Francisco de Ampuero, un apuesto joven que había llegado con Hernando Pizarro y que pasó a trabajar como paje del gobernador…? ¿O fue el mismo Francisco Pizarro quien se enamoró de otra bella princesa llamada Cuxirimay Ocllo…? Lo cierto es que, según el Diario de Inés Muñoz, en 1536 había dos personas en medio de la pareja: el paje español y la princesa inca.

La anómala situación debió de resolverse con la boda de Inés Guaylas y Ampuero en 1537 ó 1538, porque en este último año nació Martín Ampuero Yupanqui, el hijo mayor de ambos. Si el hecho es sorprendente, mucho más es que Pizarro, hasta entonces marido de la princesa aunque no habían llegado a casarse, bendijo el matrimonio, entregó a los desposados la encomienda de Chaclla y nombró a Ampuero regidor de Los Reyes.

Por lo anteriormente visto parecía que Francisco Pizarro había aceptado bien la relación de su mujer con Ampuero, pero en el fondo no debió de ser así pues, cuando la pareja contrajo matrimonio y se estableció en su propio domicilio, separó a sus hijos Francisca y Gonzalo de la princesa y los puso bajo la tutela de su cuñada Inés Muñoz, argumentando que al lado de Inés los niños serían educados en la cultura española y en la religión cristiana; desde luego, no se equivocó ya que Inés los quiso como a hijos propios y dedicó su vida a formarlos y protegerlos. A su vez el gobernador, sobre un año o dos después de estos acontecimientos, tomó por mujer a la princesa Cuxirimay Ocllo.

 

Cuxirimay Ocllo Yupanqui

La vida de esta princesa parece sacada de una novela. Fue hija de Yanque Yupanqui, un poderoso señor perteneciente a la real panaca del noveno Inca Pachacuti. Según el cronista Juan de Betanzos, su tercer marido, el último emperador, Guayna Capac, la destinó nada más nacer para esposa principal de su hijo mayor Atahualpa [24] y, en efecto, éste la tomó por su pivihuarmi a finales de 1531, o a principios de 1532, cuando fue coronado Inca; él tenía sobre treinta años y la niña entre once o doce. El matrimonio duró muy poco tiempo: apenas unos once meses pues, como anteriormente se ha señalado, Atahualpa fue hecho prisionero el 16 de noviembre del último año; si bien, con el fin de estar a su lado, Cuxirimay se trasladó a Cajamarca y le acompañó en el cautiverio hasta el 26 de julio de 1533, día en el que, como se ha visto, fue ejecutado. La muerte del Inca debió de sumirla en una enorme tristeza y depresión, dado que hasta intentó suicidarse para estar a su lado en la vida de ultratumba, en la que creían los habitantes andinos.

Seguramente que, a partir de su desaparición, Cuxirimay vería desmoronarse todo su mundo; sabría que ya nunca volvería a vivir como antes porque sólo le quedaba la opción de integrarse en la sociedad hispana que se estaba implantando y para ello debía recibir instrucción cristiana y bautizarse con un nombre diferente al suyo. Aunque, según anotó Inés Muñoz, Pizarro ya se interesaba en ella [25] por esos días no presentiría que en breve iba a volver a ser la primera dama del nuevo Perú. Se ignora el tiempo que tardó en decidirse a realizar tan drásticos cambios, cuándo y dónde se produjeron, sin embargo dos o tres años después de los trágicos sucesos de Cajamarca, Cuxirimay se llamaba Angelina, oficialmente llevaba el apellido Yupanqui y era muy bella.

También se desconoce cómo vivió esa etapa hasta adaptarse a las formas de vida españolas y tampoco se sabe por qué Francisco Pizarro la convirtió en su mujer, aunque el testimonio de Inés Muñoz parece revelar que estaba enamorado de ella; lo que está claro es que, como cuenta Juan de Betanzos, “el marqués la tomó para sí[26]. El cronista no dice en qué momento ni en qué circunstancia, presumiblemente sería entre 1538 y 1539 pues la anterior mujer del gobernador, Inés Guaylas, se encontraba casada con Francisco de Ampuero desde un año o dos antes; en cambio, si es posible indicar que cuando Pizarro la tomó por esposa, Angelina debía tener unos diecisiete años.

