Dic 012014
 

José Luis Cifuentes Perea. Licenciado en Historia Contemporánea. Universidad de Barcelona.
Manuel Antonio García Ramos. Militar en la Reserva.

«La más hermosa tierra, que jamás vieron ojos humanos» decía Cristóbal Colón al dar cuenta del descubrimiento de la Isla de Cuba; estamos en las postrimerías de octubre de 1492, más de cuatrocientos años después, a las 12 de la mañana del 1 de enero de 1899, Adolfo Jiménez Castellanos, último Gobernador y Capitán General español de Cuba, cumpliendo con el punto uno del Tratado de Paz firmado en Paris el 10 de diciembre pasado renunciaba en nombre de España a «todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba»

 Con ese Tratado se ponía punto y final al dominio de un territorio a la vez que se abría un nuevo periodo histórico que iba a dejar una huella enorme en la conciencia social española, huella que inca sus raíces en el último episodio de las guerras de independencia de Cuba, años 1895 a 1898. En ese último momento España se vio abocada a una guerra indeseada y en ocasiones incomprensible. Extremadura y Trujillo en especial, otrora protagonista de innumerables hazañas en los inicios de la colonización, como todas y cada una de las restantes ciudades españolas también sufrió y experimentó el coste tanto humano como material de la pérdida de los últimos restos del gran imperio español, aquel donde jamás se ponía el sol.

 Decenas de miles de hombres fueron conducidos en un total de 15 expediciones con decenas de viajes al otro lado del Atlántico a luchar por la integridad de la patria, y también decenas de miles de ellos y millones de pesetas, fueron tragados por la vorágine del conflicto; el egoísmo de unos y el imperialismo de otros arrastró a la sociedad española a participar en la defensa de sus intereses legítimos, tal como creían la gran mayoría de españoles peninsulares.

 El coste humano para España de ese último episodio fue descomunal, la bibliografía existente da una horquilla de entre 45.000 y 55.000 fallecidos, las cifras definitivas están aún por determinar. Como todas las ciudades de España, Trujillo también pagó su coste en vidas. Un coste que nuestras investigaciones cifran en veintinueve hombres, trece repatriados por enfermedad y 15 fallecidos en la contienda, la mayoría víctimas de enfermedades endémicas, ocupando el quinto lugar en bajas de militares nacidos en localidades cacereñas, y uno en el transcurso de la repatriación, una vez finalizada la guerra. A los soldados trujillanos, en otro tiempo protagonistas de la historia de la colonización, ahora de la defensa de la españolidad de la isla, va dedicada esta comunicación, tanto a los que volvieron enfermos como a los que quedaron en la Isla para siempre víctimas de aquella contienda.

 1. EL RECLUTAMIENTO DEL EJÉRCITO

 La historia de la mayor movilización de hombres, 215.000 que atravesaron el Atlántico hasta la primera guerra mundial, arranca de las leyes de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército, primero la de 1885 y aplicable los dos primeros años de la guerra, y después la de 1896, modificación de la anterior.

 El Servicio Militar en España abarca desde los tiempos de Carlos III y el Conde de Aranda allá por 1770, hasta los de Juan Carlos I y José María Aznar, año 2001. En medio leyes, reglamentos y ordenanzas que sirvieron para adecuar la normativa a la realidad social y política de cada momento.

 Partiendo de la idea revolucionaria francesa de “el pueblo en armas” y “la natural obligación que tienen los vasallos de toda clase y condición de concurrir a la defensa del Estado”, fue configurándose este fenómeno social novedoso por su alcance, pero contradictorio en su aplicación, ya que a la vez que abría la obligatoriedad de la prestación sea cual fuere el grupo social a que se perteneciese, establecía también la posibilidad de que mediante el pago de una cantidad de dinero, la obligación de servir fuese conmutada, generando durante el siglo XIX un estigma pernicioso que desnaturalizaba la prestación, porque daba la impresión de que para defender a la Patria, además de medir más de metro y medio, se debía estar en posesión de otro requisito infalible: “ser pobre de solemnidad”.
La importancia de todo lo militar en el siglo XIX fue muy significativo en España por dos razones, la primera por el estado casi permanente de guerra que se vive a lo largo de todo el siglo, bien en territorio metropolitano con sus guerras napoleónicas, carlistas, cantonales, o bien en Ultramar (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), y las posesiones del norte de África; y en segundo lugar los constantes pronunciamientos militares, anotemos que entre 1814 y 1886 existen documentados hasta un total de 47 casos, acabando la mayoría en fracaso. De ahí que las familias hicieran lo posible y lo imposible por salvar a sus hijos varones de tan nefasto trance.

 ¡Todos o ninguno! Era el grito de las multitudes en los puertos de embarque, incluso el de los políticos cuando no ejercían responsabilidades de gobierno. Para las clases populares la prestación acabó convirtiéndose en un “impuesto de sangre”, así se le conocía popularmente, en contraposición con el “impuesto económico”.

 Al cumplir 19 años los jóvenes entraban en todo un complejo y dilatado proceso que podía terminar marcando su futuro más inmediato. El proceso marcadamente municipal y localista se desarrollaba en diversos espacios cronológicos, los primeros de ellos desarrollados en el mes de enero, y los últimos la entrega de los jóvenes en caja para el sorteo, variable según la Ley de quintas que se aplicase, y las necesidades que la misma guerra impuso.

 La entrada de un joven en quintas era en los años de nuestro estudio, todo un viaje a lo desconocido, ya que como bien apuntaba Óvilo Canales en 1898, del buen desarrollo del acto de reclutamiento iba a depender que los hombres que regresasen a sus hogares una vez concluido este [el periodo de prestación] fuesen fuertes y vigorosos o seres raquíticos y miserables, capaces sólo de producir una generación enteca, ruin y enfermiza. Era jugar a una lotería en la que las posibilidades de que el premio fuese la muerte eran muy altas. A título informativo diremos que la Memoria resumen de la estadística sanitaria del ejército español del año 1896 referida a la fuerza de guarnición en la Península, constataba que la mortalidad de las tropas españolas por enfermedad, era hasta seis veces mayor como media, que en el resto de ejércitos europeos y que el índice de jóvenes con 19 ó 20 años, fallecidos doblaba al de edades posteriores, así como los que morían durante el primer año de servicio .

 Pero ¿cuáles fueron las causas de tan alta mortalidad en las filas del ejército español y muy especialmente en el ejército colonial?, intentaremos brevemente dedicar unas líneas a
resolver este tema.

