Oct 011987
 

Juan Francisco Arroyo Mateos.

Mucho se ha escrito acerca de Plasencia, pero aún queda más por investigar para saber con más detalles todo aquello que atañe a sus más remotos oxigenes y el modo cómo después, andando el tiempo, se predicó y arraigó en ella la doctrina de Cristo.

No basta leer libros modernos si se quiere profundizar en esta materia. Es necesario, pues, consultar literatura antigua, a veces muy difícil de dar con ella, a no ser en bien surtidas bibliotecas públicas provinciales y nacionales.

Es lo que hemos hecho para escribir estos folios, porque aludidos libros viejos contienen inmensos tesoros de historia, que ya nos sirvieron para investigar sobre Coria pero que ahora los utilizamos a favor de Plasencia; pues ambas ciudades son de alguna manera gemelas en varios aspectos, uno de los cuales es el de que probablemente pasan por ser las más antiguas de la ancestral Vetonia y Lusitania, aunque existan otras poblaciones ciertamente también muy veteranas y de enorme importancia histórica, pero que fueron posteriormente fundadas por los romanos, según ocurrió con Castra Cecilia (Cáceres), Emérita Augusta (Mérida), Castra Julia (Trujillo), Colonia Metillina (Medellín) y varias otras más.

No quiere decir esto que los romanos no hicieran nada después en Coria y Plasencia, ya que las fortificaron, las agrandaron y las mejoraron en muchas cosas, mediante lo que las romanizaron, y por esto pudieran parecer ciudades romanas, si no se tienen en cuenta otros datos históricos.

LOS MÁS REMOTOS O AUTÉNTICOS FUNDADORES DE PLASENCIA

Viene ahora un interrogante. Si no han sido los romanos, ¿quiénes fueron los primeros Pobladores de Plasencia? Y respondemos afirmando que esta suerte les tocó a los Ambracienses, por más que esta palabra resulte rara en la actualidad, ya que se refiere a los antiguos colonizadores procedentes y naturales de l ciudad de Ambracia, que quizás perdure en la parte oriental mediterránea; quienes, junto con otros habitantes de aquellas regiones de Grecia, Mar Egeo, Chipre, Asia Menor, Fenicia y todo el próximo oriente, solían antaño emigrar a Celtiberia (España) en busca de metales y otras riquezas naturales.

Por consiguiente, como lo atestigua el erudito padre benedictino Fray Gregorio de Axrgáiz en su obra “La soledad laureada”, que es en la que nos estamos inspirando y él escribió por los años del mil seiscientos, Plasencia (que previamente llevó el nombre de Ambracia) fue fundada -son palabras textuales- “por los de la Provincia de Epiro, vecina de Grecia, que parte (es decir, comparte) con ella términos, donde (o por donde) fue muy conocida la ciudad de Ambracia. De quien (o de lo cual) hace Memoria Tito Livio (Decad. 4., lib. 8) y Julio César (Lib. 3 de Bello Civile)”. Porque “estos epirotas -dice- viniendo envueltos con los Griegos y (de) otras naciones de la Asia, es cierto, que la dieron principio (fundándola), y luego (le pusieron) el nombre a devoción (u honor para su pueblo natal) de la ciudad de Ambracia (de la que procedían) para tener (así) recuerdo de su patria”. Que es lo que parecidamente ha ocurrido más tarde por cuando el descubrimiento del Nuevo Mundo, procurando los conquistadores poner nombres de ciudades españolas: Trujillo, Mérida, Medellín, etc., a muchas de las que iban fundando en América.

Ignoramos, no obstante, el tiempo que transcurrió desde susodicha primera fundación de Ambracia (o primitiva Plasencia) por los epirotas ambracienses hasta la más tardía invasión de los romanos, en una época todavía anterior a la venida de Cristo.