Con respecto a este hecho sería curioso conocer qué pensamientos cruzaron por la mente de la princesa al verse cortejada por quien había decretado la muerte de su primer marido, sobre todo cuando se convirtió en su mujer; mas fueren cuales fueren, guardó fidelidad al gobernador hasta el día en que éste murió. De esa unión, no legitimada, nacieron dos hijos: Francisco en Cusco, posiblemente a finales de 1539, dado que en el testamento realizado por Pizarro en Chivicapa el 27 de junio de aquel año, sólo nombra como herederos suyos a los dos hijos habidos con Inés Guaylas[27] y, es lógico creer que, si ya hubiera nacido, también le habría nombrado heredero; a su vez, Juan vendría al mundo en Los Reyes después de mayo de 1540 o a principios de 1541; al alumbrar al mayor de los niños, Angelina tendría sobre dieciocho años.

Asimismo resulta difícil saber por qué Pizarro tomó a Cuxirimay por mujer cuando él contaba casi con sesenta años y ella sólo tenía dieciséis o diecisiete. Pueden aducirse dos hipótesis: los públicos escarceos de Inés Guaylas con Francisco de Ampuero, durante las frecuentes temporadas en que el viejo gobernador se hallaba ausente, a pesar de que tenía dos hijos con él, o tal vez, como escribió en su Diario Inés Muñoz, por la atracción que sintió hacia la bella y joven princesa inca. Sin embargo, no parece probable que se interesara únicamente por la belleza de la joven, dado que en los treinta cinco años que llevaba en el Nuevo Mundo habría conocido a otras muchas mujeres hermosas, como por ejemplo la capullana de Túmbez, y ningún cronista registra que hubiera vivido con alguna, ni tampoco con españolas. Por tanto es posible que tuviera otras razones, tal vez de Estado; una podría haberse basado en el intento de reforzar su jerarquía, apenas aceptada por el pueblo vencido, al compartir su vida con una princesa perteneciente a la estirpe del Inca Pachacuti que además había sido esposa principal de Atahualpa, y otra por el deseo de dejar descendencia entroncada con la rama del gran Inca, lo que en el futuro permitiría a sus hijos posicionarse legalmente en el gobierno del país mestizo que estaba surgiendo bajo la mezcla de razas, culturas y religiones. Si el nuevo gobernante del Perú albergó alguna de las dos últimas intenciones, hoy es imposible saberlo; no tuvo tiempo de demostrarlas y ni siquiera pudo legitimar a los niños nacidos de su unión con Angelina.

 

La guerra con Almagro

El problema con su socio era mucho más grave. La expedición a Chile había sido un absoluto fracaso; durante veintidós meses el mariscal y su ejército recorrieron parte de las regiones de las actuales Bolivia y Argentina hasta Chile y sólo hallaron parajes desérticos, o aptos para la agricultura y aquello no era lo que los expedicionarios habían ido a buscar. Sin embargo, nadie les informó de que cerca del lago de Aullagas, donde algunos de ellos  acamparon varios días, se hallaban las fabulosas minas de oro y plata de Porco, Potosí y Poopó; en esos momentos no llegaron a intuirlas.

Si “los de Chile” hubieran conocido los tesoros que allí guardaba la madre naturaleza, seguramente que no se habría suscitado la guerra civil entre los bandos almagrista y pizarrista, pero no los encontraron y los que lograron sobrevivir, regresaron además de fracasados, con un gran resentimiento hacia Francisco Pizarro: decían que su jefe había quedado muy perjudicado en las Capitulaciones firmadas con Carlos V y que Cusco pertenecía a la gobernación de la Nueva Toledo recientemente otorgada a Almagro, lo cual no era  cierto pues para entonces el emperador también había añadido doscientas setenta leguas a la del gobernador.

