Oct 011978
 

Dionisio Prieto Aguilar.

Entre las personalidades más relevantes de la historia de Plasencia, ocupan un primer lugar (después del rey Alfonso VIII fundador de la Ciudad, hace ahora justamente ocho siglos), tres nobles benefactores: los Marqueses del Vadillo, de Mirabel y de la Constancia, fundadores de trascendentales Instituciones.

Ofrecen estas egregias figuras la característica común de no ser placentinos de nacimiento. No obstante, con sus fundaciones largamente centenarias, ha quedado enaltecido el nombre de la Ciudad en sus tradicionales principios religiosos y benéficos.

Por la afortunada y fecunda permanencia de estas Instituciones, es inevitable y de justicia la recordación y conocimiento de sus benefactores, que intentamos hacerlo brevemente por la limitación impuesta a estos trabajos, exponiendo algunos de sus perfiles biográficos más destacados y el proceso seguido hasta la culminación de las Fundaciones, según el orden cronológico de su aparición.

– I – EL MARQUES DEL VADILLO Y SU FUNDACIÓN.

Don Francisco Antonio de Salcedo y Aguirre, primer Marqués del Vadillo, nació en Soria en el año de 1646. Hijo de don Antonio de Salcedo y Arbizu, caballero de la Orden de Alcántara, vecino de la muy noble y leal ciudad de Soria, y de su esposa doña Teresa de Aguirre y Usinza de preclaro linaje alavés. Por herencia de sus antepasado de la rama paterna, tenía el disfrute de los mayorazgos de la Póveda y de Tera, y fundó el mayorazgo del Vadillo.

Fue el Marqués contemporáneo y consanguíneo del primer Conde de Gómara y de su dijo don Luis de Salcedo y Azcona, obispo de Coria y, posteriormente, arzobispo de Santiago y de Sevilla en donde murió.

Como indica en su biografía el Marqués del Saltillo, publicada en la revista soriana «Celtiberia», se ignora en donde estudió; pero vienen pronto formó parte de la Administración en la gestión de Rentas de Sevilla y, sucesivamente, en los Corregimientos de Plasencia, Salamanca y Jaén.

Contrajo matrimonio el Marqués con una deuda suya, doña Isabel Manuela de Tordoya y Salcedo de ilustre familia extremeña que tuvieron un hijo que se casó en Plasencia y murió sin sucesión.

Siempre mostró el Marqués singular predilección por su hermana germana la Marquesa de Montehermoso, aya que fue de Luis I, rey por abdicación de su padre Felipe V, de muy efímero reinado por su pronto fallecimiento.

Por Real despacho de 17 de agosto de 1712 el monarca Felipe V recompensó sus servicios con el título de Marqués del Vadillo y, tres años después, en 1715 fue nombrado Corregidor de Madrid, cargo que ejerció durante catorce años, hasta su muerte.

FUNDACIÓN EN MADRID DE LA ERMITA DE LA VIRGEN DEL PUERTO.

La especial devoción del Marqués por la patrona placentina la Virgen del Puerto, nacida en los seis años de Corregidor en Plasencia quedó patentizada, según la tradición, en su decidida y eficaz intervención ante el sacrílego robo de las alhajas de la Virgen, al ponerse al frente de sus hombres en persecución de los ladrones no cesando ésta, hasta dar con ellos y apresarlos en tierras de Portugal.

A partir de su nombramiento de Corregidor de Madrid, puso pronto de manifiesto la firme determinación de construir una ermita con esta Advocación, como lo llegara a realizar en tierra y sitio real del llamado Paseo Nuevo, a extramuros de la Villa, inmediato al río Manzanares y al puente de Segovia.

Encomendó la dirección de esta obra al arquitecto Pedro de Ribera, máximo representante del barroco madrileño, preferido por el Corregidor para todas las construcciones de la Villa, de las que aún quedan importantes muestras de este estilo, entre otras, en las de fábrica del que fue cuartel de las guardias Reales de Corps en la calle de Conde Duque; el puente de Toledo, y en la portada del antiguo Hospicio, hoy Museo municipal, considerada como el más típico ejemplar del barroco, plena de la más exuberante ornamentación.

Concluidas las obras de la ermita dentro de los tres primeros años de su Corregimiento madrileño, el diez de septiembre de 17l8 se trasladó la imagen de la Virgen, (perfecta copia de una talla del siglo XVI), en solemne procesión desde el Colegio Imperial a su nuevo Santuario, con asistencia del Cabildo, Comunidades de la Villa y su Ayuntamiento, que acordó hacer ese día festivo.