2. LA MUERTE DEL SOLDADO ESPAÑOL

La guerra como fenómeno histórico-social tiene muchas caras, y todas constituyen la peor forma de desastre posible, generan hambre, muerte, enfermedad, derrota y por si esto no fuera poco el debilitamiento total de las estructuras económicas, estatales y sociales. Todas y cada una de ellas fueron vividas y soportadas por el soldado español en las postrimerías del siglo XIX de una forma prolongada. Por esencia la guerra es violencia, pero en muchas ocasiones, y en el caso de las guerras de independencia cubana lo es, esa violencia no se ejerce directamente a través del uso de las armas o del empleo de la fuerza física sobre el contrario, sino que se ejerce con el empleo de cualquiera de los medios a los que se tiene alcance, atacando no ya el objeto físico, en este caso al soldado español, que también, sino a los fundamentos morales que sustentan la razón de ser del militar, su voluntad de vencer.

 Llevar a cifras el resultado de una guerra no es tarea fácil, Cuantificar las bajas sufridas en uno u otro bando es siempre difícil, y más si en las crónicas, diarios personales, narraciones, libros recopilatorios, historias de la guerra, etc. encontramos con frecuencia expresiones como «numerosas bajas», «dejamos gran cantidad de muertos en el campo de batalla», «se ignoran las bajas pero se presumen que fueron muchas», «se desconocen las bajas» o «hubo gran número de muertos y heridos», en la mayoría de los casos no se determina la cuantía, y en otras ocasiones se exageran las cifras de una manera poco creíble. Quejas y reclamaciones hubo al respecto, el mismo general Martínez Campos se quejó de ello en alguna circular . Pero seguramente no se cumplieron con escrupulosidad en más de una ocasión.

 Nos interrogábamos más arriba: ¿cuáles fueron las causas de tan alta mortalidad en las filas del ejército español, y muy especialmente en el ejército colonial?. La respuesta a ese interrogante no es fácil, desde nuestro punto de vista no tiene una única causa. En las páginas que siguen vamos a intentar exponer alguno de los granos, de las gotas, que fueron llenando el granero y colmando el vaso, sin que cada una por si sola fuese suficiente, pero que sin la unión de unas con otras pudiéramos explicar la sangría en vidas humanas que para España supuso aquellos más de tres años de fatídica guerra.

2.1 La pésima salubridad de los acuartelamientos militares en la Península.

 Hay abundante bibliografía de la época (1880-1898) que nos muestra de forma sangrante la constante pérdida de vidas humanas que se viven en los cuarteles españoles, antiguos conventos reconvertidos en estancias para centenares de hombres donde la escasa ventilación y las mínimas condiciones de salubridad e higiene campaban a sus anchas. Tanto es así que no era extraño que los jóvenes quintos contrajeran en aquellos viejos edificios enfermedades como la pulmonía o tuberculosis , no podemos olvidar que de una habitación insalubre puede nacer la génesis de una tuberculosis, Estas enfermedades, aunque incipientes o en periodo de incubación, iniciarían su punto de ebullición una vez inmersos en las travesías le ocasionaran la muerte después de complicaciones en sus procesos. Un testimonio significativo lo encontramos en la persona del general Bermúdez de Castro , que participó en la Guerra de Cuba con el grado de alférez, quien dejó escritas sus impresiones sobre los acuartelamientos de aquel apurado fin de siglo y que conoció de primera mano:

 “Exceptuando el cuartel de la Montaña, [se refiere a los de Madrid] todos los cuarteles rivalizaban en sordidez y falta de higiene; verdaderas zahúrdas que disimulaban su mal aspecto a fuerza de blanqueos de cal y pintura de zócalos con polvo de imprenta y cola. Nada de comedores ni de mesas, ni cristalería. Comían los soldados en cuclillas, con plato de estaño y cuchara de mango corto”.

 2.2 Los viajes marítimos a los destinos de Ultramar.

 De las 50 provincias que la España peninsular tenía en 1895, tan sólo 22 más Ceuta y Melilla, eran en aquellos años costeras, por lo que en muchísimos casos nuestros jóvenes reclutas se enfrentarían, por primera vez a experiencias nuevas, a una doble separación, la del hogar y la familia y a la separación de la tierra y la visión durante días de la gran masa de agua que era el Océano Atlántico, una visión a la que muchos no acabaron de acostumbrarse. Se enfrentaron a unas travesías en las que se verán sometidos a las inclemencias meteorológicas más variadas, fuertes ráfagas de viento, lluvias y tempestades que provocarían fuertes vaivenes en las naves que no serían nada saludables para los soldados, que encerrados en las entrañas de los buques de la Trasatlántica iban al otro lado del Atlántico. En otras ocasiones, las temperaturas soportadas en las bodegas que oscilaban entre los 30-35 grados centígrados, convertirán las travesías y sus aglomeraciones humanas en una de las causas de la proliferación de gérmenes de tipo tífico, dándose casos de fiebres infecciosas en los últimos días de las travesías. Es muy corriente encontrar actas de defunción de soldados fallecidos en las travesías de ida de las expediciones militares que se sucedieron a lo largo de los años de la contienda.

 Apenas dos meses después de iniciada la campaña, hubo periodistas que alertaban de los peligros que entrañaban los distintos factores que estamos citando, en este caso nos referimos a la revista, cuyo corresponsal en un completo artículo de fondo afirmaba:

 “…Cuando un batallón de 500 plazas procede de Europa y tiene que ir a Cuba, desde que sale de las costas de España hasta que llega al teatro de la guerra, va dejando hombres por el camino. La navegación produce bajas: algunas veces el 7 por 100.”

 En muchas ocasiones los contingentes de tropas hacían escala en puertos canarios, unas veces en Las Palmas de Gran Canaria, otras en Santa Cruz de Tenerife, En estas escalas se aprovechaba para repostar agua, carbón, víveres, armas, completar el cupo de soldados de la expedición, y también en ocasiones para desembarcar algún enfermo de la travesía.

 “Arriba el barco o vapor [se refiere al vapor Miguel M. Pinillos] con el Bon. a bordo, al puerto de Las Palmas y queda en el hospital de dicho puerto un soldado enfermo de gravedad continuando el mismo la navegación.”

 2.3 La escasez de infraestructuras militares y su falta de salubridad en Cuba.

Como en la Península, también en la Isla los acuartelamientos dejaron mucho que desear, con unas condiciones higiénicas que también brillaban por su ausencia. Y si a esto unimos la pésima ubicación de los fortines y campamentos, especialmente los situados en las costas, que no favorecían en nada la aclimatación de los soldados recién llegados , entenderemos cómo eran caldo de cultivo para la propagación de enfermedades, parásitos y otros inconvenientes.

 Tanto en la guerra del 68 (Guerra Grande o Guerra de los Diez Años, 1868-1878) como en la del 95 (Guerra de 1895 a 1898), se dieron casos de todo tipo, acuartelamientos u hospitales en iglesias, o ubicaciones que nada tenían que ver con un acuartelamiento, por eso no es difícil encontrar partidas o destacamentos situados en naves vacías, cuadras o largos cobertizos.

 «En noviembre de 1868 fueron ocupadas [en la provincia de Camagüey] la iglesia y convento de Nuestra Señora de la Merced, la Sociedad y la del Santo Cristo.»