Almagro cansado, enfermo y no sabiendo como atenuar aquel gran malestar, se dejó llevar por los deseos de revancha y guerra de sus capitanes, sobre todo por el lugarteniente Rodrigo de Orgóñez, un viejo soldado en quien confiaba plenamente; de ahí que el 8 de abril de 1537 sus hombres se apoderaran de Cusco, encarcelaran a los hermanos del gobernador, Hernando y Gonzalo, a sus capitanes y que después sembraran un gran caos por los territorios serranos cercanos a la ciudad. Pizarro, a pesar de que conocía todo lo que estaba ocurriendo, no quería llegar a combatir con su socio; en tal sentido dice al emperador que había dicho a Alonso de Alvarado, uno de sus capitanes que para que no hubiese rompimiento ninguno por su parte “… se concertasen en paz y sirvieran al emperador y otras cosas como a hermano, disimulando todo por el amor que le tengo”[28].

Pero los almagristas no aceptaron la paz; por el contrario, Alvarado fue hecho prisionero y en Cusco continuaron encarcelando y matando a partidarios de los Pizarro; después, al verse triunfadores y con un ejército muy numeroso quisieron apoderarse también de la Ciudad de los Reyes  Ante estos hechos Pizarro se lamenta y dice al emperador: “…todo lo cual me duele y me llora el corazón, que no sé qué sufrimiento me basta de no reventar con ver tales cosas e no puedo creer sino que el enemigo ha reinado en este hombre pues todas cosas permite y consiente[29]; mas, a pesar de ello, siguió intentando que liberasen Cusco y que pusieran en libertad a sus hermanos y a los capitanes mediante varias negociaciones que también fracasaron. Creyendo que la situación se arreglaría entrevistándose personalmente, el 13 de octubre de 1537 se reunieron en el pueblo de Mala y, como no alcanzaron ningún acuerdo,  en el valle de Guarco, pero tampoco allí llegaron a ningún acuerdo porque, a mitad de la entrevista, Almagro pensando que su hermano Gonzalo le habían tendido una trampa, huyó de repente.

Según los cronistas, Pizarro salió tras él con toda su gente; le siguió hasta un lugar muy frío llamado Guaitara y allí, al ver a sus hombres enfermos por la altura y maltratados por las nieves, decidió regresar al valle de Ica donde volvió a rehacer y a preparar su maltrecho ejército. A partir de ese momento la guerra fue inevitable: el gobernador consideraba que tenía que defender su gobernación, incluso a punta de lanza, de cualquiera que quisiera apropiarse de ella sin autorización real y el mariscal, al arrebatarle Cusco, se había convertido en uno de sus más peligrosos enemigos. Sin embargo, no queriendo combatir directamente con quien había sido su amigo y compañero durante tantos años, argumentó que era viejo para entrar en combates y que, en cambio, su hermano Hernando de treinta y cinco años, quien había sido liberado durante las negociaciones, poseía la fuerza y la pujanza necesarias para hacer frente a cualquier adversario; de ahí que el 9 de diciembre de 1537, estando en Chincha le dispensara de regresar a España para llevar el oro del emperador y que asimismo le ordenase que no saliera de Pirú hasta que el reino se pacificara, debido a que él “estaba viejo y cansado”.