El ocho de marzo de 1725, cuatro años antes de morir, otorgó el Marqués la escritura de Fundación de la capilla de Nuestra Señora del Puerto y del Patronato Real de Legos, a honra, gloria y alabanza de la Virgen, y en provecho de su alma y de sus más directos familiares. La dotó generosamente con bienes y efectos públicos sobre Madrid y sus sisas, y para atender a su culto y facilitar en todo momento el cumplimiento de los deberes religiosos a las lavanderas y vecinos de aquellos contornos, nombra dos capellanes y un sacristán, también sacerdote, con minuciosas y estrictas obligaciones, entre otras, la de permanecer siempre algunos de estos en la ermita. En una de sus cláusulas se eligió Patrono único de la Fundación durante su vida, y designó el Patronato que le había de suceder después de sus días.

La Gaceta recogió su óbito acaecido en el año de 1729, con reconocimiento y aprobación de su gran actividad y celo del real servicio en el ejercicio de numerosos cargos.

Fue sepultado en la ermita de su fundación al pié del altar mayor, como había dispuesto. En la piedra de mármol puesta sobre su sepultara, figura inscrito un epitafio elogioso de su primer capellán don Francisco Javier Echegaray, que dice así: «Aquí yace el señor don Francisco Antonio de Salcedo y Aguirre, Marques del Vadillo, del Consejo de S.M. el Rey Supremo de las Indias, Corregidor de Madrid, etc. Fue este hombre grande, de aquellos a quienes echan de menos los mármoles, los bronces; fue grande con Dios en la religión, con los reyes en la fidelidad, con su Patria en el amor, con sus empleos en el desinterés. Fue con sus amigos fino, con sus émulos magnánimo. Con sus iguales atento; con sus superiores urbano y hombre de bien con todos. Gobernó cincuenta años en diversas ciudades de España. Las obras insignes que hizo no caben en breves elogios. Ellas lo serán de si mismas, sin que jamás las pueda callar la fama ni deslucir la envidia. Fundó, dotó y adornó a sus expensas esta ermita de María Santísima del Puerto, de quién igualmente fue devoto que favorecido. Aquí está enterrado quién no debía haber nacido, o no había de haber muerto. Falleció a los ochenta y cinco años de su edad en veinticuatro de junio de mil setecientos y veintinueve. P.A.C.E.A.S.M.P.»

Creemos necesario añadir que, convertida en nuestra guerra civil la zona del río en donde está situada la ermita, en teatro de operaciones durante el largo asedio a Madrid de casi tres años, la metralla, ocasionó graves desperfectos al templo y sufrió la pérdida de la imagen de la Virgen.

Por decreto del Ministerio de Educación Nacional de 28 de diciembre de 1945, se declaró a la ermita monumento histórico artístico, en razón a la armónica composición del edificio con su gran cúpula central y sus dos torres laterales en el exterior, que recuerdan las características de la época de los Austrias: al buen gusto de la ornamentación interior del templo con su planta de cruz griega, y por su especial situación rodeada de las zonas verdes del paseo de su nombre, el Campo del Moro y la Casa de Campo. Concluye esta disposición invocando la necesidad de conservar y restaurar esta ermita, verdadera fórmula barroca de la primera época de Ribera, inconfundiblemente española.

Una vez cedido el templo al Arzobispado de Madrid por el actual Marqués del Vadillo, último Patrono de la Fundación, el Estado, bajo cuya tutela había quedado este monumento nacional procedió a su restauración, abriéndose nuevamente al culto en el año de 1951, como capilla adscrita a la parroquia madrileña de Santa Marta de la Cabeza.

Constituida la actual Cofradía de la Virgen en el año de 1954 bajo una nueva imagen y fiel reproducción de la Patrona de Plasencia del escultor Víctor González Gil, su Directiva, formada por fervientes y entusiastas devotos en su mayoría placentinos, viene atendiendo e impulsando su culto, que culmina en la solemnidad anual de dos grandes festividades: Una, con motivo de la celebración de la Natividad de Nuestra Señora, aniversario de la implantación de su culto en Madrid y, la segunda, con aires de romería y de exaltado fervor y evocación placentina, el domingo de Cuasimodo.

Para una ciudad episcopal, de obligada rectoría religiosa, nada puede ser más halagador y emotivo que contemplar la escalada del arraigado culto de su Patrona a la resonancia de la gran capital. El Marqués del Vadillo con su Fundación, otorgó a Plasencia el privilegio de ser la única población de España que tiene en Madrid templo dedicado a su Patrona, la Virgen del Santuario «sito en lo alto del puerto que va a las Castillas».