El soldado catalán Josep Conangla Fontanilles nos ha dejado una cita de lo más clarificadora:

 «A poco más de un metro de distancia de las grupas de los ruidosos y pestilentes equinos, donde se nos obligó a extender nuestros petates, a ras del piso duro, con riesgos muy posibles de que, si lográsemos dormir, cualquiera de nosotros fuese alcanzado por alguna coz, o resultara víctima, cuanto menos, de repugnantes pero inevitables y copiosas efusiones intestinales o diuréticas de la inquieta caballería.»

2.4 La extremada juventud de tropa y su inexperiencia militar.

Las leyes de reclutamiento afectas a los años que estamos tratando, disponían que desde los 18 años un joven pudiera prestar voluntariamente sus servicios en filas o bien esperar hasta un máximo de 2 (sin llegar a los 20) para llegar a ser soldados. Martínez Campos, general en jefe del ejército español en la Isla durante algo menos de un año, y que las vio de todos los colores durante su estancia, en sus peticiones de tropas al Gobierno de la Nación, solicitaba que le fueran enviados hombres con experiencia militar y no jóvenes imberbes sin ninguna practica en el manejo de armas y demás utensilios militares.

 En septiembre de 1898, el expresidente del Consejo de ministros y ex Ministro de la Guerra, el general Azcárraga decía en unas declaraciones al diario El Liberal:

“Se discute si fueron enviados á Cuba 200.000 soldados, niños sin instrucción, atribuyendo a esto alguna parte de la causa de los resultados du la campaña.

 Nadie más que yo ha lamentado la corta edad que con arreglo á la ley vigente de reclutamiento y reemplazo ingresan en el Ejército los jóvenes llamados al servicio de las armas, y no podrá negárseme cierta autoridad para tratar esta cuestión, puesto que no me he contentado con dolerme del defecto que en este punto tiene la ley, sino que he procurado corregirlo y si no se ha conseguido no es seguramente mía la culpa.”

 El maestro de historiadores, Manuel Moreno Fraginals, concluyó con que un 2 % de los soldados del 95 tenían entre 16 y 19 años y un 92 % de la tropa, propiamente dicha y sin contar los mandos, tenía una franja de edad comprendida entre los 20 y los 29 años.

 En otro apartado de la entrevista que citábamos más arriba, el general Azcárraga, decía:

 “Se sienta como axiomático que se mandaron á Ultramar 200.000 hombres, que ni eran soldados ni tenían instrucción. Yo declaro, y lo demostraré, que semejante concepto carece de exactitud … en cada una de las expediciones iban, dentro de las unidades orgánicas, mezclados soldados ya instruidos y soldados con escasa instrucción, y mezclados también en cuanto á las edades.”

 La verdad de las cifras no engaña, las complicaciones con las que se encontraron las instituciones militares fueron tales que, como reconocía el general, forzaron al poder político a tirar de donde había y lo que había eran jóvenes de entre 19 y 21 años. Además hay un axioma indiscutible y es que a menor edad más fácil es enfermar, dada la ausencia de defensas que tiene el cuerpo humano. Defensas que no se desarrollaron lo suficiente, entre otras cosas por la falta de aclimatación a la que se vieron sometidos los soldados españoles enviados a la Isla.

2.5 La falta de aclimatación.

Si bien las primeras tropas llegaron desde las posiciones que el ejército español tenía en Puerto Rico, cosa que facilitó la rápida aclimatación de los soldados, las siguientes ya llegaron desde la Península y además en unos momentos cronológicos poco propicios para la salud del soldado. Aunque desde los primeros momentos el Ministerio de la Guerra trabaja sobre el tema de la higiene y las provisiones del ejército que se va a desplazar, con el fin de evitar que las enfermedades del país [Cuba] puedan ocasionar estragos en las filas, encontramos algunas unidades veían diezmado su número al poco tiempo de llegar, al enfrentarse a los meses de peores condiciones climáticas, unido a un calor asfixiante, lluvias torrenciales, una elevada humedad, etc. que no favorecieron en nada a la tropa.

El historiador cubano y presidente que fuera del Instituto Cubano del Libro Rolando Rodríguez García, recoge unas cuartetas mambisas dirigidas al ejército español que ilustran claramente lo que el factor ambiental suponía para aquellos jóvenes soldados:

“El calor para nosotros // es una cosa sencilla; // I si lo sufrís vosotros // os da la fiebre amarilla.
También tenemos el clima // que es nuestro aliado mejor // el os mata y desarma // y os llena de hondo pavor.”

El artículo citado anteriormente de La Ilustración española y americana es también meridianamente claro al respecto al afirmar de forma tajante:

“El cambio de clima y el de alimentación envían también gente al hospital, y antes de romper el fuego, antes de padecer alguna enfermedad endémica, el batallón pierde temporalmente del 15 al 20 por 100 de sus individuos.”

Carlos J. Finlay descubridor del causante de la trasmisión de la fiebre amarilla, decía que la aclimatación era “inmunología producida por formas clínicas benignas o amagos de fiebre amarilla” .

 2.6 Una alimentación escasa y de mala calidad.

 Muchas son las opiniones que podríamos aportar a este apartado, pero pocas tan abaladas como la del general Arsenio Martínez Campos, sustituto en abril de 1895 del capitán general de Cuba Emilio Calleja Isasi. Sus palabras han pasado a los anales de la fraseología nacida de la guerra de Cuba: “Nuestro soldado es un mártir por su sufrimiento. Es disciplinado, austero y valiente, pero faltan los medios de todo tipo, envueltos en miseria y hambre. ¡Ah, si yo pudiera alimentarles bien!”.

 Otro capitán general, autor de una monumental obra, imprescindible para entender el proceso bélico de 1895 a 1898, Valeriano Weyler, informa de la mala situación sanitaria en que se encontraban dos batallones, el Alcántara y el Sevilla, «cuyo estado de salud no era satisfactorio por haber carecido de buena alimentación por falta de carne…»

 El rancho ordinario del soldado era casi exclusivamente vegetal: garbanzos, patatas, arroz, habichuelas, y cuando había carne, esta era muchas veces enlatada y muy pocas veces fresca. Aunque el Régimen Interior de los Cuerpos del Ejército de 1896, establece que la carne debía de entrar como componente esencial en las comidas y en la mayor cantidad posible (art. 238) , esta no era la tónica habitual en el día a día de las unidades desplazadas, sino más bien todo lo contrario, en muchas ocasiones se comía lo que se podía. Es evidente pues que la cortísima cantidad de alimento de la que goza el soldado español en Cuba, sólo trae consigo un soldado débil y enfermizo. Y dado su alto nivel de alimentación vegetariana propenso a sufrir trastornos intestinales (diarreas).