Poco después, el 1 de febrero de 1538, Pizarro ratificaba aquel mandato en el valle de Ica y a la vez daba a Hernando una Provisión para que capturase y actuase conforme a justicia contra Diego de Almagro. Dice así: “Don Diego de Almagro, volviendo como volvió de las partes del Levante a donde en nombre de Su Majestad había ido a descubrir y poblar dejándolo de hacer aunque para ello halló muy buena tierra y aparejada donde Su Majestad fuera muy servido, se volvió a la ciudad del Cuzco y entró en ella por fuerza de armas e se hizo recibir por gobernador consintiendo y permitiendo que se hicieran muchos robos e fuerzas a los españoles vasallos de Su Majestad, que en ella residían, e perseverando en sus delitos vino hasta el pueblo de Chincha donde fundó cierta manera de pueblo y de allí él y sus gentes han corrido toda la tierra haciendo muchos daños e robos a los naturales y españoles, a cuya causa la tierra está abrasada y asolada y Su Majestad ha sido muy deservido a todo lo cual ha dado causa el dicho adelantado, e conviene a su real servicio y al sosiego de la tierra que sea castigado de los dichos delitos. E como a capitán y criado de Su Majestad yo en su real nombre os mando que dejásedes la ida a España, a donde estábades de camino para ir con el oro de Su majestad y que quedásedes en esta tierra para me dar favor y ayuda para la conquista y pacificación…”.Seguidamente también le ordenaba: “A todo lo cual yo os he encargado y mandado que vayáis a la ciudad del Cuzco e que podría ser que yendo o estando allá o viendo topásedes con el dicho adelantado en parte donde le pudiésedes prender para que él fuese castigado de los dichos delitos que ha cometido y cesasen los que se esperan que cometerá, por tanto yo vos mando que donde quiera que lo hallárades e pudiese ser habido el dicho adelantado le prendáis o hagáis prender el cuerpo y preso procedáis contra él y le castiguéis como hallárades por justicia conforme a los delitos que hubiere cometido”[30].

En esos momentos la actitud de Pizarro era muy diferente a la que había tenido en el anterior mes de junio cuando encargó a sus hermanos y albaceas que repartieran hermanablemente sus bienes con Diego de Almagro. Entonces la guerra había estallado y ya no había marcha atrás: él debía defender los territorios ganados durante tantos años con infinito esfuerzo; por eso envió a Hernando a combatir al que por muchas décadas había sido amigo y socio.

Por su parte Almagro, enfermo, resentido desde las Capitulaciones de Toledo, fracasado en Chile y acuciado por el deseo de riquezas de sus capitanes, especialmente de Rodrigo Orgóñez, no podía devolver Cusco: la única opción que tenía era continuar en la rica capital de los Incas, en la que ya había repartido tierras a los hombres de su ejército, y desde ella buscar nuevos botines en los territorios colindantes. Ese era su propósito pero, por aquellas fechas, conociendo también que la guerra era inminente y mientras esperaba a los pizarristas, reunió el máximo número de gente que pudo durante más de dos meses: según los cronistas a ochocientos hombres y fundió metales para hacer armas de plata y cobre.

A su vez Francisco Pizarro, que asimismo contaba con unos ochocientos soldados de caballería e infantería, más ochenta arcabuceros, considerando que tenía un ejército potente, lo puso al mando de Hernando con la orden de que echara al mariscal de los límites del Cusco y éste, acompañado de su otro hermano Gonzalo y del capitán Alonso de Alvarado, inició la marcha hacia la ciudad.

El 26 de abril de 1538 ambos ejércitos se enfrentaron en los llanos de Salinas, cercanos a Cusco. Los almagristas no pudieron resistir el empuje de las tropas pizarristas y muy pronto quedaron vencidos. Consecuentemente Diego y su hijo fueron hechos prisioneros:  encerraron al mariscal en el mismo cubo donde había estado Hernando y tres meses después, el 8 de julio, fue ajusticiado, tras haber sido sometido a un proceso en el que se le acusó de tomar Cusco con las armas, de no respetar las treguas, ni los juramentos, de haber atacado a las tropas del capitán Alonso de Alvarado en el puente de Abancay y de pactar con Manco Inca para aniquilar a los pizarristas. Según los cronistas, el gobernador que estaba en Xauxa, al recibir la noticia de su muerte bajó la mirada al suelo y vertió lágrimas; sin embargo algún tiempo más tarde no quiso entregar la gobernación de la Nueva Toledo a Diego de Alvarado, a quien el adelantado había nombrado gobernador hasta que su hijo Diego llegara a la mayoría de edad, aduciendo que “su gobernación no tenía término y que llegaba hasta Flandes”.