– II – EL MARQUES DE MIRABEL Y SU FUNDACIÓN EN PLASENCIA DEL COLEGIO DE HUÉRFANAS DE SAN JOSÉ

El señorío y la casa de Mirabel es muy antiguo en Plasencia.

A finales del siglo XV era señor de Mirabel don Francisco de Zúñiga hijo del duque de Arévalo y de Plasencia, hermano del Maestre y Cardenal Arzobispo de Sevilla Don Juan de Zúñiga, discípulo de Nebrija y gran figura de su tiempo.

Entre las personalidades que ostentaron el Marquesado de Mirabel, merece especial mención el segundo Marqués consorte don Luís de Avila, Comendador Mayor de Alcántara, que estuvo al lado del Emperador Carlos V al que profesó gran devoción y como historiador, escribió en elogio del César unos Comentarios de la guerra de Alemania. Fue embajador en Roma y se retiró a Plasencia.

El fundador del Colegio de niñas huérfanas en Plasencia, don Antonio Fernández de Córdoba, era Marqués de Mirabel en la primera mitad del siglo XIX. Lleno de caridad por las huérfanas pobres, la practicaba con la acogida de estas niñas en su palacio placentino y, a veces, en otras casas, hasta que dio forma definitiva a este amor al prójimo, creando el establecimiento benéfico docente de San José.

Tuvo su origen esta Fundación en las cláusulas establecidas en su testamento de 8 de junio de 1844 por las que reservaba parte de la propiedad de sus bienes para atender con sus réditos a la subsistencia y educación de las huérfanas que tenía a su cargo, y disponía que quiénes de sus sucesores fueran usufructuarios de la mitad de los bienes del Mayorazgo, contribuyeran con 50.000 reales en oro o en plata al sostenimiento del Colegio. Asimismo designaba el Patronato, (constituido por primeras autoridades eclesiásticas, civiles y judiciales de la Ciudad), que habría de dirigir y administrar la Fundación después de su fallecimiento.

Por Real orden de 10 de febrero de 1845, fue aprobada la Fundación, inaugurándose el Colegio el 18 de abril del siguiente año, con las niñas que tenía recogidas el Marqués.

Durante 132 años de existencia, la economía de la Fundación se ha mantenido próspera, merced a que los bienes raíces que constituyen su patrimonio fundacional, no fueron vendidos ni transformados.

Como Institución ejemplar, en donde reciben formación completa 60 niñas de la comarca placentina, bajo la dirección de religiosas de la Sagrada Familia, sirvió de inspiración y modela a otra análoga de niños huérfanos que, poco más de dos decenios después, fundara también en Plasencia el Marqués de la Constancia.

El espíritu altruista del Marqués de Mirabel, constituyó una admirable norma de su vida, claramente definida, no solo por el estable: miento de la mencionada Institución, sino en el gesto, nada común, de acoger en su palacio placentino, antes de fundar el Colegio, a niñas huérfanas pobres con fines asistenciales y educativos, hecho digno de ser resaltado como de máxima valoración de sus profundos sentimientos benéficos.

– III – EL MARQUÉS DE LA CONSTANCIA.
FUNDADOR DEL COLEGIO DE HUÉRFANOS DE LA CONSTANCIA.

Bajo el título GRATITUD se abre el prólogo del folleto biográfico del Marqués de la Constancia, escrito por Monseñor Ildefonso Prieto López, sobresaliente antiguo alumno del Colegio de niños huérfanos que aquel fundara en Plasencia.

Inspirado en idéntico sentimiento, otro de sus huérfanos protegidos intenta ahora trazar con fervorosa emoción, unas breves notas biográficas del último en el tiempo de estos tres nobles personajes, destacable, además de por la trascendencia de su Fundación, por estar en la cima de los mayores favorecedores de la Ciudad, en la prestación de desinteresados servicios a la población y juventud placentina, en diversos aspectos de la cultura. Como justa comprensión de tan amplia generosidad, la Ciudad por suscripción pública, a iniciativa de la Asociación de los antiguos alumnos del Colegio, erigió a la figura del Marqués una estatua, la única existente en la Ciudad, que se alza en uno de sus jardines, ante la arquería de su antiguo y bello acueducto.

Entrando en su biografía diremos, que en el año de 1779 el 14 de octubre, festividad en el santoral católico de San Calixto, Papa, nació en Badajoz don CALIXTO PAYAN Y VARGAS, el varón mayor de una familia de seis hermanos, descendientes por línea materna de la noble Casa placentina de Los Vargas, regidores perpetuos de Ciudad y señores de la villa del Barrado. Por la unión de su abuelo materno con la familia pacense de Los Lagunas, trasladaron temporalmente su residencia a Badajoz.