SANTIAGO EL MAYOR VINO A ESPAÑA

Mas como todo llega, prodújose oportunamente el nacimiento de Jesucristo y con Él la redención de género humano mediante el sacrificio de la cruz en el año 33 de nuestra Era Cristiana, ordenando por entonces enseguida el Señor a los Apóstoles, antes de su Ascensión al Cielo, que fueran a predicar el Evangelio por todo el mundo hasta el fin de la tierra. Ahora bien, con estas palabras de “fin de la tierra” aludíase por aquel tiempo a España. Luego el Salvador quiso y manduque al menos uno de los Apóstoles se acercara, a evangelizar nuestra Patria. Y sabido es por Tradición (y hasta por algunas almas místicas fidedignas, como las Venerables Agreda y Ana Catalina Emmerick) que el afortunado apóstol fue Santiago el Mayor. No sabemos cuánto demoró embarcarse con rumbo hacia nuestra tierra. Si lo hubiera hecho enseguida y tardó unos 3 ó 4 meses en el viaje, bien pudo haber llegado Santiago a España en ese mismo año 33, dudándose si arribó al puerto de Cartagena o de Tarragona. Por otra parte, algunos señalan como año de su muerte o martirio en Jerusalén el 42 y otros el 44. Lo cual quiere decir que Santiago quizás estuvo en nuestra nación unos diez años, aunque también pudo residir en ella sólo unos seis, como sostienen otros. Estaba por entonces España poco poblada y con buenas calzadas romanas, no siendo extraño, segar afirman algunos, que Santiago visitase en plan misionero-evangélico, al estilo de como Cristo evangelizó Palestina no deteniéndose muchos días en cada lugar, todas o casi todas las ciudades principales de nuestra Patria, entre las que sin duda se encontraría Ambracia o Plasencia, cuya devoción al Apóstol es justo que cada día sea mucho mayor.

CIERTAMENTE SANTIAGO EVANGELISTA EVANGELIZÓ PLASENCIA

El padre Argáiz cita a varios autores, cada uno de los cuales designa algunas poblaciones en las que predicó Santiago Apóstol: Toledo, Tarragona, Cartagena, Zaragoza, Sevilla, Valencia, Barcelona, Lugo, Astorga, Palencia, etc.; siendo el historiador Hauberto, conocido como el Hispalense, el que claramente alude a Plasencia, al nombrar a: “… Talavera de la Reina, Buytrago, Coca, Burgos, Murcia, Plasencia, Aguas Santas (en Orense), Bilbao, Tortosa, Gerona, y otras”; concluyendo que estuvo en casi todas las ciudades de España predicando: “Et fere in omnibus caeteris urbibus praedicat”. De donde puede deducirse que probablemente pasó a modo de misionero evangelizador al menos también por aquellas destacadas ciudades que fueron elegidas precisamente por él y sus íntimos colaboradores como poblaciones episcopales cual Coria y Mérida , además de por otras muy señeras y bien comunicadas mediante buenas calzadas romanas como Cáceres con la Ruta de la Plata. Nuestro razonamiento, según se ve, no tiene nada de gratuito, sino que es muy lógico y bien fundado.

EL PRIMER OBISPO DE PLASENCIA FUE SAN EPITACIO

Por cuando Ambracia o Plasencia fue evangelizada por Santiago, ayudole mucho su discípulo San Pedro Bracharense, que es al que encomendó una labor más especial, fundacional y profunda por toda la Lusitania, cosa que se entiende bastante bien leyendo lo que escribió Calydonio, Arzobispo de Braga (Portugal) en la vida de dicho Santo, resumida por Hugo, Obispo de Oporto, en la carta que escribió al otro Arzobispo Bracharense Mauricio. Aludido San Pedro fue el que también predicó y organizó asuntos eclesiásticos en Coria y Mérida y hasta en la ciudad gallega de Tuy, conviniendo saber que por el año 37 de nuestra Era residía por la parte de la Vera o de Plasencia al menos una familia hebrea. Pues bien, un miembro de esta familia, quizás bastante joven, se llamaba Epitacio o Epitheto y era natural de esa misma zona placentina. Asistió, seguramente, a las enseñanzas evangélicas que por entonces se impartían, y de tal modo creyó en Cristo y estuvo dispuesto a ser discípulo suyo, que marchó a Galicia, en donde ultimó tan provechosamente su preparación, que poco después fue elegido para ser el primer Obispo que tuvo la referida población de Tuy, según lo hizo constar históricamente San Atanasio, primer obispo de Zaragoza.

No nos detenemos a contar la labor pastoral que realizó en Tuy, organizando el cabildo y dedicándose a otras atenciones. Lo verdaderamente interesante es saber que un poco más tarde, tal vez en vista de lo muy bien que conocía lo concerniente a Ambracia o Plasencia y su entorno, se le nombró y destinó para que fuera el primer obispo placentino. Ocurrió esto, según parece, hacia el año 40 del siglo I, desempeñando un gran trabajo apostólico al frente de la diócesis placentina por espacio de unes 13 años, ya que murió mártir allá por el año 58, a causa de la persecución anticristiana que ordenó Nerón en todo el Imperio Romano. Es muy digno, pues, que Plasencia recuerde mucho a este su primer obispo y que, rescatándolo del multisecular olvido, lo honorifique todo lo que él merece por ser hasta natural de la perla del Jerte o Ambracia. Escribió su biografía D. Juan Tamayo de Salazar, que resultaría interesantísima leerla ahora en nuestra época.