 

Los últimos años de vida del conquistador

En efecto, entonces se sentía triunfador: había recibido el título de marqués y se consideraba dueño absoluto de la tierra conquistada, aunque no ignoraba que aún quedaban muchos problemas por resolver. Manco Inca desde Vilcabamba de nuevo arrasaba los pueblos y los caminos de la sierra, a su vez, las etnias del Collao se hallaban en pie de guerra y había que pacificarlas. De ahí que tras enviar a sus hermanos, él mismo fuera a Vilcabamba en busca del Inca, aunque ya tenía sesenta y un años. No pudo capturarle, pero fundó las ciudades de San Juan de la Frontera, después llamada Ayacucho, La Plata  y  Arequipa.  Por otra parte, la formación y mantenimiento de los ejércitos, imprescindibles para apaciguar la tierra, fundar ciudades y para las continuas expediciones descubridoras que era necesario realizar, requerían inmensos gastos y en esos momentos no había de donde sacar el dinero; por ello, aunque desde 1535 había encargado la localización de yacimientos mineros, estableció entonces las bases para su explotación.

Pizarro regresó a Los Reyes sobre el 20 de abril de 1540. Debía de sentirse satisfecho por las fundaciones realizadas y porque a raíz de la campaña de Vilcabamba, habían cesado los ataques de Manco Inca; sobre todo, por el hallazgo en Charcas de importantes minas de oro, especialmente de plata. El descubrimiento de aquellos yacimientos auguraba un enorme potencial económico en los territorios conquistados. Así pues, uno de sus principales propósitos se centró en planificar desde Los Reyes la búsqueda de metales preciosos por diversos lugares y en preparar nuevas expediciones a territorios aún no explorados.

Pero su satisfacción debió de empañarse muy pronto, porque nada más entrar en la ciudad supo que el juez Vaca de Casto, enviado por Carlos V, estaba a punto de llegar para informarse de lo que estaba ocurriendo y también de todo lo sucedido con Diego de Almagro. Es de suponer que la presencia del juez inquisidor produciría a Pizarro una gran inquietud pues, según escribió al emperador sobre el 15 de junio de 1541 no había dejado en la isla Española proseguir el viaje al contador Cáceres, a quien había enviado un año antes con la propuesta de dividir el territorio conquistado en dos gobernaciones[31]. Por otra parte, Pizarro sabía que su hermano Hernando se hallaba prisionero en Madrid, debido a las presiones y denuncias efectuadas por Diego de Alvarado y sus compañeros sobre el juicio y la ejecución de Almagro. Seguramente que el juez tendría muy en cuenta aquellos hechos, especialmente, cuando oyera las quejas de los almagristas que le aguardaban en Los Reyes.

A la preocupación por estos hechos, se unía la situación de las doscientas setenta leguas ampliadas en su gobernación, las cuales equivalían a unos mil cuatrocientos o mil quinientos kilómetros. Como se ha visto, el 27 de febrero de aquel mismo año de 1539 había expuesto al emperador que el territorio descubierto y conquistado era tan largo que no podía cumplir con el servicio de Dios y con el de la Corona, por lo que suplicaba que se dividiera en dos gobernaciones y que la suya comprendiera desde Túmbez hasta Charcas: ”…habiendo respeto que yo la gané y que mis hermanos me han ayudado a restaurar la tierra e son los que la volvieron sosteniendo este Cuzco al servicio de Vuestra Majestad, tenga por bien que esta tierra se parta en dos gobernaciones y se dé la provincia de Quito a uno de mis hermanos Hernando Pizarro o Gonzalo Pizarro haciendo la raya en el río de Daule que está junto a Túmbez y desde allá a acá arriba se cuente esta gobernación que yo tengo hasta los términos de los pueblos de la provincia de los Charcas y ésta en la tierra adentro e desde Arequipa que está en la costa por amor del puerto por do estos pueblos de la sierra se han de proveer y de allí para abajo se cuenten las provincias de Quito…”[32]. El maestro Raúl Porras Barrenechea dice que aquella demarcación comprendía los territorios que años más tarde conformarían el gran Perú; es decir que Pizarro ya intuyó el contorno que iba a tener el país.