Allí nació la madre de Don Calixto, doña María de la Candelaria Vargas y Laguna, y en dicha ciudad se casó con don Felipe Payan Rubio, natural de Torrecilla de Cameros, provincia de Logroño, cuya posición no era, al parecer, tan brillante como la de las familias extremeñas de los Vargas y Lagunas.

Como la mayoría de los nobles de aquella época, don Calixto abrazó muy joven la carrera de las armas, profesión que le ofrecía un brillante porvenir, dado lo altos cargos que en los Reales Ejércitos ostentaban familiares suyos, especialmente su tío carnal don Vicente Vargas y Laguna, Mariscal de Campo, ingresando a los 16 años en el Regimiento de Caballería de Carabineros de la reina María Luisa.

Muy resumidamente diremos, que intervino en numerosas acciones de guerra en acantonamientos de Extremadura, y en diversas batallas, algunas de extraordinaria importancia, como la reñida en Talavera de la Reina en el año de 1809, en cuyas operaciones estuvo presente el rey José Bonaparte y en la que la suerte se inclinó a favor de los españoles e ingleses contra los franceses.

Dos años después, estando concentrado en la defensa de Badajoz se produjo un suceso decisivo para la vida militar de Don Calixto. El mando ordenó la capitulación y entrega de la plaza a los franceses, quedando prisionero, entre otros muy numerosos, durante más de un año, hasta la reconquista de la Ciudad por las tropas españolas.

No obstante haber sido purificado favorablemente por su conducta en el tiempo que permaneció en país ocupado por el enemigo, decidió retirarse de la vida militar con el grado de teniente coronel, en edad muy temprana cuando solo contaba 38 años, influyendo, tal vez, en esta determinación el estado achacoso de su quebrantada salud.

Terminada esta etapa militar comienza otra muy distinta, pródiga en penurias dificultades económicas, por lo que traslada su residencia a Madrid en busca de una nueva orientación de vida. A partir de este momento intensifica sus relaciones con su tío carnal don Antonio Vargas y Laguna, embajador de España ante la Santa Sede y primer Marqués de la Constancia, título concedido por el rey Fernando VII en atención a la lealtad y constancia con que había servido al altar y al trono en la época dificilísima de la dominación napoleónica.

Solicitó de este familiar de gran influencia política, obtener algún empleo digno de su rango, que hizo cuanto pudo sin llegar a conseguirlo. Entretanto le suministraba una cantidad mensual, ya que sus haberes como militar retirado eran insuficientes para vivir como correspondía a su posición social.

Siete años después de su retiro militar, ocurrió el fallecimiento en Roma, en estado soltero, de su tío don Antonio en funciones de embajador, cargo que había ejercido durante muchos años, con breves interrupciones.

Como varón mayor de la familia, hereda don Calixto las cuantiosas rentas que suponían los vínculos y mayorazgos reunidos en la casa de Los Vargas, junto con el título de Marqués de la Constancia. Y sus cinco hermanos a quienes el Embajador ayudaba con regularidad desde la muerte de sus padres, ocurrida con anterioridad, reciben también un capital de la herencia, que vino a resolver su difícil situación económica.

Hemos de hacer necesariamente mención de la familia de don Calixto por desempeñar cierto protagonismo en el proceso de la Fundación, que no hubiera tenido existencia de no concurrir un conjunto de infrecuentes circunstancias familiares. Primeramente, que sus tíos permanecieran solteros; después que sus cinco hermanos se mantuvieran célibes y murieran todos antes que don Calixto.

Señal evidente de que el Marqués no hubiera testado en favor de la Fundación mientras viviera alguno de sus hermanos, lo confirma el hecho de haber otorgado testamento nombrando heredera de todos sus bienes a su hermana menor, una vez fallecidos los demás hermanos, dejando una parte de los de libre disposición a doña Soledad Peroni, ama de llaves de don Calixto durante más de cuarenta años.

Si en estas circunstancias hubiera fallecido el Marqués, la Fundación del Colegio no hubiera sido posible. Pero parecía marcado por designio providencial el destino benéfico de su capital. Así, a los tres años de haberse otorgado el testamento citado, muere su última hermana, la designada en él de heredera, y fue menester cambiar el testamento y formalizar un Codicilo Poder, en el que ya sin familia se disponía la Fundación del Colegio de huérfanos y el nombramiento de los ejecutores testamentarios.

