Oct 011985
 

Francisco García Sánchez.

El día que los caciques tabasqueños, finalizada la batalla, obsequiaron a Hernán Cortés con «un presento de oro, que fueron cuatro diademas y unas lagartijas, y dos como perrillos e orejeras, e cinco ánades y dos figuras de caras de indios y dos suelas de oro, como de sus cotorras e otras cosillas de poco valor, que yo me acuerde» (dice Bernal Díaz del Castillo, Cap. XXXVI), sin darse tal vez cuenta, ofrecieron al Conquistador, el gran tesoro de las veinte mujeres entre las cuales iba la que durante toda la campaña había de ser la «lengua», y como diría el citado autor, «una excelente mujer, que se dijo Doña Marina, después de bautizarla», y que había de ser, corriendo los tiempos, en frase de Madariaga, «una de las figuras más importantes de la Conquista», o «la poderosa auxiliar de la Conquista», según rotunda afirmación del doctor.

Hemos de reconocer, con todos los biógrafos cortesianos del momento y de todos los tiempos, que la figura de La Malinche es una figura providencial en los planes de Hernán Cortés, o el hada misteriosa que, como sombra pegada a su silueta, estaba siempre despierta y dispuesta a solucionarle todas las difíciles papeletas que a lo largo del recorrido a Tenoxtlitán, desde Tabasco, fueron surgiendo en el trato directo con los indígenas del Yukatán, Cempoala, Tlaxcala y la interminable lista de poblados en la ruta a Méjico, así como con los numerosos embajadores que el preocupado e idólatra Moctezuma iba mandando para evitar la presencia del extremeño en la ciudad de los lagos.

Realmente la figura de esta mujer providencial, fue el mejor tesoro que le pudieran ofrecer los caciques de Tabasco. Prácticamente le abrieron las puertas de la Conquista, sin cuya ayuda hubiera sido muy difícil o poco menos que imposible la realización del magno proyecto de Cortés de ser recibido por Uei Tlatoani de los aztecas.

Y si providencial fue el gran obsequio tlaxcalteca, providencial fué igualmente la historia de esta mujer, tal como queda reflejada en el capítulo XXXVII de la«Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España», del tantas veces citado soldado veterano de aquellas efemérides, natural de Medina del Campo, Bernal Díaz del Castillo, que refuta a Gómara lo referente a la Malinche.

Su primer nombre fue Malinali Tenepal, hija de un cacique de Painala llamado Teoteotingo y de su esposa Cimat. Habiendo fallecido su progenitor, Cimat volvió a contraer matrimonio con el joven Maqueytán, de cuyo matrimonio tuvieron un nuevo hijo al que declararon heredero del territorio, para lo cual tenían que hacer desaparecer a la niña anterior Malinali Tenepal que fue entregada a unos mercaderes de Xicalango, aprovechando la muerte casual de la hija de una vecina y criada del cacique, suplantándola por la de Marina.

Los mercaderes de Xicalango, la cedieron como esclava al cacique Huatley de Tabasco, que luego había de formar parte del lote de las veinte mujeres que se entregarían a Hernán Cortés después de las paces con aquella ciudad.

Malinali Tenepal, palabras alusivas al año y a la época que nació, fue posteriormente variada con la desinencia “TZIN”, que quiere indicar su calidad de «señora», en maliozín, para luego por razón de fonética venirse a llamar por los españoles con el nombre de Malinche, que al ser bautizada recibiera el nombre de doña Marina, por la relación, también fonética de María.

La Malinche, o doña Marina, que sabía la lengua colhua y la maya, adquiere un alto relieve de personalidad como complemento del también recuperado Jerónimo de Aguilar, que le traducía del castellano y de la lengua del Yukatán, donde estuvo prisionero muchos años, lo que le decía Hernán Cortes y por este medio la inteligencia con los naturales del país era casi perfecta.

En el Viaje de Hernán Cortés a Las Hibueras, pasando por el antiguo territorio de sus padres, Coatzacoalcos, perdonó a su madre Cimat y a su hermanastro llamado Lázaro, después del bautismo, y la casó Hernán Cortés con Juan Jaramillo, natural de Zafra, no sin antes él haber tenido un hijo de su unión carnal, al que puso por nombre como recuerdo de su padre, Martín.

La Malinche o doña Marina fue siempre el mejor auxiliar de Hernán Cortés, razón por la cual se la recuerda en el V Centenario.