SEGUNDO OBISPO QUE TUVO PLASENCIA

Cuando San Epitacio fue trasladado a Ambracia o Plasencia, le sucedió en Tuy como Prelado diocesano San Evasio quien, unos 18 años más tarde, también vino para Extremadura, fundadamente hacia el año 58, que es por cuando murió San Epitacio e hizo falta un nuevo obispo placentino, que además dos años después, se hiciera cargo, a la vez, de la diócesis de Coria tras el martirio de San Pío, primer prelado cauriense, que estuvo en activo desde el 37 al 60; año éste 60 en que, al asistir a un Concilio que iba a celebrarse en Peñíscola (Castellón) con otros colegas, allí fue con éstos martirizado por orden del entonces Gobernador levantino Haloro. Ahora bien, referido D. Juan Tamayo dice que San Evasio fue Obispo de Coria, mas compréndase que sólo lo pudo ser a partir del año 60, en que hubo sede vacante. Dedúcese, por consiguiente, que fue antes unos dos años, prelado de sólo Plasencia desde la muerte de San Epitacio; y a continuación Obispo, al mismo tiempo, de Coria y de Plasencia hasta el año 85 (15 años de pontificado), en que fue mártir en la persecución de Domiciano, sucediéndole con las mismas atribuciones caurienses-placentinas el obispo San Jonás, como se desprende de lo que enseguida expondremos.

Y es que el padre Argáiz afirma textualmente que: “El segundo Prelado (de Tuy, en Galicia) fue San Evasio. Gobernó a Tuy algunos años, y siguiendo a su antecesor (San Epitacio) los pasos, fue a predicar a tierras de Plasencia, y parando -en tiempo oportunamente posterior- en una ciudad llamada Casar, a dos leguas de la noble Villa de Cáceres, padeció en ella el martirio. Pónelo el martirologio de la Iglesia de Plasencia en el 1 de Diciembre”. Lo cual invita a reafirmar lo dicho: que, como San Epitacio, Primer obispo de Plasencia, murió unos dos años antes que San Pío, primer obispo de Coria, probablemente San Evasio llegó a esta nuestra región extremeña para suceder, primeramente, a San Epitacio en la sede episcopal placentina, cosa que pudo ser una plena realidad por unos dos años hasta que fue martirizado el aludido San Pío de Coria que es, cuando necesitando otro prelado para la diócesis cauriense, parece que, debido al clima persecutorio que había por la zona de la Vera( pues los historiadores no hablan de nuevos obispos placentinos hasta por el año 32; tras conseguida la paz constantiniana), se optó por que San Evasio se viniera a residir a la Diócesis de Coria, empezando a servir como sufragánea a la Diócesis de Plasencia o Ambracia; motivo por el cual es muy explicable que Plasencia, con gran fundamento en la realidad, lo haya considerado tan como Obispo propio, que hasta lo hiciera figurar, canonizándolo, en su martirologio diocesano, pues según venimos deduciéndolo, verdaderamente fue obispo exclusivo suyo por unos dos años, como sucesor de San Epitacio, y después continuó siéndolo hasta su martirio de una manera sufragánea. Reflexión aparte merece ese detalle de haber sido hecho mártir en Casar de Cáceres, al tiempo que ejercía su ministerio episcopal por esta localidad, que por pertenecer a la diócesis cauriense, esto demuestra que al menos en su última fase de vida era Obispo de Coria. No el primero que tuvo esta Diócesis como han creído muchos, y entre ellos don Juan Tamayo, por eso de no haber consultado lo que han escrito Hauberto y el insigne Cronista Liberato: “Caurienses Episcopum acipierunt tempore praedicationis Sancti Iacobi Apostoli. Primus eorum sedit Pius, anno Domini 37”. Por consiguiente, el segundo obispo de Plasencia parece que fue San Evasio, así como también fu, por los motivos apuntados, el segundo obispo de Coria-Cáceres. Recordemos además que San Evasio sigue figurando como santo mártir el día 1 de diciembre del martirologio universal de la Iglesia, chocando esto con el olvido en que es tenido por caurienses, placentinos y casi todos los extremeños. Restauremos, por tanto, los honores de toda índole que merece este santo, así como también San Pío, obispo protomártir de Coria, y San Epitacio, prelado protomártir de Plasencia.