 Siervert Jackson, médico de Infantería de Marina sentenció:

 “ Ha habido General en Jefe, que (…) creía firmemente que el soldado español con media docena de galletas y un puñado de arroz en el morral podía hacer jornadas de 7 ú 8 leguas durante una semana, y tener fuerzas para batirse “.

 La misma acción española, personificada en la forma de llevar la guerra del general Weyler provocó la expansión del hambre, no sólo entre los reconcentrados sino también entre los soldados españoles. Moreno Fraginals, citado páginas atrás, destacó de forma más que magistral que gracias a su actuación Weyler no sólo consiguió cortar el suministro a las tropas independentistas, sino que consiguió extender el hambre entre las tropas españolas que, además de ese padecer, vieron desaparecer las ya de por sí escasas condiciones sanitarias con las que convivían, y con ello el crecimiento exponencial de los efectos de las epidemias.

2.7 El sobreesfuerzo físico de los soldados.

Tras la renuncia de Martínez Campos como máximo jefe militar y político de la Isla, enero de 1896, llegará al mando Valeriano Weyler y Nicolau, de él se afirmaba que era el peor enemigo de sus hombres, debido a la constante actividad y batallar a que los sometía.

 Weyler que se había fijado el plazo de dos años para acabar el conflicto, conocía a fondo el tipo de guerra que debía emplearse para ganarla. Tenía claro que a la insurrección además de buscarla, perseguirla y destruirla había que quitarle cualquier tipo de apoyo por parte de la población civil, y eso solo se conseguía extrayendo hasta la última gota de sudor de las fuerzas a sus órdenes. La excelsa pluma de Pío Baroja lo relata fidedignamente cuando escribe:
“Habló de la vida en la isla [de Cuba], una vida horrible, siempre marchando y marchando, descalzos, con las piernas hundidas en las tierras pantanosas y el aire lleno de mosquitos que levantaban ronchas. Recordaba el teatrucho de un pueblo convertido en hospital, con el escenario lleno de heridos y de enfermos. No se podía descansar del todo nunca .

No podemos terminar este apartado sin añadir la opinión de un militar de la talla y calado del general Riquelme Gómez, Jefe del Estado Mayor General de Cuba en 1875, este escribió referente a la capacidad de sacrificio de la tropa española:

 “Es menester haber visto a las tropas en el momento de una marcha, atravesar por veredas imposibles de impracticables, con el barro a las rodillas, tropezando precipicios vertiginosos o quedando enterrados en lodo y cruzar por los bosques y por las zonas montañosas perdiendo su calzado y destrozando su vestuario que, en gran parte, tiene que pagar de su haber. Es indispensable haber admirado a esos bravos oficiales y soldados llenos de fatiga y cubiertos sus cuerpos de sudor, pasar 20 veces en el transcurso de dos horas crecidos ríos y arroyos, con el agua fría de las sierras hasta el cuello y con grave riesgo de ser arrastrados por la corriente como ha acontecido muchas veces. Es menester haberlos visto atravesar la manigua descalzos y pisando sobre un pavimento lleno de abrojos y espinos, cubiertos de llagas y úlceras, saliendo ensangrentados y en un estado lastimoso; haberles contemplado en esas marchas forzadas, abrumados por los rayos de un sol abrasador, llegar a un campamento cuyo suelo es á veces una laguna, teniendo que acampar sin más abrigo ni más lecho que el húmedo suelo, sin más alimento que una ración de arroz y tocino mermada por la pérdida sufrida en las marchas, ni galletas por habérseles inutilizado en el paso de los ríos y mojados hasta los huesos por espantosos aguaceros que han empapado, asimismo sus desgarradas ropas.”

2.8 Las enfermedades infecciosas.

Poco podemos añadir a esta reflexión del General Riquelme Gómez, más que decir que el soldado español se batió con valor y con ahínco, incluso cuando eran superados en número, pero las muertes de la tropa no fueron en el campo de batalla, sino en las innumerables penalidades soportadas por los soldados españoles en aquel clima asesino, con unos servicios de sanidad desbordados por plagas de enfermedades como el tifus, la disentería, el cólera, la malaria, el gusto cubano tal como llamaban los soldados a la sarna, fueron las que diezmaron a los soldados españoles.

 Eugenio Antonio Flores, oficial a las órdenes de del general Martínez Campos, escribía en 1895:

 “La naturaleza parecía declaradamente insurrecta y en aquel verano horrible a más del cólera, que causó muchas bajas entre los nuestros, contándose en una Brigada quinientos atacados, las aguas del verano de tal manera fueron, que según dato oficial, en el ejército compuesto de 60.000 hombres, se llegaron a contar 10.000 enfermos. Dato aterrador ese que demuestra por manera terminante, las dificultades y los peligros de las campañas de Cuba en estío, ya para nosotros y también para los insurrectos.”

En agosto de 1897 uno de los confidentes de Máximo Gómez informaba a este sobre la localidad de Morón, al respecto decía al general insurrecto:

 “No hay aquí donde poner enfermos, pues no caben en los hospitales, hasta el extremo de hacerlo unos encima de los otros, o sea uno en la cama y otro debajo de ella. Hay casas en el centro del pueblo que las han alquilado y le han metido unos cien enfermos. Han embarcado algunos para La Habana y no hay columna que no deje de cuarenta a cincuenta enfermos.”

Mención especial debemos hacer en el caso de la fiebre amarilla o vómito negro, como se le llamaba en la Isla, sin lugar a dudas, la principal causa de muerte durante la contienda, muy por encima del resto de causas. La fiebre amarilla es una enfermedad vírica aguda, hemorrágica, transmitida por mosquitos infectados. El término «amarilla» alude a la ictericia que presentan algunos pacientes. Una de sus principales características es que altera la coagulación de la sangre produciendo hemorragias internas, que entre otros signos ocasiona vómitos que acostumbran a tener un color rojo oscuro ennegrecido al coagularse, de ahí su nombre de vómito negro.

 “De 1869 á 1870 sólo del batallón de San Quintín, murieron en cinco meses sesenta oficiales y unos 700 soldados; y en estos últimos años el brigadier March, comandante general de Matanzas, ha tenido que desparramar por el campo al batallón cazadores de Bailen y a la caballería para disminuir la mortandad del vómito que se cebaba furioso con los soldados nuevos”, así se expresaba el militar español Francisco De Camps y Feliu allá por el año 1890 al publicar sus experiencias en la primera guerra o guerra larga (1868-1878). Peor imposible.