La figura de la Malinche, es sin duda alguna una de las figuras más claramente providenciales de toda la conquista del amplio territorio azteca que Hernán Cortés se propuso conquistar. Vamos a concretar estas intervenciones providenciales de doña Marina en tres apartados diferentes donde claramente se ve que la figura de la Malinche fue decisiva: Intervenciones en las embajadas, en las sediciones y ante el propio Moctezuma, en todas las cuales, su figura fue el ángel tutelar del conquistador.

Sabemos por Bernal Díaz del Castillo, que el preocupado Moctezuma, ante la presencia de los españoles, motivó una serie de embajadas a lo largo del trayecto de San Juan de Ulua, hasta la misma ciudad de los lagos, para hacer desistir a Hernán Cortés de seguir avanzando por los caminos aztecas. La primera de estas embajadas la encabezaba Teuhtile y Pitalpitoque, junto a Cempoala. Hernán Cortés hablaba a Aguilar, rescatado de entre los indios, éste se lo comunicaba a la Malinche y ella a su vez traducía a los mejicanos el sentido de la cadena trasmisora a los asombrados embajadores de Moctezuma en un lenguaje «siempre favorable a Hernán Cortés», e incluso introduciendo palabras que su inteligencia le sugería para dejar siempre en buen lugar al conquistador. Con doña Marina, Hernán Cortés siempre salía muy aventajado en las traducciones simultáneas.

Otra de las embajadas importantes es la del pueblo Totonaque de Cempoala, cuando estos acudieron a Hernán Cortés solicitando ser sus amigos para luchar contra los impuestos de Moctezuma, y que le abría nuevos horizontes psicológicos para las futuras ayudas con las cuales habría de contar en un futuro próximo.

Pero esta embajada cempoalesa era sumamente delicada, por ser la primera vez que planteaba Hernán Cortés el asunto religioso de destruir los ídolos. La delicadeza de la Malinche tiene una intervención magistral ante el cacique Gordo, convenciéndole para que en el propio teocalli, donde antes adoraban a sus dioses, se estableciera una capilla dedicada a la Virgen, la primera ermita, sin duda alguna, del continente americano, dejando como ermitaño de la misma al cordobés Juan Torres. La lista sería interminable. La figura de doña Marina representaba en las embajadas aztecas todo un papel diplomático sin igual.

La extraordinaria inteligencia de que estaba dotada, sus dotes personales y el gran amor que sentía por Hernán Cortés, la hacían estar siempre en permanente alerta para defender la vida de su amo y señor. Es sin duda alguna en Cholula donde la figura de la Malinche se agiganta, para avisar reiteradas veces a Hernán Cortés del peligro que corría su persona en la conjura secreta del pueblo Cholulteca. Ella por su cuenta, sonsacó con dádivas a una anciana india todo el secreto de la sedición que preparaban, y Hernán Cortés cuando decidió el asalto de los conjurados sabía bien el terreno que pisaba, resultando un rotundo éxito, lo que en principio hubiera sido, sin duda, su fracaso final y definitivo. A la Malinche, doña Marina, debe Hernán Cortés su propia vida en otras dos ocasiones, cuando la conjura, no sólo de los indios, sino del bando velazquista español, eran inminentes peligros cara a su integridad personal. Siempre ella, ángel providencial que se cruzó en el camino de Hernán Cortés, fue el hada misteriosa del triunfo.

El papel de la Malinche fue totalmente necesario como interprete fidelísima en lo concerniente a la persona del propio Moctezuma. He pensado muchas veces en qué hubiera sido de Hernán Cortés de no haber existido este personaje en la penumbra, cuando se presentó al conquistador la difícil papeleta de la entrada en Méjico; en sus relaciones personales con el primer mandatario azteca; en su delicada misión de hacerle prisionero; en el caso de Guaupopoca; en la muerte de Escalante; así como en muchas otras ocasiones donde Hernán Cortés brilló a gran altura como diplomático, estratega y gobernante gracias a la labor callada de su incondicional interprete que siempre aparecía a su lado como una sombra benéfica adivinando su pensamiento, adelantándose a la jugada, previendo todas las dificultades, sólo con el único fin de que su dueño y señor pudiera ser el protagonista.

Oct 011976
 

Francisco García Sánchez.