SÉPASE DISTINGUIR A SAN PÍO DE EXTREMADURA Y A SAN PÍO DE SEVILLA

No queremos pasar adelante sin esclarecer lo que se presta a uno de esos equívocos, que suelen hacer perder toda credibilidad a muchos incomprensivos, de los que suelen negar cualquier cosa cuando no saben explicársela. Hacemos alusión al hecho de haber habido en la primitiva Iglesia de España dos altas personalidades episcopales con el nombre de Pío, como ya, semejantemente, hubo dos santiagos, dos simones y dos judas en el Colegio Apostólico. Mas el Padre Argáiz, al mencionar los obispos que murieron mártires en Peñíscola (Castellón) en el año 60, cuando iban a celebrar un concilio cerca de ella en Cherroneso, de la región valenciana, cita muy distinta y separadamente a ambos Prelados tocayos diciendo:

“Pío Arzobispo de Sevilla; Basilio de Cartagena; Eugenio de Valencia; Agatodoro de Tarragona; Etereo de Barcelona; Capitón de Lugo; Efrén de Astorga; Néstor de Palencia; Arcadio de Juliobriga (Puerto de Santoña); Elpidio de Toledo. Y según Hauberto el Hispalense, Eulidio de Segovia y Pío Obispo de Coria”. Doce en total, que en esa ocasión fueron puestos en prisión por el Gobernador Haloro, y todos martirizados el 4 de Marzo en la consabida persecución decretada por Nerón. No cabe, pues, confusión entre ambos prelados que llevaron el nombre de Pío, quizás por su ascendencia italiana, ya que los romanos que habitaban entonces España procedían muchísimos de Italia, y al convertirse al Cristianismo conservaban sus nombres de origen.

OBISPOS DE PLASENCIA HASTA EL DECRETO DE PAZ CONSTANTINIANA

Continuando ateniéndonos a los datos ofrecidos por el Padre Argáiz, ningún historiador señala obispos para Ambracia o Plasencia que sucedieran a San Epitacio y San Evasio hasta que, llegado el cese de persecuciones anticristianas, habla entonces Surio del Prelado que hubo en Plasencia en el año 325. Se llamaba Fegario y llegó a participar, junto con otros 318 pontífices, en el importante Concilio de Nicea.

Dedúcese que anduvieron bastante mal las cosas en la zona placentina o de la Vera por aquellos primeros albores del Cristianismo, como también lo demuestra el hecho de haber habido, en el año 85, cuarenta y tres cristianos que sufrieron el martirio en Cáparra. Se conocen los nombres de algunos: San Carilipo; Afrodisio; Agapio; Tasebio; Félix y Atanasio. Eran todos personas muy de Iglesia que, en tan primitivos tiempos, inmigrantes o no, se habían agrupado en comunidad e imitaban a los ancestrales monjes del Líbano, que existían desde la época del profeta Elías en el Monte Carmelo, que es por lo que se los apellidaba Carmelitas, pero de esta antiquísima observancia o reglas cenobíticas. Desde la venida de Santiago a España por los años treinta y tres, o poco más tarde, hasta el 85 en que se los martirizó, bien pudieron haber construido un buen monasterio o cenobio, aunque casi todo el otro núcleo de viviendas de Cáparra fueran casas de adobes, muy poco resistentes a las inclemencias meteorológicas y a las incursiones guerreras; motivo o razón por la que hay un no despreciable fundamento lógico para pensar que las actuales ruinas que todavía existen en Cáparra, probablemente son restos de ese aludido monasterio primitivo o cenobio; conclusión ésta que puede ser interesante para la diócesis de Plasencia, y para la historia arqueológica de la provincia de Cáceres y de la región extremeña.