Este nuevo cambio de noluntad se reducía a manifestar que la masa o cuerpo de sus bienes, derechos y acciones, los heredara íntegros la referida doña Soledad, en calidad de usufructuaria por los días de su vida y, muerta ésta, se fundara en la ciudad de Plasencia un Instituto de beneficencia análogo o parecido al que fundó el Marqués de Mirabel.

Al siguiente año de haber formalizado el Codicilo Poder citado, se casó el Marqués, hasta entonces soltero, con su antigua ama de llaves doña Soledad, siguiendo, tal vez, consejos convenientes a los intereses de la Fundación. Duró poco más de siete meses este matrimonio por fallecimiento de la esposa, quedando solo el Marqués aunque por poco tiempo, ya que diez meses después murió a la edad de 85 años, extinguiéndose el título de Marqués de la Constancia por falta de sucesión.

Tras laboriosas gestiones administrativas de sus ejecutores testamentarios, los caballeros placentinos amigos del Marqués, don Vicente de Silva y don Joaquín de Silos, se dictó la R.O. de l6 de marzo de 1868, autorizando en Plasencia la fundación del Colegio de niños huérfanos, instituido por el Marqués de la Constancia.

Fue habilitada para instalar el Colegio, la casa solariega del Marqués y sus antepasados los Vargas, que también fuera palacio del Obispo de Plasencia don Gutierre de Vargas y Carvajal, de rancia estirpe madrileña a la que va unida el recuerdo de San Isidro, Patrono de la Villa. En este histórico edificio en el que convivió temporalmente don Francisco de Borja con el obispo Vargas, mientras se edificaba enfrente uno de los primeros conventos de jesuitas, del que éste era fundador, se abrió el primero de octubre de 1869 el Colegio la Constancia con veinte niños huérfanos.

Los más fecundos y brillantes primeros setenta años de la vida del Colegio, la lamentable decadencia en las últimas décadas su orfanato, y su transformación en colegio abierto a la enseñanza e internado de la juventud placentina y de su comarca, así como la necesidad de reestructurar su patrimonio para hacer posible su resurgimiento, fue tema de una comunicación por mi presentada en los VII Coloquios.

Hemos ofrecido muy resumidamente tres biografías más o menos brillantes, coronadas por ejemplares Instituciones con las que sus fundadores alcanzaron la posteridad. Confiere a Plasencia la primera de estas fundaciones mayor brillo a su arraigado sentido espiritual y religioso, y las dos últimas han venido a enriquecer el título más profundamente humano que ostenta su escudo de «Ciudad muy benéfica».

Cada una de ellas hubiera llenado ampliamente el espacio de una comunicación. Pero los que contamos ya muchos años y divisamos corto el futuro, sentimos demasiada prisa en proclamar afectos, gratitudes y admiraciones, como los que, por honroso deber, quisiéramos haber ofrecido en estos Coloquios históricos de Extremadura a tres grandes benefactores de la Ciudad de Plasencia.

Madrid, septiembre de 1978. Dionisio Prieto Aguilar.

Oct 011977
 

Dionisio Prieto Aguilar.

Un ilustre sacerdote muy vinculado a la organización de estos Coloquios Históricos de Extremadura, valorando con exceso mi capacidad y competencia, que le agradezco y mucho me honra, ha tenido la amabilidad de pedir mi aportación con algún trabajo a las sesiones de esta su séptima edición.

Conocedor de mi lógica preocupación, como alumno protegido, por los problemas del Colegio de huérfanos de Plasencia, fundado por Don Calixto Payán y Vargas, Marqués de la Constancia, en cuya solución vengo trabajando desde hace años, cortésmente me indicó que podría ser interesante hablar de esta Institución benéfico-docente, que redimió a centenares de huérfanos de la diócesis placentina de la indigencia y la ignorancia.

En la conmemoración del centenario de esta Fundación benéfica, celebrado en el año de 1969, tuve el honor de ser designado para pronunciar una conferencia, que encabezaba con el mismo título de este trabajo, por la que fundamentalmente pretendía despertar la atención acerca de la evidente decadencia de su Colegio, aprovechando la resonancia de esta efemérides y la magna concentración en Plasencia de antiguos alumnos, llegados de los más diversos y lejanos lugares de su habitual residencia.

No era nueva para mi esta idea. Desde hace años, en la breve hoja del Boletín informativo de la Asociación de antiguos alumnos, y en las reuniones anuales de la festividad de San Calixto, bajo cuya Advocación se rige la vida religiosa del Colegio, vengo insistiendo en la necesidad de acometer con urgencia la reestructuración de su capital, y en dotarle de una nueva organización, ya que de continuar con impasible indiferencia ante su situación actual, podríamos asistir en fecha no lejana a su cierta e inevitable desaparición.