Sin embargo, la aprobación real no llegaba; por eso vuelve a escribir: “…E podré decir que para mi daño e perdición serví y gané tierras a Su Majestad, que será causa que me queje a Dios y al mundo de tan grande agravio y cargo de conciencia y siquiera por cuatro días que me quedan de vida aunque no fuera desleal por mostrarse su Majestad grato había de permitir que gobernara todo lo que gané e sustentado a mi costa para aprovechamiento de su real Corona e patrimonio e no se olvide esta negociación como todas las pasadas, que de ninguna tengo respuesta ni sé lo que se hace y el juez está a la puerta …”[33].

Pero, a pesar de su insistencia, nuevamente pasó bastante tiempo sin que llegara la contestación del emperador; por ello, según ya se ha señalado, envió al contador Cáceres a la península para que personalmente entregara la petición en la corte. Mas Vaca de Castro había obstaculizado el viaje, quizás extraoficialmente conocía que la propuesta no iba a ser atendida pues, a principios de junio del año siguiente, en 1540, la Corona informó a Pizarro de los términos establecidos en las nuevas gobernaciones y que los territorios de Charcas y Arequipa no se hallaban comprendidos dentro de la suya.

Indudablemente, esta respuesta supuso un agravio para el conquistador; nunca había imaginado que le fueran denegados los territorios de aquellas comarcas por él descubiertas, pacificadas y urbanizadas. Los siguientes párrafos expresan la gran amargura que sintió ante ese hecho: “…Habrá seis días que llegó a mi noticia de la partición de esta gober326 nación y do tengo todas mis granjerías y repartimientos y como cosa que tanto me duele despacho un navío con este despacho, antes que el juez llegase, con una carta para su Majestad …”. “…Pido os señor por meced la veáis e conforme a ella en mi nombre pidáis el remedio porque si ansi no se parten estas gobernaciones Su Majestad no puede ser servido y yo quedo gobernador de arenales y el que tuviere a Charcas y Arequipa estará en lo mejor y éste que no lo habrá servido muy prosperado e yo abatido porque he servido puesto que no puedo creer que Su Majestad tal agravio me haga …”. “…E a mi me abate y me pone en el hospital cargado de deudas por sostener la tierra…”[34].

Era cierto, como se ha ido viendo, el gobernador había empleado todo su dinero en realizar nuevas exploraciones, conquistas y fundaciones de ciudades; confiaba en que la explotación de las minas de Charcas le podría resarcir de tantas y tan grandes inversiones, pero no se lo estaban permitiendo. Llegados a este punto es preciso preguntarse por qué la Corona actuó de esa forma: ¿Acaso temía su poder, al igual que temió el de Hernán Cortés, y por ello se lo recortó a ambos…? Fuese por el motivo que fuese, no podía conformarse; había dado toda su vida y fortuna por la Empresa de Levante y así se lo expresa al emperador sobre el 15 de junio de 1541 en otra carta en la que vuelve a reiterar la conveniencia de dividir las gobernaciones, como llevaba proponiendo desde dos años atrás, para el buen gobierno de la tierra y asimismo pide que, cuando llegara el juez Vaca de Castro, las estableciera según las demarcaciones que había establecido; pero ahora el tono de Pizarro ya no era de queja, sino exigente y casi desafiante: “…E puesto que al servicio de Vuestra Majestad así conviene e al remedio de las tierras teniendo respeto a que yo lo he descubierto e pacificado e poblado e sustentado e pagado e gastado en ello toda mi hacienda e como a primer descubridor e poblador e sustentador Vuestra Majestad como señor agradecido tiene obligación a darme el galardón que se me debe e vuestra Majestad suele dar a quien le sirve mayormente que no pido nueva merced ni nuevas tierras de las doscientas e setenta leguas que tengo en la gobernación que Vuestra Majestad me hizo merced e merecía yo antes que tan grandes servicios hubiese hecho a la Corona real e que se me den en aquello que en servicio de Vuestra Majestad mejor e más cómodamente yo puedo gobernar que es de los términos de la ciudad de San Miguel acá adelante hasta que se acabe [y] de allí comience el Nueva Toledo pues yo dejo tierra para otro gobernador…”[35].