 2.9 Los efectos de la cloroanemia.

 Dentro del cúmulo de enfermedades que amenazaban la salud de nuestros combatientes no podemos pasar por alto la conocida por cloroanemia . No es raro encontrarse con diagnósticos en los que acompañaba este mal. En la definición del doctor alemán Ziemmsen expuesta en la referencia, nos llama la atención una de las causas, la nostalgia, entendida esta como se la identificaba en el siglo XIX, una forma patológica de la melancolía, en lo que actualmente los especialistas la acercan más a la depresión, quedando la nostalgia como una actitud positiva del cerebro. Aquel concepto también quedaba reflejado en el Reglamento para el Detall y Régimen Interior de los Cuerpos del Ejército, aprobado en 1896:

 “Art. 118.- La nostalgia es uno de los males que más generalmente se hace notar entre los reclutas que proceden de las aldeas, de los lugares y de las montañas. (…) que algunas veces toma serios caracteres, los mandos deben proporcionar a los afectados distracciones análogas a las de su respectivo país natal, además del buen trato y la justicia, que es la base para formar buenos soldados”.

 Sí parece que un diagnóstico de ese tipo, pudiera ser un indicador del estado de ánimo del individuo, sobre todos los que alcanzaron los tres años fuera de sus paisajes de nacimiento y seres queridos. Sufriendo la mortificación por la certeza y la sensación de que la guerra y por ende, los padecimientos, no iban a acabar nunca y generando una desesperanza fatalista que les llevara a no luchar por sobrevivir cuando les acometía la enfermedad.
2.10 La organización sanitaria del ejército español en Cuba.

Como en la Península, en la isla de Cuba la infraestructura sanitaria militar dejó mucho que desear, entre otras cosas porque estaba preparada y condicionada para dar respuesta al escaso contingente militar con que la isla contaba antes del inicio de la sublevación, unos escasos 16.000 efectivos.

 Solo en las poblaciones más importantes existía un hospital militar que mereciera ser denominado como tal, trazando una línea recta entere el occidente y el oriente cubano diríamos que tan sólo en La Habana, Santa Clara, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba, existían hospitales militares de una cierta envergadura. A esta pobre red de hospitales se podría añadir una segunda red de clínicas y enfermerías repartidas por distintas poblaciones del territorio, muchas de ellas en poblaciones aisladas o con malas comunicaciones.

 A consecuencia de la guerra y debido al importante incremento en el número de enfermos, hubieron de ampliarse los existentes e inaugurarse nuevas enfermerías y hospitales, que sufrieron asimismo nuevas ampliaciones, todas ellas fruto de la improvisación que la guerra imponía.

 Tan elevado fue el impacto que la guerra produjo en la salud del soldado que se hizo necesario habilitar hospitales, clínicas y enfermerías en toda la Isla, un ejemplo de ello lo encontramos en la provincia de Pinar del Río, que inicialmente no disponía de infraestructura sanitaria militar pero, debido a la constante presión militar a que fue sometida por el jefe insurrecto Antonio Maceo, se superpobló de batallones peninsulares, teniéndose que habilitar centros médicos con una capacidad total de 3.000 camas . Solo con este dato, se supera el número de camas existentes (2.500) en la sanidad militar antes de la guerra para toda la Isla.

 Ese mismo esfuerzo que se hizo en la adaptación de unas escasas y obsoletas infraestructuras sanitarias, hubo que hacerlo también con el personal médico destinado en la Isla. La ingente cantidad de servicios médicos desarrollados en la Isla , hizo necesario aumentar el personal dado que como muy bien dice Gregorio Delgado García, el subsistema militar de salud se encontraba reducido a «un inspector médico de primera clase, un subinspector médico de primera clase, 2 subinspectores médicos de segunda clase, 40 médicos mayores, 121 médicos primeros, 2 farmacéuticos mayores y 16 farmacéuticos primeros.» personal a todas luces insuficiente para dar respuesta a tan ingente número de actos motivado por el incremento constante de la población militar, que pasa de 16.000 soldados a 215.000 en el trascurso de la guerra. Tal vez detrás de esto estuvo que en julio de 1895, apenas cinco meses después de comenzada la contienda el general Martínez Campos se viera en la necesidad de solicitar a la metrópoli el envío urgente de médicos y sanitarios. La respuesta como siempre corriendo, en el mes de agosto de ese mismo año el Ministerio de la Guerra tuvo que convocar una oposición para cubrir plazas de esta especialidad en Cuba.
2.11 La acción en combate o por acciones de guerra
En cuanto a los fallecidos por efecto del fuego o hierro insurrecto, son sobre todo fruto de pequeñas batallas o escaramuzas sin que en ningún caso se llegara a la batalla decisiva, que era precisamente lo que esperaban los españoles, y lo que nunca quisieron los cubanos.
José Martí, el «apóstol cubano» escribió: “Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos. No nos maltraten y no se les maltratará. Respeten y se les respetará. Al acero responda el acero y a la amistad, la amistad. En el pecho antillano no hay odio…” si Martí lo escribió es que debió de ser así, al menos en el suyo, aunque seguro que no en el de todos. La guerra de 1895 a 1898 no fue una guerra entre caballeros, se dieron escenas de una brutalidad tremenda en ambas partes, dejemos que hable un soldado del batallón expedicionario Soria 9, a través de un su testimonio reproducido por el Nuevo Diario de Badajoz el 10 de marzo de 1896:
“(…) el combate duraba todavía; asesinaban a machetazos a los que, como yo, no se podían defender y se ensañaban con los muertos destrozándoles a cuchilladas. Vi un negro que, después de darle lo menos treinta machetazos a un soldado, se pasó el machete por la lengua diciendo: Ya comí hoy…no pararon hasta que no quedó ni uno de nosotros en pie, excepto yo y esos a quienes también habían hecho prisioneros”.
Más tarde cayeron en la cuenta de que era mejor herir que matar, por lo que suponía de “lastre” para la unidad, pues no se les podían abandonar a su suerte. Los mambises golpeaban con el machete de arriba hacia abajo, en la base del cuello, interesando al mismo tiempo la clavícula y produciendo terribles heridas, mientras gritaban “…al machete, al machete, hijos de la puta blanca…” .

3. LA REPERCUSIÓN DE LA GUERRA EN EXTREMADURA
Entre los años 1891-1897 el pueblo español contribuyó al Ejército con la entrega de 1.288.071 mozos en los diversos alistamientos celebrados esos años ; los estudios de las actas de sesiones de quintas de Trujillo nos han documentado hasta un total de 702 individuos, todos ellos forzosos, de ellos 76 como mínimo, fueron transportados a Cuba, tanto en los años previos como durante la guerra que estamos tratando, siendo los años 1895-1896 y 1897 con 16, 26 y 18 mozos respectivamente, los que más jóvenes llevaron a la guerra.
A través de la investigación, creemos que minuciosa de las fuentes a las que hemos tenido acceso (Gaceta de Madrid, Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, Boletines Oficiales de la provincia de Badajoz y Cáceres, y claro está las actas de las sesiones de quintas del Ayuntamiento de Trujillo) hemos confeccionado un cuadro en el que podemos apreciar esto que apuntábamos líneas atrás: no menos de 6.785 mozos extremeños fueron en algún momento de los años 1891 a 1897 destinados a la isla de Cuba. Lo que nos da idea clara de lo significativo que fue este movimiento.