Párroco de Santa Cecilia de Medellín

Junto a la puerta, que da acaso al segundo compartimiento del Castillo y que durante muchos años fue cementerio de la villa, a mano izquierda, un pequeño montículo de tierra, sobre el que durante la primavera nacen y crecen jamagos silvestres, nos indica al visitante de la hercúlea fortaleza de Medellín, el lugar donde descansan los restos mortales de un gran sacerdote, que amó y defendió, hasta el ultimo momento de su vida, un día 17 de enero del 1924,las gloriosas gestas de un pueblo histórico, que como Medellín, está catalogado entre los primeros de la zona extremeña, por méritos propios, en virtud del papel transcendental, que le asignara la Providencia, en el decurso de los siglos: Don EDUARDO RODRÍGUEZ GORDILLO.

Para muchos, incluso especializados en temas históricos, el enunciado de este nombre, no le dice nada. Inicialmente y en líneas generales, su obra es anónima. Y sin embargo la figura de Rodríguez Gordillo, es absolutamente necesaria, para el historiador que intente escribir una biografía metelinense. Su paso por la villa, oficialmente al menos desde las seis de la tarde del día uno de julio del año 1883 -dato éste que tomamos de sus mismos apuntes históricos- hasta la citada fecha del 17 de enero de 1924, en que falleciera, constituyen un periodo de cuarenta y un año, todo un record de permanencia en la famosa parroquia de San Martín, donde recibiera las aguas bautismales el Conquistador de Méjico, una mañana del mes de noviembre del 1485.

EDUARDO RODRÍGUEZ GORDILLO, historiador de Medellín, necesita levantarse de ese montón de escombros, que la incuria y el olvido han ido acumulando sobre su cadáver y aparecer de nuevo sobre las almenas de nuestro castillo, para recibir el justo homenaje, que se le debe, como defensor nato de este trozo de terreno extremeño, que es Medellín, encelado en las aguas del Guadiana, sobre las que como nítido espejo, se dibujan las siluetas de sus cuatro parroquias y la impresionante mole amurallada de su castillo.

A levantar esa figura de sus escombros, tiende este trabajo histórico que presento a los VI Coloquios de Trujillo. Me sentiría satisfecho si al estudiar la PERSONA y la OBRA de este sacerdote benemérito de nuestra diócesis, mi aportación sirviera para darle a conocer y para que su nombre, figurara en las listas de honor de esta gran Extremadura.

Estudiemos en primor lugar su PERSONA:

He estado varias veces en Herrera del Duque, la tierra austera de la Siberia Extremeña, por cuyos encinares y elevados riscos, parece vislumbrarse la figura del gran maestre de Alcántara, Don Gutierre de Sotomayor, de quien alguien ha dejado escrito: «que teniendo voto de Castidad, reconoce en su testamento a quince hijos y deja pensiones a cuarenta amantes, al mismo tiempo que, con voto de pobreza, dispone de sus fabulosos bienes, entre los que figuraban unos estados territoriales, de más de medio millón de hectáreas, o sea en números redondos, la equivalente a la cuarta parte de la provincia de Badajoz…»(Extremadura-Conde de Canilleros-Espasa Calpe-S.A.Madrid 1961-páginas 373-4) pero allí, nadie sabe nada de Don Eduardo Rodríguez Gordillo.

Tal vez he pasado junto a la puerta de la casa que le viera nacer, tal vez he recorrido las calles que el recorriera y haya pisado los mismos rollos que él pisara, pero la huella de su inicial personalidad, no la he encontrado en Herrera del Duque, donde, a juzgar por los datos que de él tengo, tuvo que nacer sobre los años de 1840. Y si sabemos el dato de su nacimiento en Herrera del Duque, es porque el mismo lo deja consignado en su «Apuntes Históricos de Medellín», cuando se hace relación del presbiterológio de la parroquia de San Martín, antes aludida.

¿Porque siendo sacerdote de nuestra diócesis de Plasencia, con cargo espiritual, de almas en la parroquia de Abertura y Medellín, nació en un territorio fuera de la jurisdicción del Obispado…?

¿Fueron sus progenitores funcionarios públicos, que después del nacimiento de su hijo pasaran a vivir a territorio placentino, donde después recibiera la vocación sacerdotal…?

¿Fue tal vez sacerdote incardinado después en la diócesis de Plasencia…?

Son preguntas que de momento no tienen respuesta.

Salvadas estas lagunas iniciales y colocados ya en Medellín, la personalidad de Don Eduardo, queda ya mas concentrada y reducida, propicia por lo mismo, a un estudio psicológico que le hicieron sus antiguos feligreses, ya mayores, que le conocieron:

La fallecida anciana Dña. Lucrecia Ulloa González de Ocampo, cuya familia se gloriaba de la amistad de Don Eduardo, me contaba hace dos años antes de morir:

Era hombre de carácter duro, que imponía su voluntad en los actos públicos y a quien el pueblo obedecía incondicionalmente, como movidos y vencidos por lo poderoso de su mandato.