Era su Perú, por eso había dicho a Diego de Alvarado que “su gobernación llegaba hasta Flandes”; estaba convencido de que nadie más que él podía disponer o dividir los territorios, ni siquiera Carlos V, y tal convencimiento llevaba consigo que no se conformara con la demarcación establecida por el monarca. En esos momentos, los límites de su gobernación y las intenciones de Vaca de Castro no le dejaban ver, o tal vez no quería ver, un gravísimo peligro que le acechaba muy de cerca y, aunque varias veces había escrito al emperador que le quedaba poca vida, no podía imaginar que no se equivocaba, que aquellas serían las últimas cartas que le enviaba y que nunca iba a llegar a conocer al temido juez.

Junto con el problema planteado por la división de las dos gobernaciones y las intenciones del juez Vaca de Castro, su gran fidelidad al emperador le creaba otra  preocupación: todo el territorio  pacificado tenía que estar puesto bajo la Corona de Castilla y para ello debía fundar ciudades; Manco Inca lo impedía con sus continuos ataques, de ahí que el 7 de mayo de 1541 ordenara al teniente de Arequipa, y a los de otras ciudades, que recolectaran mil pesos entre los vecinos para sufragar otra campaña contra el Inca, que tenía decidido llevar a cabo en el próximo verano[36].

Sin embargo no daba importancia al latente peligro que amenazaba a su propia persona, aunque muchas voces se lo venían avisando: era el propósito que tenían Diego de Almagro, el Joven, y sus partidarios de terminar con su vida, a pesar de que había intentado congraciarse con el muchacho llevándole a vivir con él en su casa y pidiendo al emperador que le ayudara económicamente: “Don Diego, hijo del adelantado, que Dios tenga en el Cielo, queda muy pobre. Tengo por él [el] amor que a su padre tuve, aunque él en muerte y en vida procuró mi daño y mi deshora, por la crianza que en mi casa tomó y porque yo le he de tener por hijo suplico a Vuestra Majestad muy humildemente tenga de él memoria y le mande hacer mercedes, pues haciéndolas a él las recibo yo, pues su padre sirvió a Vuestra Majestad y no le queda otro bien sino el que Vuestra Majestad le mande hacer…” [37] Pero el joven, muy unido a los capitanes del adelantado, nunca pudo perdonar la muerte de su padre y su malestar fue creciendo conforme pasaba el tiempo y ni él ni sus hombres conseguían salir de la pobreza que les embargaba desde que habían regresado de Chile; por todo ello, el 26 de junio de 1541 asesinaron al gobernador.

Como colofón baste decir, que en esta somera exposición sobre la vida y hechos de Francisco Pizarro, se ha pretendido dejar patente, en muchos momentos bajo su propia voz, la transformación del soldado analfabeto y endurecido por infinidad de batallas, deserciones y problemas con los subordinados, en el estadista y legislador que no dudó en manifestar su sensibilidad hacia el pueblo vencido y, sobre todo, sus afanes para conseguir llevar a cabo la labor civilizadora, que se había propuesto, en la gobernación que dirigía.

En tal sentido, el Doctor Arturo Chipoco, Cónsul general del Perú en España, en el prólogo que ha realizado en “Francisco Pizarro. El hombre desconocido” del que soy autora, dice: “Se ha dicho que Francisco Pizarro fue ignorante, sin embargo el camino forjado en el Nuevo Mundo lo desdice, dada la realidad conocida, es decir la historia escrita, se puede afirmar que Pizarro actuó con inteligencia para identificar a sus socios, para hacerse reconocer sus futuros derechos y posesiones sobre las nuevas tierras por el Rey Carlos V, porque supo dirigir y mandar sus ejércitos, porque hizo las alianzas necesarias para lograr victorias estratégicas, porque se erigió en el líder indiscutible de sus tropas, y finalmente porque en la práctica, fue el señor de un reino más grande y más rico de aquel que provenía”

[1] Cieza de León. Tercera parte de las Guerras Civiles del Perú: Guerra de Chupas, pg. 22. Administración García Rico y Cª, [s.a.]) Madrid.