Conviene señalar ante todo, que la causa fundamental de la actual decadencia de esta Fundación, que llegó a sostener en su internado, durante largos períodos a más de 150 alumnos, cuando en los últimos treinta años no ha llegado a rebasar el medio centenar, no obedece a la disminución de su patrimonio, ni a la cuantía de sus rentas, sino a la pérdida de la capacidad real adquisitiva de éstas, originadas por la constante depreciación de la moneda. Así se observa, que fundaciones prósperas a principio de siglo y con el mismo capital, apencas si pueden hoy subsistir.

Junto a este tema, ampliamente desarrollado en la conferencia, considero conveniente ofrecer algunas referencias de las actividades del Colegio para mejor conocimiento de su Fundación.

BALANCE DEL COLEGIO

En la vida del Colegio en su primer siglo de existencia, debemos distinguir dos etapas perfectamente diferenciadas.

La primera de muy larga duración, que comprende el periodo de sus setenta primeros años, constituye la época dorada del Colegio, en la que las rentas de la Fundación, no solo eran suficientes para sostener el elevado número de huérfanos antes citado, sino para emprender con sus excedentes el pretencioso proyecto de construir un nuevo colegio de enormes dimensiones, hoy cuartel militar, que, por dificultades económicas, en las últimas fases de su edificación tuvo que enajenar.

El Colegio estaba a tope de la capacidad de su internado, y la Fundación podía cumplir con toda amplitud los fines de protección, educación y enseñanza.

Centenares de alumnos se formaron en esta larga etapa en las distintas ramas de la artesanía y servicios; en los estudios para sacerdotes, maestros de primera enseñanza y del bachillerato, que llevaron por todo el ámbito nacional, y más allá de sus fronteras, el amor a su Fundador, el espíritu del colegio y el recuerdo perenne de la ciudad de Plasencia de su juventud.

Como en toda familia numerosa su suerte en la vida fue diversa. Unos ejercieron sus profesiones y oficios, y levantaron industrias con mayor o menor éxito. Otros alcanzaron grados eclesiásticos, militares y administrativos de relieve, y prestigio y honores en el profesorado y en la enseñanza primaria; y algunos tal vez más débiles o peor preparados, conocieron el fracaso ante el vacío que se produce al salir del colegio en la dura lucha por conseguir, sin protección alguna, un puesto en la sociedad.

Si tuviera que destacar alguna de estas vidas, con respeto y admiración por el noble esfuerzo de las demás, yo me inclinaría ante las figuras de dos maestros nacionales, recientemente fallecidos, que, con reconocida competencia y méritos para ocupar más importantes destinos, renunciaron voluntariamente a las ambiciones humanas y se sumieron durante más de treinta años en las aldeas y alquerías de las inhóspitas Hurdes de aquellos tiempos, iluminando las mentes de humildes generaciones, con un espíritu franciscano que causó la emoción y admiración de algún ministro en visita oficial a aquella región.

Pocas condecoraciones fueron mas justas que las otorgadas a aquellos modestos compañeros por sus oscuros y abnegados servicios.

Precisamente se presenta en estas reuniones un trabajo elaborado por un placentino integral, amante de la Fundación, en torno a la figura de Monseñor Ildefonso Prieto López, Prelado Auditor del Tribunal de la Rota de Madrid, el alumno más sobresaliente formado en el Colegio durante esta etapa.

El segundo período comenzó en el año de 1943, después de nuestra guerra civil, en la que nuestra Fundación sufrió importantes pérdidas en sus rentas por la aplicación de la ley del desbloqueo de sus cuentas bancarias. A partir de esta fecha. la dirección del Colegio y de su internado fue encomendado a la Comunidad de los Hermanos Maristas, que la inauguró con 37 niños huérfanos.

Bajo este régimen en el que actualmente continúa, se produjo una profunda transformación en su colegio, y sus puertas se abrieron de par en par a la enseñanza y al internado de la juventud placentina y de su comarca, con lo cual se encontró la ciudad con un importante centro escolar religioso del que carecía. Dentro de esta masa de escolares y estudiantes pertenecientes a todas las clases sociales, quedaron integrados el reducido número de sus alumnos huérfanos.

Pocas referencias tenemos de los huérfanos de esta nueva etapa. Solo sabemos de algunos que profesaron en la Comunidad marista y de otros que ocupan puestos en distintos destinos.