Era muy generoso y amigo de hacer el bien, siempre que podía:

En cierta ocasión fue a Sevilla, buscando como en la parábola del hijo pródigo a un estudiante, que victima de sus pasiones, había empeñado su propio traje y se encontraba enfermo en un hospital. El Estudiante Julio Gómez, que así se llamaba el infortunado, recibió de Don Eduardo la cantidad suficiente para desempeñar su traje, pagar los gastos de la clínica y traerlo de nuevo a Medellín, para entregárselo a sus padres.

Era un gran orador. Todavía recuerdan algunos ancianos los famosos sermones del Descendimiento de la Semana Santa, en los que al hacer de una manera práctica, el descendimiento de la Cruz, con el famoso Cristo de las misericordias, destruido posteriormente el año 1936, en el antiguo convento de las Madres Agustinas de esta villa, la gente lloraba incluso en voz alta. Que era un gran orador, lo recuerdan igualmente los que le conocieron en las fechas memorables para Medellín, de la Inauguración del monumento a Hernán Cortes el año 1890, figura destacada, sobre todos los oradores de turno a quienes anuló, según los datos de la prensa de aquel tiempo, y que él tuvo la delicadeza de copiar para sus apuntes históricos.

Era un hombre sencillo. Como todos los curas de su tiempo se rodeaba de círculo de amigos, para la partida de la tarde, que frecuentemente se tenia en casa de Perico Molina o de su vecino Juan Tena, siendo el café, ritual riguroso del final de estas partidas, en las cuales Don Eduardo Rodríguez era un consumado maestro, aunque mal perdedor, cuando la suerte le era adversa.

Cura de su tiempo y de sus costumbres, tenía su olivar en el lugar llamado de San Blas, junto a la ermita del Santo y una media fanega de terreno en el lugar denominado «Camino del pozo de los gatos» y otras dos fanegas junto a la estación, que comprara a Don Silverio de Don Benito.

Todavía recuerdan nuestros ancianos feligreses, el famoso «albarillo» de Dan Eduardo, en estas posesiones de la Estación, la burra blanca del párroco de San Martín, con la cual se desplazaba de vez en cuando al caserío de Cazalet, para en su oratorio privado decirles la Santa Misa a sus dueños y propietarios, así como a los encargados del servicio material de la finca. Estos desplazamientos campestres, los hacía de paisano, con su ya clásica chaquetilla negra, diseño en rustica de los variadísimos modelos actuales de nuestros clérigos vaticanistas.

Con razón, el historiador azteca Don Carlos Pereyra, que para escribir su obra, «Hernán Cortés», hubo de visitar personalmente la patria chica del Conquistador de Méjico y pudo hablar con don Eduardo Rodríguez Gordillo, nos dejara esta impresión del cura metelinense:

«Alternaba la sotana de Clérigo, con la chaqueta de labrador. Pronto pude advertir, que lo mismo sabe sembrar un campo y construir una casa, que decir un sermón o componer un libro» (M.Aguilar-Editor-Marqués de Urquijo 39-Madrid 1931,página 11).

Estas son pinceladas humanas, de un clérigo de su tiempo. Uno mas de los de su época. Un cura sabio e historiador revestido de lo rural, enmarcado en unos limites de tiempo y lugar, con una familia sencilla, compuesta de una madre, a quien él cerrará piadosamente los ojos de la muerte, de una sobrina casada, cuyo marido se preocupaba de las tierras del tío cura, en la lógica esperanza de ser un día los herederos forzosos de los bienes clericales, cuando la muerte le desprendiera de estas posesiones, compradas con el diario ahorro de unas bodas, unos bautizos, unos funerales o unos responsos.

Al final de su vida, ya cecuciente, anciano y sin fuerzas, se vale de sus piadosos fieles, para qua como lazarillos angélicos le ayuden a subir la cuesta de San Martín, para decir de memoria, la diaria misa de la Virgen, Salve Sancta Parens.

Las manías seniles, no respetaron al cura Rodríguez Gordillo, que como secuela de los años, le instaba a romper en pedacitos muy pequeños cualquier papel que caía en sus temblorosas manos, que antes habían manejado la pluma con tanta soltura y fecundidad de conceptos.