Era, por tanto, poco o nada aconsejable que los obispos sucesores inmediatos de S. Epitacio residieran en la misma Ambracia o antigua Plasencia y, por ello, la mejor solución que se pensaría fue la seguida por San Evasio, en cuanto a ser él y sus sucesores de entonces, prelados residenciales en Coria que simultáneamente tuvieran a su cargo, la diócesis placentina hasta que llegó la era de la Paz constantiniana, siendo fácil, en esta fundada suposición, saber los obispos que tuvo o atendieron Plasencia, a partir de San Epitacio, porque fueron los mismos que hubo en la diócesis cauriense, a saber: San Evasio (+85); San Jonás(+115?); Néstor(+130?); Paladino, oriundo de Francia; Pedro I (132); Filientinó (+139), Narciso (+150); San Próculo (+176); Félix (+202?); Amando (+236); Paulado (+276?); Jacobo o Diego I (+300?); San Leodegario Mártir (+300); y Pedro II (+336). Este seria el último prelado que sólo ya atendió conjuntamente a Coria y Plasencia, puesto que, según queda dicho, Consta que Fegario fue obispo placentino por el año 325; lo cual quiere decir que el referido Pedro II regiría a ambas diócesis por pocos años, ciñéndose oportunamente a dedicar sus atenciones únicamente a la diócesis cauriense, pues es de suponer que Fegario rigió Plasencia desde algunos años antes del 325 en que fue a Nicea.

TOTAL DESTRUCCION DE LA CIUDAD DE AMBRACIA O PRIMITIVA PLASENCIA

Al referido Fegario, le sucedió en la sede episcopal placentina Epitacio II (+352?), quien juntamente con Natal, Arzobispo de Toledo, sufrió el destierro decretado por el Emperador arriano Constancio. Siguióle como prelado Splendonio hasta el año 380. Y poco más tarde, sin decirse que ya hubiera otro nuevo obispo en Ambracia o Plasencia antigua (que quizá, por esto, estuvo atendida sufragáneamente también en esta otra ocasión por un obispo de Coria, es decir, por Marcelo I, que fue prelado por bastante tiempo hacia el año 400) llegó la invasión de los Bárbaros; Vándalos y Alanos, que destruyeron por completo a Ambracia o Plasencia primitiva, pasándose la “buena ventura -dice el Padre Argáiz- a Coria”, pues tanto vino a crecer por esto la diócesis cauriense, que ella sola abarcó durante bastantes años el territorio de ambas demarcaciones eclesiásticas extremeñas.

Naturalmente, con más razón que nunca, no podía tampoco entonces haber obispos residentes en la recién destruida ciudad placentina, siendo los de Coria quienes nuevamente volverían a hacerse cargo de la misma, empezando a regirla, seguramente, el cauriense Leoncio, que ejerció su pontificado hasta el año 432; y al que siguieron estos otros prelados: Edilio, hasta el 443; Pedro IV (+448); Esteban (+477); Juan (+496); Nasón (fallecido en ese mismo año); Flaviano (+503); Edeoto (+536); Noto (+576); Jaquinto o Jacinto (+594); Benito (+600); Pedro V (+603); Elías (+610); Pedro VI; y San Bonifacio (+636) que, por lo menos, asistió en el 633 al IV Concilio de Toledo.

Pero mucho antes sucedió que Neufila, obispo de Tuy, intentó y consiguió, en el año 584, encontrar entre las ruinas de la ciudad placentina y luego llevárselo, el cuerpo o restos de San Epitacio que, como ya se dijo en un principio, fue también el primer obispo que tuvo la referida ciudad de Galicia. Es muy importante que esto lo sepan los placentinos…

HACIA LA RESTAURACION O FUNDACIÓN DE LA NUEVA PLASENCIA.

No sabemos porqué motivos; mas aconteció que por el año 631 se nombró como sucesor de los obispos de Ambracia o antigua Plasencia, según refiere Don Juan Tamayo, a Protasio, que era calificado como “Protasio, Obispo Arcobricense”; con lo cual se hacía alusión a la ciudad de Arcóbriga, que estaba cerca de Laconimurgo que, a su vez distaba poco de Cáparra, pues Florián de Ocampo la situaba a mitad de camino derecho entre las ventas (o dos edificaciones que todavía existían entonces) de Cáparra y Ciudad Rodrigo. Era, pues, natural que, como la ciudad placentina continuaba destruida, sus obispos residieran en otras poblaciones competentes. A Protasio le sucedió el Obispo Riquila, que había sido monje benedictino en el Monasterio de San Julián Agalliense de Toledo. No está claro si la residencia la tuvo en la misma ciudad que su antecesor o en otra más de su gusto. En orden a esto conviene saber que se lo calificaba como “Obispo Obilense” (no Abulense), llegando a decir Luitprando que Obilam significaba entonces Alcántara: “Obilam, Villae haec intelligitur Alcántara”; cosa que no debiera parecer muy rara, si probablemente ya entonces existía en Alcántara el Convento benedictino de San Benito, quizás en su época de mayor esplendor, siendo lógico que D. Riquila, por ser de la orden benedictina, escogiera residir en el mismo.