Pero la situación actual del Colegio puede llegar pronto a su fin. En este sentido se manifestaron años atrás los Hermanos maristas en su aspiración plausible y lógica de construir un Colegio de propiedad exclusiva, en la ciudad, que reuniera las condiciones pedagógicas exigibles a los centros de enseñanza modernos, de las que carece el vetusto colegio actual. Cuando estos propósitos se cumplan y la Comunidad marista rescinda el contrato establecido con la Fundación, se planteará el problema de la acomodación y destino de sus huérfanos y de la continuidad de su Colegio.

PROPUESTA DE SOLUCIÓN

Como posible solución de este problema, formulaba en aquel acto una propuesta basada en la reestructuración del capital de la Fundación, formado en su mayor parte por un valioso patrimonio inmobiliario, totalmente improductivo, y proceder a su enajenación, presumiblemente fácil, dada su céntrica situación en la ciudad. Con el producto de estas ventas, podría obtenerse el capital suficiente para construir sobradamente, no otro colegio propiamente dicho, que requeriría una costosa plantilla de profesorado, sino una moderna Residencia de estudiantes.

Cuando las rentas de la Fundación no permitieran sostener el número de huérfanos suficiente, para cubrir la totalidad de las plazas de su internado, podría admitirse para ocupar las restantes vacantes a estudiantes pensionistas. Con este internado mixto de huérfanos y estudiantes de pago, que se podría elevar o reducir, se encontraría el equilibrio necesario y la fórmula ideal para la continuidad indefinida de su Colegio, que yo limitaba a otro siglo.

CONSTRUCCIÓN DE LA RESIDENCIA

Para que este proyecto pudiera llevarse a efecto con las necesarias garantías de éxito, y poder gozar de atractivo en la juventud pensionista, el inmueble de la Residencia debería estar dotado de todas las comodidades que ofrece la vida moderna, con instalaciones dentro de su recinto o en sus proximidades, de amplias zonas para la práctica de los diversos deportes, que tanto distingue y valora a estos Centros, y cuya construcción viene siendo promovida y protegida por el Estado, por lo que su ubicación habría de situarse fuera de la zona urbana de la ciudad.

Una Residencia con capacidad para 150 a 200 plazas de alumnos internos, en la que no se impartiría enseñanza alguna, que se pudiera recibir en los centros oficiales y de Formación profesional de la ciudad. Estaría regida por uno o dos educadores a nivel universitario, con una organización que rompiera la tradicional del antiguo colegio, en la que los alumnos mejor dotados y con auténtica vocación para los estudios, pudieran prolongarlos en las universidades y escuelas técnicas, protegidos por la Fundación y con la ayuda de becas oficiales y particulares. Podría ser un Centro de formación de una juventud selecta, con posibilidades de establecer en vacaciones intercambios escolares con estudiantes nacionales para el mutuo conocimiento de las regiones españolas, y también con extranjeros, especialmente en una loable aspiración de organizar cursillos de castellano, historia, arte, etc., establecidos en tantas capitales españolas, a cuya acción cultural y turística se incorporaría una ciudad extremeña.

La solución que brevemente acabamos de exponer, tuvo una favorable acogida entre el numeroso público asistente a dicho acto, formado en su mayoría por antiguos alumnos del Colegio y, asimismo, fue clara la opinión del Sr. Obispo de Plasencia, Presidente del Patronato de la Fundación cuando en la misa de acción de gracias, celebrada en la catedral, y programada como uno de los actos mas solemnes del centenario, manifestó en la homilía la necesidad de hacer todo lo posible por mejorar el Colegio en la forma que tan acertadamente se había dicho en la conferencia de la tarde anterior.

También fue inequívoca la diligente actitud del Alcalde de Plasencia, Vicepresidente del Patronato, con la presentación en el primer pleno celebrado por la Corporación municipal, de una moción, solicitando la cesión de unos terrenos comunales en las afueras de la ciudad para construir el nuevo colegio, que fue aprobada por unanimidad.

Posteriormente realicé, a indicaciones del Patronato, un amplio y detallado estudio económico referido a la valoración del patrimonio de la Fundación, costes de la construcción y equipamiento de la Residencia, y de las instalaciones deportivas, gastos de sostenimiento del internado, del personal y la dirección, ingresos previsibles, etc., que examinado en una reunión de sus miembros, le encontró convincente y viable. No obstante, hice una tirada en multicopista de un centenar de ejemplares, que envié a personas técnicas y competentes, la mayoría placentinos, con el fin de someter dicho estudio a información pública y crítica, dispuesto a rectificar cualquier error de cálculo o de concepto, sin que se formulara ninguna objeción.