Pero hay una pincelada, fina, delicada, espiritualmente de un gran significado teológico. Me lo contó una anciana, que le conoció personalmente y fue testigo ocular: A la muerte de su hermana, sembró sobre la sepultura, un rosal. Cuando este rosal abrió a la luz del sol la primera flor, Don Eduardo la cortó para depositarla a los pies del sagrario de su parroquia de San Martín. Corto igualmente una ramita y la sembró en su huerto. Diariamente le regaba con cuidado y esmero y de este rosal ya trasplantado, se cortaron las mejores rosas, que adornaron siempre la puertecita del sagrario. Yo diría que de las propias cenizas de la muerte, don Eduardo saca la vida, que despojada de nuevo por la muerte, a los pies de la Vida, con mayúscula, es la gran lección de la esperanza que un día cantara Zorrilla, a la flor, que vio nacer de una calavera.

Por una de esas paradojas caprichosas con matiz de horóscopo periodístico, sobre su sepultura del Castillo, revolotean a diario miles del «cernícalos», el pájaro que, según manifestación de los que le conocieron, era para él una autentica pesadilla, superior a sus fuerzas, es hoy pregonero de su silencio y de su anonimato.

Por el Boletín Oficial del Obispado de Plasencia, año LXXII, Enero 20 de 1924, NS 2, pagina 28, sabemos que Don Eduardo, desempeñó los cargos de Ecónomo de Higuera de Albalat, Navalvillar de Pela. Abertura y Romangordo y párroco de San Martín. Igualmente por medio del libro de personal del Obispado, año 1902, folio 154, gentileza que debemos a don Román Gómez Guillén sabemos también otros datos:

Que la parroquia de San Martín, en este año era filial de la de Santa Cecilia, que tenía quinientas almas, que Don Eduardo Rodríguez Gordillo cobraba de dotación 1.125 pesetas y que murió, recibidos los santos sacramentos, el día 17 de enero 1924.

Por carta de fecha 27 de agosto, del año en curso, firmada en Roturas por el Ilmo. Sr. canónigo de Zaragoza, académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, D. Francisco Fernández Serrano, auténtico maestro en la paciente labor de investigación de legajos antiguos, sabemos que nuestro biografiado D. Eduardo Rodríguez Gordillo, hizo de Secretario de la Visita Pastoral, que por delegación del Exmo. Sr. Obispo de la Diócesis Placentina D. Pedro Casas y Souto, en la persona del entonces párroco «Arcipreste de Logrosán Lic. D. Julián Muñoz Hernández, con fecha 20 de enero 1893 (libro V, folio 420-423 de Roturas) hiciera el citado arcipreste.

Por carta del entonces ecónomo de Abertura, lugar desde donde vino a Medellín Don Eduardo, firmada en la dicha localidad cacereña, con fecha 15 de mayo del 1972, D. Manuel Pérez Cáceres, sabemos que estuvo en aquella parroquia, desde noviembre del 1882 a enero del 1883, que escribió la primera partida el cinco del citado noviembre y la última el tres de enero. Total 16 partidas. Que sustituyó en el cargo al párroco Don Máximo Fernández y a él le vino a reemplazar el Rvd. D. José María Robles.

He ahí unas pinceladas humano-sacerdotales, de una biografía, que comienza en Herrera del Duque, en un año desconocido y termina al amparo de los muros de un castillo, un 17 de enero de 1924, sobre cuya tumba, crecen hoy, con vitalidad salvaje, unos jaramagos. Todo un símbolo.

Junto a la personalidad de este sencillo cura metelinense, ha quedado su Obra. Una obra pastoral, humana, ministerial, pero una desde el punto de vista que a nosotros nos interesa HISTÓRICA.

Sus «APUNTES DE MEDELLÍN», es una obra única en su clase. Obra detallista, observadora, experimental, auténtica. Viene a enlazar, según el ritmo de los tiempos con la obra del famoso arcipreste de nuestra villa, Don Juan Solano de Figueroa y Altamirano, en su estudio biográfico de «HISTORIA Y SANTOS DE MEDELLÍN» impresa en Madrid, por el Impresor del Reyno, Francisco García y Arroyo, el año 1560. Los APUNTES de Don Eduardo Rodríguez, pueden ser la segunda parte de la citada obra histórica.

Gracias a estos APUNTES del párroco Rodríguez Gordillo, Medellín tiene hoy el magnifico tesoro de unos datos históricos fundamentales de lo ocurrido en Medellín en la primera mitad del siglo veinte:

A través de estos apuntes, Rodríguez Gordillo es primeramente un hombre SINCERO. Nos dice que escribe por l) Su deseo natural de Saber y de saciar su curiosidad. 2) Para poder orientar a los habitantes de Medellín y a los muchos forasteros que visitan la villa y por último, 3) Para dejar a la posteridad el fruto de sus trabajos.