Tabla 1

Tabla nº1.- Soldados extremeños enviados a la guerra de Cuba.

A la hora de hablar de bajas en la guerra de Cuba vamos a limitar el campo a tres apartados, las bajas que por una u otra casusa durante el conflicto provocaron la repatriación de los soldados, las bajas por fallecimiento durante el conflicto, sea cual sea la causa y por último las bajas en el proceso final o repatriación.

 La guerra hispano-cubana fue especialmente cruenta en cuanto a número de bajas, en Extremadura, en línea con el resto del Estado. Tras largos años de paciente investigación hemos llegado a documentar un total de 2.208 fallecidos extremeños, de los cuales 1.143 son naturales de la provincia de Badajoz y 1.065 de la de Cáceres, queremos dejar anotado que estos números no son definitivos y que muy bien podrían alcanzar las 2.500 el número de bajas. No queremos justificar posibles errores, que los habrá, pero hemos localizado omisiones, ausencias de segundos apellido, imprecisiones en la nomenclatura, nombres de pueblos incompletos y confusiones a la hora de denominar la unidad militar, etc.
A la hora de pasar revista a los años del conflicto hemos observado que por orden de mortandad, el año 1897 se alza como el más luctuoso de los años, con 781 muertos, seguido por 1896 con 627, 1898 con 538 fallecidos y el primer año de guerra, 1895, año en que se fueron incorporando paulatinamente las expediciones, 116 muertos; incluso en 1899, meses después de finalizada la contienda murieron 10, todos en los viajes de repatriación, al igual que algunos a finales del año anterior. Se ignoran estos datos de 136 muertos.
En cuanto a causas de las bajas, se lleva la primacía el vómito negro con 1.034 víctimas, seguido a corta distancia, 985 fallecidos por las enfermedades comunes o accidentes, causa que enmascara toda una amalgama de explicaciones posibles a una muerte. Queda patente y corroboran estas cifras la extendida afirmación de que fueron las enfermedades, y especialmente la fiebre amarilla o «vómito negro» las que diezmaron al ejército español y no tanto la guerra mambí. Los muertos de resultas de los combates alcanzan los 177. Se desconocen las causas de 12 de ellos.
La mayoría de las bajas pertenecerán al arma de infantería, concretamente el 86 por ciento, el resto se reparten entre ingenieros, artilleros, jinetes y guardia civil.

 4. EL IMPUESTO DE SANGRE PAGADO POR TRUJILLO
Siguiendo con la división establecida más arriba a la hora de diferenciar las bajas en tres apartados, pasamos a detallar el coste que para Trujillo supuso la tantas veces citada Guerra de Cuba.
4.1 Un primer coste: los evacuados
A lo largo de todo el conflicto la administración militar española fue evacuando soldados, número que fue aumentando a medida que avanzaba la guerra, alcanzando su punto álgido en el verano de 1897.
A partir de los más de 150 listados aparecidos en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra entre los meses de diciembre de 1895 y mayo de 1898, hemos podido documentar hasta un total de 13 soldados trujillanos. Son los que subsistieron a las heridas de guerra o a las enfermedades endémicas propias de aquellas latitudes, como la malaria y la fiebre amarilla, pero quedaron en tal estado de postración e inutilidad para seguir desempeñando con eficacia el servicio de las armas, que el Estado no tuvo más remedio que repatriarlos y enviarlos a sus casas.
Estos jóvenes fueron repatriados con cuatro meses de licencia por enfermos, y algunos fallecieron poco después de pisar suelo peninsular, llegaban tan depauperados por la convalecencia y el largo viaje de quince días de navegación a los que había que añadir aquellos trenes, tanto que algunos quedaron con la miel en los labios, muriendo al tocar puerto o al poco de ingresar en el hospital militar de turno, ubicados en los puertos de llegada. Este drama no suficientemente estudiado por la historiografía española, que se centra más en las muertes, que en las decenas de miles de enfermos devueltos moribundos a sus casas, desahuciados para una vida en campaña y casi también para una vida civil, generó escenas de dolor allí por donde pasaban.
Del estudio de esos listados extraemos el siguiente cuadro explicativo:

Tabla 2

  Tabla nº 2: Licencia de 4 meses por enfermo

Sobre la repatriación de esos soldados hay todo un mundo para contar, desde las condiciones del viaje, dos semanas en el que las lóbregas bodegas del barco actuaban de hospital de circunstancias y, que en no pocos casos hicieron empeorar, más aún la salud del individuo, ya de por sí extenuados y en muchos casos, en estado crítico; hasta la muerte por extenuación ante las malas condiciones higiénicas en las que se vieron obligados a volver.
Ejemplos no faltan, como el caso del vapor Buenos Aires, que con 1.200 enfermos apiñados en sus instalaciones, sufrió durante la travesía de repatriación 20 decesos, los que amortajados con su propia manta y lastrados con un trozo de hierro al oscurecer y en presencia del militar más antiguo, el capitán del barco y un capellán, eran lanzados por la popa a las negras aguas del Atlántico. También el caso de El Isla de Panay del que conocemos detalles de las travesías gracias al testimonio de uno de los sanitarios que acompañaban a los enfermos en la travesía:
“…Pero hablemos de la enfermería. Esta reúne malas condiciones; instalada en las bodegas del buque, carece de aire respirable. Los enfermos están en literas de lona, colocadas unas debajo de otras, y tan lleno el local que apenas se puede andar por los estrechos pasillos; hay tres pisos de literas en la forma dicha, las más apartadas de la escotilla, único sitio por donde entra el aire, no tienen condiciones higiénicas. Desde la entrada de la escotilla hay una gran manga de lona para facilitar la entrada del aire, pero el local es muy grande y oscuro, y el número de enfermos allí instalado es excesivo. Hay que hacer la visita rápidamente, permaneciendo en el local lo menos posible, porque se respira un aire escaso e infecto” .
Los datos de filiación de los 13 soldados de Trujillo localizados en los listados citados son los que siguen en el cuadro:

Cuadro 1

Cuadro nº 1: Relación de trujillanos evacuados por enfermos

Uno de los enfermos evacuados, soldado Andrés Colina Suárez, destinado desde un principio en el regimiento Castilla 16, se significó durante la guerra, consiguiendo dos Cruces de Plata al Mérito Militar por su actuación en algunos combates, hasta que enfermó y se decreta su evacuación a la Península en octubre de 1897. A título informativo diremos que no fue hasta el año de 1912 cuando el erario público se puso en paz con nuestro soldado, ya que no cobró sus ajustes de permanencia en filas hasta ese año. Quince años de espera para 110,50 pesetas.
Otros datos informativos referente a trujillanos los encontramos en los libros de de hospitalizados por cuenta del Casino Gaditano, por el que pasó a su llegada al puerto de Cádiz entre otros, el guardia civil trujillano Alfonso Carvajal Benito, de 32 años de edad, que fue ingresado en el hospital de San Juan de Dios de la capital gaditana, padeciendo disentería, no falleció. Fue socorrido con camiseta, calzoncillo, calcetines y boina.
4.2 El segundo coste: los fallecidos en suelo cubano.
El segundo de los tres apartados en los que hemos dividido nuestro estudio sobre las bajas es el de los fallecidos en suelo cubano. De los soldados contrastados, un total de 15, solo dos de ellos murieron en combate, el resto por enfermedades, es decir, nueve por fiebre amarilla y 4 por enfermedades comunes o accidentes.
Nuestro lector se preguntará ¿por qué esa diferenciación entre enfermedades? Desde nuestro punto de vista esa diferenciación se establece desde un determinado momento, el 16 de julio de 1896 fecha en que se hacen extensivos los beneficios de la de 8 de julio de 1860 a los que fallecieran de vómito negro desde el comienzo de la guerra separatista cubana, 24 de febrero de 1895, al darse esa extensión el erario público pasó a sufragar con 50 céntimos de peseta al día (182,50 pesetas anuales) a los fallecidos por tal causa, mientras que para los no reconocidos con esa causa no devengaban ayuda pecuniaria. Por eso era tan importante el conseguir una certificación con causa de la muerte por vómito negro.
Entre los fallecidos por vómito negro, aparecen tres reservistas del reemplazo de 1891. De uno de ellos, José Mateos Pablos, fallecido en 1895, conocemos que hasta 1908 sus herederos no cobraron los alcances que le correspondían por el tiempo en filas en esta segunda movilización, en total le ajustaron 71,55 pesetas en un solo pago. Los hubo en el resto de España que no cobraron sus alcances hasta 1919 o sea, más de 20 años después de haber finalizado la guerra.
Otro de los fallecidos, el soldado Juan Carrasco Blanco, destinado en el Castilla 16 y uno de los nueve que murieron del vómito, era hijo de Juan y Benita, había nacido en 1874 y tenía por oficio el de carpintero. El 14 de octubre de 1896 su alma dejaba la Isla en la enfermería de Consolación del Sur, siendo enterrado en esta misma localidad. Estaba encuadrado en la 4ª compañía, y solo aguantó dos días desde su ingreso en el centro sanitario. Por aquellos meses su unidad militar operaba por la provincia más occidental de la Isla de Cuba, Pinar del Río, persiguiendo a los insurrectos que mandaba Antonio Maceo.
Veamos al detalle la relación nominal de trujillanos fallecidos, detalle que es como sigue:

Cuadro 2

Cuadro nº2: Relación de trujillanos fallecidos en la Isla de Cuba.

4.3 Un tercer coste: los fallecidos en la repatriación
El tercer y último punto de nuestro análisis arranca a partir del 16 de julio de 1898 cuando los generales Toral, jefe de las fuerzas españolas en Santiago y Joseph Wheeler firman las actas de capitulación. El paso siguiente la firma del protocolo de paz del 12 de agosto seguido del nombramiento de unas comisiones mixtas en las que cada una de las dos naciones nombraban tres comisarios, quienes tratarían con la otra parte todo lo relativo a la evacuación.
Una de las primeras controversias y la que más afectó a las condiciones en que se debía afrontar la evacuación, fue el establecimiento de una fecha tope para culminar todo el proceso, dado que para Estados Unidos era una condición previa al tratado de paz. Los españoles deseaban que fuera el 1º de abril de 1899, la otra parte, los vencedores, en claro ejemplo de fuerza, hicieron prevaler su consideración, que se adelantara cuatro meses esa fecha, es decir, que para el 1º de diciembre de 1898 los soldados y funcionarios de la administración española deberían estar rumbo a España. Posteriormente y ante el convencimiento de la imposibilidad de cumplir el plazo anterior, se aumentó hasta el día 1 de enero del año 1899 a las 12 horas. Incluso a este nuevo plazo se añadió una cláusula en que se asumía la eventualidad de que tampoco fuera suficiente, por lo que de ser así, se designarían los lugares donde debían permanecer las fuerzas que quedaran pendientes de embarque .
Asimismo se consiguió que las tropas se llevaran sus Banderas, armas portátiles con sus municiones y equipos, monturas, caballos, material y los archivos correspondientes, o sea, todo lo que era movible; esto a su vez supuso que las baterías de costa no pudieron ser desmontadas ya que la comisión americana las consideró bienes inmuebles.
Al embarque de los expedicionarios hubo que añadir el de los familiares de los destinados allí y el de los voluntarios que formaron las fuerzas irregulares o guerrillas al servicio de España, los cuales temían ser represaliados o denunciados por colaboración con el enemigo por los vecinos de los pueblos de donde procedían. También interfería en el normal desarrollo de la evacuación, el hecho de que no todos los puertos eran aptos para grandes buques, la coincidencia con la salida de Puerto Rico, la gran cantidad de enfermos y las prisas por salir de una vez por todas de aquel infierno.
Un artículo aparecido en el diario madrileño El Imparcial el 3 de septiembre de 1898 hablaba de un empeoramiento de la situación de las tropas a repatriar motivado por acción del ejército norteamericano una vez concluida la guerra, la necesidad de ubicar las tropas hizo arrinconar más si cabe a las ya maltrechas tropas españolas.
“Dícese que el aumento de los enfermos se debe a que los yanquis se instalaron en los cuarteles que ocupaban nuestras tropas, las cuales tuvieron que acampar en despoblado, sufriendo grandes lluvias, causa de la disentería y del paludismo. Prueba de ello es que la mayoría de los enfermos lo está desde que se suspendieron las hostilidades”.
La Compañía Marítima Trasatlántica, ganadora en la adjudicación del traslado de las tropas españolas desde la Isla a la Península, se encontraba en aquellos decisivos momentos con una flota mercante dispersa o requisada por los norteamericanos, las tripulaciones de algunos vapores que fueron hundidos diseminada por las Antillas. Con prisas hubo que fletar más de treinta barcos de compañías europeas, estando bastantes en pésimo estado porque no había dinero para contratarlos en mejores condiciones.
En cada uno de los barcos fletados, la Trasatlántica y el Gobierno español establecieron la necesidad de que las tropas a repatriar fueran acompañadas por personal sanitario y auxiliar para paliar en parte las carencias de los buques extranjeros y garantizar un mínimo de calidad en el servicio de restauración, alojamiento y sanidad. Poseemos un extracto de la carta de queja elevada por un particular a la dirección de la Trasatlántica, sobre las circunstancias del viaje en el vapor alemán Fulda, uno de los contratados para la repatriación:
“El pasaje ha venido disgustado…la escasez de agua, la deficiente calidad y cantidad de las comidas, la indiferencia y desatención de la tripulación con el pasaje. La falta de costumbre a la comida alemana, la imposibilidad de entenderse el pasaje con la tripulación por la diferencia de idioma etc” .
La evacuación fue una prolongación más de una guerra espantosa en cifras de muertos, cifra que se iba a ver claramente incrementada en alrededor de 1.420 hombres más, que fueron los lanzados al mar durante los 106 viajes de vuelta a casa.
A través del estudio de las actas de defunción de los diferentes vapores que participaron en la repatriación hemos localizado a un total de 58 naturales de la tierra extremeña los que tuvieron en las simas marinas su último reposo. De Badajoz contamos 36, mientras que de la provincia cacereña tan sólo documentamos 22, uno de ellos concretamente de Trujillo, el soldado Pedro Carrasco Blanco quien suponemos todo lo indica así, que lo fue por enfermedad común.
Pedro Carrasco Blanco pertenecía al reemplazo de 1891, casi con toda seguridad era un reservista movilizado por la Real Orden de 29 de julio de 1895 para formar parte de la 6ª expedición, aunque no es descartable que fuera un voluntario. Destinado en el escuadrón Montesa del arma de Caballería. Conocemos que fue repatriado en el vapor Gran Antilla al finalizar la guerra, junto con él volvían a casa 1.677 personas más, de los que 1.464 era personal militar. La duración de la travesía, La Habana – Nuevitas- Cádiz fue de 16 días. El coste del viaje en vidas humanas 14 soldados. Pedro recibió entierro en alta mar, donde fue arrojado el día 18 de diciembre de 1898.
EPILOGO
El 10 de diciembre de 1898 se firma el Tratado de París, España reconoce la pérdida de sus colonias el 31 del mismo mes, los españoles arrancaban sus emblemas de las fachadas e inutilizaban las astas de las banderas tras su arriado al tradicional toque de oración. Un día después, el 1 de enero de 1899, a las 12 del mediodía Cuba dejaba legal y formalmente de ser española.
Si se exceptúan algunos casos aislados, en general hubo respeto por parte de los insurrectos y norteamericanos a los soldados españoles, llegándose a confraternizar y a compartir la poca comida que unos y otros poseían tras tanto tiempo de destrucción de los medios de subsistencia del contrario. Las memorias del soldado español perteneciente al batallón del Regimiento Extremadura nº 15, José Moure Saco, dan fe de la alegría con que se recibió la paz:
“…la halagadora noticia corrió como el relámpago, lo mismo en las filas españolas que en el campo rebelde, noticia que también había interés por transmitir para que no hubiese colisiones.
Las avanzadas cesaron sus vigilancias y las tropas cubanas arrinconaron sus armas, lo mismo que las españolas. Entraban en el pueblo y salían al campo a la vez, abrazándose al encuentro como si fuese el día de la mejor dicha. Lo que aquí pasó es indescriptible; se sepultaron los rencores para dar expansión a la la alegría; los soldados españoles iban a los campamentos cubanos a comer boniatos, malangas y plátanos, mientras los sufridos soldados cubanos (lo mismo que nosotros) venían al pueblo a comer nuestro mal rancho de arroz, entre todos en amistoso consorcio. Después de esto se improvisaron guateques en los que los cubanos bailaron la histórica jota y los españoles el zagaletón, (…) estuvimos en este poblado (Gibara) descansando y llenando nuestros vacíos estómagos con buenas viandas que recogíamos en el campo con nuestros ya amigos, los insurrectos” .