Después de tan esperanzadoras actitudes, incomprensiblemente, y sin alegar razonamiento válido alguno, fue cayendo este proyecto, que pudo ser ya realidad a uno costes que no volveremos a conocer, en el silencio de las causas perdidas.

Podrá parecer insólito el planteamiento en estos coloquios de un tema actual, alejado de los predominantemente históricos, que constituyen su principal objetivo. Su inscripción entre otras más relevantes comunicaciones, viene determinada por la categoría y valor social, que a mi juicio, debemos conceder a una Institución auténticamente extremeña por el origen de su Fundador, nacido en Badajoz, y de su ubicación en una ciudad cacereña, si además añadimos, su larga existencia de más de un siglo en que comúnmente sé entiende se ha traspasado ya los umbrales de la historia.

De otra parte, en mi ya largo peregrinaje en busca de comprensión y apoyo para esta obra benéfica, la utilización del valor de esta tribuna que gentilmente me brindaron personas de espíritu altruista, conocedores de la Fundación y de su fecunda historia, alcanza los límites, nada despreciables, de la más alta resonancia en el ámbito regional.

Afortunadamente abundan más de lo que pudiera suponerse los sentimientos caritativos y benéficos. En una serie de programas de la televisión, de proyección reciente, por los que desfilaron personalidades de la máxima actualidad española, pudimos oír a uno de los entrevistados, actualmente ministro del Gobierno, que su gran ilusión y deseo era el de poder legar a la posteridad una fundación benéfico docente.

Pocas acciones humanas revisten mayor trascendencia y valoración social, ni otorgan a sus benefactores tan larga o eterna posteridad, como las destinadas al servicio o en beneficio del prójimo.

La mayor gloria del Marqués de la Constancia, fundador del Colegio de huérfanos placentino, estriba en su obra benéfica, por la que viene permaneciendo vivo más de un siglo, en el fervoroso recuerdo de centenares de sus alumnos protegidos, y su nombre es constantemente bendecido en todas las geografías de sus residencias.

La primera decisión, adoptada por la Asociación de antiguos alumnos del Colegio, fue la de realizar una demostración publica de gratitud a su Fundador, con la erección de un monumento a su memoria, que hoy se alza en los mas bellos jardines de la ciudad placentina.

También acordaron proyectar su espíritu caritativo y benéfico en la capital de España, en donde residía un numeroso grupo de antiguos alumnos, mediante la entronización de una imagen de San Calixto en la ermita de la Virgen del Puerto madrileña. Hoy este Santo Papa, de veneración, privada en el Colegio, por haber sido proclamado Patrón Nacional de la Construcción, se sitúa en el ancho camino de poder alcanzar la cima de las grandes devociones.

Con fervor vengo pidiendo a San Calixto, que de su humilde condición de esclavo llegó a escalar la máxima cumbre del Pontificado, que inspire a las poderosas empresas de este importante Sector industrial o a algunos de sus hombres, el espíritu benéfico de su Advocación, en la protección y apoyo al Colegio placentino cuna del origen de su culto en España.

Y para terminar, y en el sentido deseo de generalizar este tema benéfico, me permito indicar que podría reportar una indudable y positiva eficacia regional, la constitución de una Asociación de amigos de estas Instituciones de Extremadura, limitando su actuación a funciones mediadoras y de orientación de las acciones de esta naturaleza.

Tendría por finalidad, la canalización de las futuras donaciones hacia las Instituciones benéficas particulares existentes en las dos provincias extremeñas, necesitadas de ayuda económica para su subsistencia y normal funcionamiento.

Fundamentamos esta sugerencia en la propia voluntad de los benefactores, que al legar a perpetuidad un capital en beneficio de determinados grupos sociales (niños huérfanos, ancianos, subnormales, etc., cuya protección asumirá cada vez más el Estado), redunda al propio tiempo en favor de la Sociedad y, en cierto modo, la impone el deber de su defensa.

De otra parte, es el mismo Estado quien viene estimulando estas acciones, al conceder sean deducidas de la base de los impuestos directos, las cantidades, cualquiera que sea su cuantía, donadas a las fundaciones benéficas y benéfico-docentes, para la investigación científica, becas a estas Instituciones, así como el coste efectivo de la compra de libros donados a las bibliotecas públicas, incluidas, por tanto, las de carácter municipal.

Pero por encima de todas estas consideraciones, debemos invocar el cumplimiento del precepto cristiano de amor al prójimo, que constituye uno de los dos grandes pilares en que se centra la doctrina de sus mandamientos.

Madrid, septiembre de 1.977
DIONISIO PRIETO AGUILAR Antiguo alumno del Colegio de Huérfanos de la Constancia de Plasencia.

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