SINCERO en cuanto a sus fuentes informativas: l) Coordinar algo de lo que acerca de Medellín han escrito: Solano Figueroa y Altamirana, modesto de la Fuente, Pascual Madoz, Don Vicente Barrantes y otros que escribieron de heráldica, cuyas obras ha consultado. 2) Usar el Archivo Municipal y parroquial principalmente el de San Martín, cuya parroquia dirigió durante cuarenta años. 3) La contemplación de visu de lápidas y piedras históricas que hacen referencia a Medellín y por último 4) Su propia experiencia, que en frase del escritor Carlos Pereyra, es un hombre que «conoce la historia de cada piedra», «tiene fervor de anticuario, pero lo cultiva con la elegante distinción de la duda metódica». Es, sigue diciendo el historiador azteca,»un anticuario, a quien domina el sentido estético de la vida».

Si la sinceridad es el primer paso del historiador, la obra literaria del cura Rodríguez Gordillo, es ante todo una obra de autentica credibilidad: «No intento mentir» «si alguna vez sugiero o digo algo, que luego no está en conformidad con la realidad, acháquese a mi ignorancia, pero no a mi deseo de sensacionalismo o de sentar cátedra», son palabras que lo dicen todo.

Para mí, la obra de Don Eduardo, no es solo meritoria por ser el enlace directo con lo publicado anteriormente, el sino porque el se sienten protagonista de ese enlace y tiene conciencia clara de su papel de historiador, que deja tesoros a una posteridad, que los va a necesitar en todo momento. Es decir su vocación transcendental, que llena un vacío y a cuyas fuentes se ha de acudir para las futuras investigaciones metelinenses.

Gracias a sus APUNTES, sabemos detalles curiosísimos de nuestros monumentos representativos, de las costumbres de su época, de los hallazgos arqueológicos, de la situación topográfica de edificios desaparecidos.

No creo exagerar, si afirmo, que el remate glorioso de su obra, que le caracteriza, que le personifica y le distingue, es su providencial momento en las fechas de inauguración y preparativos del monumento a Hernán Cortés, en la plaza que hoy lleva su nombre.

El párroco de San Martín, sobrenombre con el que se le distinguió siempre en aquella efeméride gloriosa, era un hombre, que estaba en todas partes, que lo llenaba todo, que removía todos los resortes, que anotaba todas las circunstancias, de pesos, medidas y horarios.

El, forma parte de la Junta pro Monumento, con el alcalde Eladio Gómez Sánchez, Don Juan Damián de Tena y con el médico y cirujano de la villa Don Manuel Pedraza, el 24 de junio 1888.

El, es el autor de todas las circulares, enviadas a todos los ayuntamientos de Extremadura, solicitando ayuda económica. El, habla directamente con el escultor don Eduardo Barrón. El, organiza la bendición solemne de la primera piedra, la tarde del domingo 13 de abril de 1890, dirigiendo al final a la multitud elocuente discurso. El, es el hombre que con una balanza en la mano y un reloj en la otra, pesa las piedras monumentales y toma nota de la hora en que la mano del albañil, Francisco Martín de Madrid, alias «el pucherito», las deja colocadas en su sitio:

«El pedestal, está compuesto de cuatro grandes pilares, de unas 300 arrobas de peso cada uno…..el escudo de Medellín, está fundido en una placa de bronce, que pesa una arroba y tres libras……la efigie del Conquistador tiene tres metros…..el plumero de la borgoñota tiene 30 centímetros…..etc.», son datos muestrario de la minuciosidad histórica de sus apuntes.

A una distancia de 86 años, la fecha 2 de diciembre de 1890, tiene hoy día la novedad y la frescura periodística actual, como si se acabara de escribir. El número de invitados, su categoría diplomática, el orden de sus intervenciones, el propio menú de la comida oficial, los actos y discursos, el ambiente que reinaba, han quedado plasmados como en una cinta de sonoridad histórica, y a donde vamos a beber los que sentimos la sed de los acontecimientos históricos.

Eduardo Rodríguez Gordillo, sólo por estos capítulos, fielmente narra dos en sus apuntes, milagrosamente salvados por la maestra Dña. Cecilia González, en los años de la guerra, bien merecía hoy un justo homenaje de gratitud. Dejemos a la prensa de aquellos días, que el tuvo la paciencia de copiar a la letra, que nos trace la semblanza histórica de Rodríguez

Gordillo, protagonista número uno, que con el sobrenombre de Párroco de San Martín, fue el alma del acontecimiento.