[2]Jose Antonio del Busto. Francisco Pizarro. El marqués gobernador. Buenos Aires, 2007. Pg. 12.

[3] Barlleta Villarán. Breve historia de Francisco Pizarro, Ediciones Nowtilus, pg. 30.

[4] Francisco de Jerez. Verdadera  relación de la conquista del Perú, pg 195. Biblioteca Peruana, T. I. Lima. 1968.

[5] Cieza de León. Descubrimiento y conquista del Perú, pg. 114 Editorial Dastin . Madrid 2001.

[6] Miguel de Estete. Noticia del Perú, pg. 348. Biblioteca Peruana, T. I. Lima 1968.

[7] Historia General y natural de las Indias. Tomo V, pg. 31. Ediciones Atlas. Madrid 1992.

[8] Cieza de León. Descubrimiento y conquista del Perú pg. 73. Editorial Dastin. Madrid 2001.

[9] Lourdes Díaz-Trejuelo: Pizarro. El conquistador del fabuloso Perú, Anaya, 1988.

[10] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro. Testimonio, pgs. 304, 312. CSIC. Madrid 1986.

[11] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro. Testimonio, pg. 287. CSIC. Madrid 1986.

[12] Pedro Pizarro. Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú, pg 492. Biblioteca Peruana. Lima 1968.

[13] El diario de Inés Muñoz. El encuentro de dos mundos, pg. 1. Grupo Gastronata. Lima.

[14] El diario de Inés Muñoz. El encuentro de dos mundos, pg.2. Grupo Gastronauta. Lima.

[15] Pedro Sancho. Relación para su Majestad, pg. 278. Biblioteca Peruana. Lima 1968.

[16] Francisco de  Jerez. Verdadera  relación de la conquista del Perú, pg 261. Biblioteca Peruana, T. I. Lima 1968.

[17] Pedro Pizarro. Relación del descubrimiento y conquista del Perú, pg. 482. Biblioteca Peruana, Lima 1968.

[18] José Antonio del Busto Francisco Pizarro. El marqués gobernador, pg 172. Lima 1978.

[19] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro. Testimonio, pgs. 149-1551. CSIC. Madrid 1986.

[20] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro. Testimonio, pg. 155. CSIC. Madrid 1986.

[21] Pedro Pizarro. Relación y conquista de los reinos del Perú, pg. 513. Biblioteca Peruana. Lima 1968.

[22] Lhomanna Villena, Francisco Pizarro. Testimonio, pgs. 157, 158, 159. CSIC. Madrid 1986.

[23] Lhomanna Villena, Francisco Pizarro. Testimonio, pg. XVII. CSIC. Madrid 1986.

[24] Juan de Betanzos. Suma y narración de los Incas, pg. 231. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima 2010.

[25] Jaime Ariansen: El diario de Inés Muñoz, pg. 8. Grupo Gastronauta. Lima.

[26] Juan de Betanzos. Suma y narración de los Incas, pg. 319. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima 2010.

[27] Guillermo Lhoamann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pgs. 312-317. CSIC. Madrid 1986.

[28] Guillermo Lhoamann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 50. CSIC. Madrid 1986.   

[29] Guillermo Lhoamann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 51. CSIC. Madrid 1986.

[30] Guillermo Lhoamann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pgs. 195-198. CSIC. Madrid 1986.

[31] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pgs. 62-63 CSIC. Madrid 1986.

[32] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 55 CSIC. Madrid 1986.

[33] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 62 CSIC. Madrid 1986.

[34] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 62 CSIC. Madrid 1986.

[35] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 64 CSIC. Madrid 1986.

[36] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 144. CSIC. Madrid 1986.

[37] Guillermo Lhomann Villena. Franciscalo Pizarro, Testimonio, pg. 56. CSIC. Madrid 1986.

 

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