CONCLUSIONES
Cuando estas líneas vean su luz, habrán pasado ciento dieciséis años desde el final de la guerra, aquella que origino, ya lo hemos dicho, el mayor movimiento transoceánico de hombres hasta entonces, el resultado de esos años es el arrinconamiento en los libros de aquellas historias, las de los últimos conquistadores. Con la perdida de aquellos girones se perdía también lo mejor de la juventud española, una buena parte quedo en suelo cubano, otra en las aguas del Atlántico y otra no menos significativa en suelo hispano una vez vueltos de los infiernos cubanos. Unos rindieron cuentas allí por la más que discutible administración hispana; atrás quedaban las lluvias torrenciales, el barro hasta las rodillas, el pan duro, el Máuser, los gritos, el bicho candela y el jején, sudores, temblores, la fiebre quebrantahuesos y sobre todo atrás quedaba la vida. Otros casi moribundos las rindieron en aguas atlánticas, las aguas que los llevaron y que tantos recuerdos les provocaban en los días de travesía. Y otros que contaron a sus nietos cientos de veces la misma historia, como luchaban contra el mambí en un territorio tan hostil como el cubano.
La historiografía cubana señala el gran sufrimiento a que se vio sometido el soldado español, cierto. Ellos vencieron, sí, pero con un sabor tan amargo que sabe a derrota. El día 1 de enero de 1899, a las 12 de la mañana, cuando se arría la bandera española en la sede de la capitanía general de La Habana, la bandera que se iza, no es la de la estrella cubana de 5 puntas, sino la de barras y estrellas norteamericana.
A este respecto Máximo Gómez escribiría en su diario de campaña:
… Tristes se han ido ellos [los españoles] y tristes hemos quedado nosotros; porque un poder extranjero los ha sustituido. Yo soñaba con la Paz con España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles, con los cuales nos encontramos siempre frente a frente en los campos de batalla…
Pero los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores; y no supieron endulzar la pena de los vencidos.“
Este, y no otro, es el final a más de tres años de dolorosa contienda que ha dejado a la posteridad más de cuarenta mil muertos y un largo rosario de heridos.
Con estas cuantas páginas rompemos una lanza en favor del recuerdo a nuestros antepasados, no tan lejanos, para que su abnegación y sacrificio no queden resumidos a una estatua en Madrid, y a la tristemente célebre frase de que más se perdió en Cuba y vinieron cantando; trivializando el impuesto de sangre de nuestros antepasados.
No quisiéramos cerrar esta aportación a la memoria histórica de Trujillo, sin hacer mención a su Archivo Histórico y a su responsable que tan paciente y amablemente nos ha atendido en las consultas realizadas, por todo ello nuestra gratitud más sincera.

BIBLIOGRAFIA
– CHAMORRO, Víctor. El Pasmo. Círculo de Lectores. Barcelona 1990.
– FEIJOO GÓMEZ, Albino. Quintas y protesta social en el siglo XIX. Ed. MINISDEF. Madrid 1996
– GARCÍA RAMOS, Manuel Antonio. De Extremadura a Cuba. Los últimos conquistadores. Ed. Abecedario. Badajoz 2013.
– IZQUIERDO CANOSA, Raúl. Viaje sin regreso. Ed. Verde Olivo. La Habana 2001.
– MELÉNDEZ TEODORO, Alvaro. Apuntes para la historia militar de Extremadura. Ed. 4 Gatos. Badajoz 2008.
– PIRALA, Antonio. España y la Regencia. Varios tomos. Madrid 1904
– Archivo histórico de Trujillo.
– Archivo del Museo Marítimo de Barcelona.
– Archivo General Militar de Madrid.

 

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