Entre la prensa de aquellas fechas, Rodríguez Gordillo, con esa vocación histórica, a quien Carlos Pereyra califica de verdadero arte, nos ha dejado a la posteridad, material auténtico, con el que se ha de contar siempre que alguien tome sobre sí la tarea de escribir la Historia de Medellín.

De una manera esquemática, he aquí un resumen periodístico:

El periódico de Badajoz, LA CRÓNICA, en su numero 3 de diciembre del 1890 pasando lista a todos los oradores de la fiesta, dice de Don Eduardo: «mereció el aplauso de todos…»

El AVISADOR, también de Badajoz, en fecha 11 de diciembre, felicita en general a los organizadores por: «haber sabido interpretar fielmente el pensamiento religioso», se del Conquistador.

EL EXTREMEÑO, publicación pacense, hace un parangón entre los diversos oradores y destaca sobre ellos al párroco de San Martín: «Fue el discurso más sinceramente aplaudido, de los que se pronunciaron y así nos complacemos en decirlo, a fuer de imparciales».

Un redactor del periódico republicano, EL DIARIO DE BADAJOZ, hablando de la inauguración del Monumento a Hernán Cortes, en el numero del día 12 de diciembre, después de explicar todo el discurso del párroco de San Martín, recopilación histórica del Medellín pasado, con sus santos, sus mártires, sus personajes famosos, termina diciendo del orador Rodríguez Gordillo: «Fue un discurso correcto, relacionado con el acto, y no puede dudarse, que fue el más apropiado y aceptable en esa ocasión».

EL EMERITENSE, periódico publicado en Mérida, en el 6 de diciembre, relatando lo ocurrido en Medellín, el pactado día 2, dice: «El Señor Cura, como miembro de la comisión, hizo una excursión por el campo de la historia, para demostrar la antigüedad de Medellín, mayor aún que la Emérita Augusta y que en todos los tiempos y en todos los ramos del saber, había producido aquella villa, santos y héroes, sabios e ilustres varones, que honraron a Extremadura, demostró los muchos estudios que había hecho para precisar la fecha del nacimiento de Hernán Cortes …etc. y al final fue muy aplaudido».

LA PRENSA, periódico de Don Benito, en el 7 de diciembre, publicaba un amplio reportaje de los hechos, con detalles curiosísimos y a la hora de felicitar a sus organizadores, dice de Don Eduardo: «Tuvo periodos brillantes, que fueron recibidos con vítores y repetidos aplausos». En espacios más adelante le cita diciendo de él: «Digno párroco de San Martín e incansable en todo, a fin de que no faltara nada en la grandeza de la fiesta».

De LA ILUSTRACIÓN CATÓLICA, Rodríguez Gordillo tuvo la paciencia de copiar íntegro lo relativo a esta fiesta, que publicó posteriormente en el numero 5 con fecha del 15 de marzo 1891, y de esta revista de Madrid, se conserva una amplia biografía del escultor Don Eduardo Barrón, su nacimiento, sus estudios pensionados en las diversas academias españolas y de Roma, sus obras como «El Viriato», «Adán después del pecado Santa Eulalia ante Daciano» -el grupo monumental «Ronceavalles», etc., materiales todos interesantísimos, que se hubieran perdido, de no estar aquí en Medellín un hombre vocacional a quien Pereyra llama: «benemerito historiador», en su libro citado de Hernán Cortés, página 11.

Si Rodríguez Gordillo, salvó este cúmulo de datos culturales, copiando con paciencia de monje medieval, todo lo concerniente a Medellín y sirvió de enlace, con Solano Figueroa y Altamirano, a Don Eduardo debe Medellín y Extremadura entera, el que hoy los turistas puedan contemplar la famosa Pila Bautismal, donde se bautizara Hernán Cortés, sacándola de entre los escombros, donde habla sido arrojada por otras manos clericales más inexpertas, en unas obras que se hicieron en la parroquia de San Martín colocando una nueva pila, más moderna, pero menos histórica.

Al historiador Rodríguez Gordillo, debe Medellín además de la recuperación para los recuerdos históricos de la villa, de la preciosa joya de la Pila Bautismal de San Martín, la piedra -escudo, del Conquistador de Méjico, que hoy, colocada en el lugar donde estuvo la casa de su nacimiento, junto a la estatua, sirvió en un principio para rematar el mausoleo que mandara edificar en el convento de los Padres Franciscanos de Medellín, para dar cristiana sepultura a sus padres, Don Martín y Dña. Catalina.

La recuperación de esta piedra-escudo, obra personalísima del párroco de San Martín, que con ese espíritu de anticuario, que le atribuyera Carlos Pereyra, mando bajarla de unos carros de Don Benito, que se la llevaban junto con otras de valor, una vez destruido por los Falcones el recinto franciscano junto al río Ortigas. Como dato anecdótico hubo quien ofreció a Don Eduardo para esta piedra histórica el mismo peso que tuviera, pero pagándolo en cobre. Hoy día la famosa piedra colocada sobro la toza, de la misma casa donde naciera Hernán Cortés también recuperada de los escombros por el propio Don Eduardo, recibe los malos tratos de las pisadas de los niños que juegan en la plaza, o sirve, como testigo mudo de los idílicos amores de los tórtolos humanos de nuestros tiempos, que sentados junto a ella, se juran el ya romántico amor eterno, cuando el sol desaparece entre la torre de Santa Cecilia y la Sierra de Yelves.

Gracias a Don Eduardo, hoy, un arquitecto cualquiera podría recomponer la histórica casa donde naciera Hernán Cortés, pues en sus APUNTES nos ha dejado tan detalladas las medidas y las formas del edificio, que su edificación, podría ser relativamente fácil.

Al historiador Rodríguez Gordillo, debemos constancia de la visita que un 6 de febrero de 1897, hiciera a nuestra villa el Rey Don Alfonso XII, acompañado del entonces Presidente del Consejo, Don Antonio Cánovas del Castillo, en cuya visita recibió el titulo de capellán de honor de la Casa Real el todavía párroco de Santa María del Castillo Don Francisco María de Jesús y Caballero, que siendo natural de Cuacos desempeñó los cargos de Coadjutor del Torno, Ecónomo de Piornal, Párroco de Almaraz, desde donde vino a Santa María del Castillo de Medellín un 16 de abril del año 1886, hasta su retirada al 15 de marzo 1894.

A la valiosa pluma de Don Eduardo debemos los datos de la construcción de la Capilla del S.Cristo de las Misericordias, su importe, su maestro de obras, así como las del coro de San Martín, los datos referentes a las fundaciones de los conventos de las religiosas concepcionistas y Madres Agustinas, las fechas cumbres de las grandes crecidas del Guadiana, las grandiosas obras realizadas en el templo de Santa Cecilia en la bóveda del último compartimiento del templo, su importe, su duración, la figura del párroco Don súbitamente Lozano y Malfeito, que siendo natural de Guareña, ex religioso jerónimo de Yuste a sus 80 años de edad acometió la gran empresa de restaurarla, con la limosna inicial de dos mil pesetas que le entregara el Obispo Placentino Don Pedro Casas y Souto.

La lista sería interminable. Al tomar yo posesión de Santa Cecilia de Medellín, quise enlazar los años históricos de la Guerra Civil, donde Medellín es protagonista cien por cien y publiqué estos datos en la «Evocación de la Vida de un Sacristán», y desde entonces, en nuestros archivos parroquiales, imitando a Rodríguez Gordillo, abrí un libro de nuevos APUNTES, que contienen al día las efemérides de la Villa.

La figura de Don Eduardo, sepultada debajo de unos escombros junto a una de nuestras puertas del Castillo, sin una lápida, ni una señal que nos recuerde a este gran párroco, es para mi una eterna pesadilla.

Quisiera terminar como comencé. Sobre este montón de olvido y de abandono, quisiera arrancar hasta en sus raíces la figura del jaramago silvestre y en su lugar sembrar un rosal, como él lo hiciera sobre el cadáver de su hermana, para que luego, cuando, un periodista, un historiador, un hombre que sienta en su ser inquietudes extremeñas, recibiera uno de sus pétalos, como recuerdo de su visita y recordara a quien durante cuarenta y un años, fue el cantor, el protector, el enamorado de estas tierras y que hoy, no tiene en Medellín, ni una calle, ni un signo externo que nos recuerde su benemérita obra.

Como el poeta de las Rimas, al contemplar la empolvada lira colgada del techo, yo le diría hoy a este hombre olvidado, no solo en nombre propio, sino en nombre de toda Extremadura, aquí presente: !Don Eduardo. Ha llegado la hora. Levántese y ande…!

Francisco García Sánchez
Párroco de Santa Cecilia Medellín
25 de julio 1976

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