No vemos reseñado el año de su defunción, pero esto pudo haber ocurrido por el año 650. Tampoco se indican más obispos placentinos al estilo de estos dos mencionados. Posiblemente, por tanto, los obispos de Coria volvieron, desde el mismo Coria, a regir sufragánea ente la diócesis de Ambracia o primitiva Plasencia. Y de esta suposición, pudo empezar a servir conjuntamente a la diócesis placentina el obispo cauriense Juan II, que, entre otras cosas, asistió al Concilio VII de Toledo, del 646, y al VIII de 653; continuando al frente de ambas diócesis, igualmente, los sucesores de éste, a saber: Donato, que asistió a un Concilio de Mérida el año 666; Juliano o Julián, durante cuyo pontificado se celebró en Toledo, en el año 677, un Concilio Nacional, en el que se definieron los limites de las distintas diócesis, asignándosele a Coria de modo ya más formal o legal todo el territorio también de la desaparecida Ambracia o antigua Plasencia, invitando esto a pensar nuevamente que los obispos de Coria eran los que reglan la diócesis placentina. Sucedióle el Obispo Ávila, que vivió por el 688; Bonifacio II, que tomo parte en el toledano Concilio XVI del 693; Juan III; San Bonifacio III, que murió mártir a manos de los sarracenos en Cuacos, cerca de Jarandilla, en la diócesis placentina, quedando por entonces Coria en poder de los moros, pero que no la destruyeron, debido a que se negoció una honesta rendición de la ciudad, de modo que todo continuó de forma bastante normal también en el asunto religioso no cesando, por ejemplo, de haber cabildo catedralicio; Pedro VIII por el año 734; Paulo, hasta el 759; Juan IV, hasta el 776; San Eugenio mártir, muerto por los árabes en ese mismo año 776; Salustio, (aunque el P. Argáiz lo trae con duda), hasta el 800; Lupo, cuyos años de pontificado no es fácil conjeturarlos, porque dice Hauberto que no hubo por entonces obispos en Coria durante unos sesenta años; Diego II, que ocupó la sede episcopal el año 875; Juliano II hasta el 897; Diego III, que asistió a un Concilio que se celebró en Oviedo en el 901; Rodrigo (Rudericus), hasta el 913; Diego IV, por el 943, aunque el P. Argaiz manifiesta no tener esto muy comprobado; Don Íñigo Navarrón, que llegó a ser Obispo después de muchos años de sede vacante debido a la invasión de los árabes, empezando él a ser prelado el año 1142; Don Suero, por el 1168; Don Pedro (Pedro VIII), por el año 1171; y Don Giraldo (+1224), que fue el último obispo cauriense que continuó rigiendo a la par la diócesis placentina, ya que por aquellos años fue restaurada o se fundó por el rey Alfonso VIII la nueva Plasencia muy cerca o por el mismo sitio donde existió, en la Vera, la destruida Ambracia o Plasencia primitiva.

Aquí nos podríamos extender mucho consultando el resumen histórico que, hace siglos, escribió Gil González y la quizás primera o más antigua Historia de Plasencia que, también en tiempos remotos, publicó el muy culto fray Alonso Fernández. Contentémonos con aclarar que: “El primer obispo que pusieron en Plasencia -dice el P. Argaiz- se llamó Don Bricio”, que comenzó desde el año 1180 en adelante (hasta que murió en 1211), concurriendo con Don Giraldo (es decir, mientras el obispo Don Giraldo era Prelado de Coria; pero que a la vez atendía a Plasencia hasta ese año en que de ésta se hizo cargo ya el primer obispo de la nueva Plasencia, Don Bricio).

Las discordancias de fechas que a veces se notan en ciertos autores pueden tener aquí alguna explicación, pues opinamos que cuando ya Plasencia contó con un núcleo urbano de suficiente entidad, fue nombrado para ella prontamente el aludido primer obispo Don Bricio, sin esperarse a tiempos posteriores en los que todo quedara muy ultimado y se procediera a la fundación o inauguración oficial de la nueva ciudad del Jerte, que tuvo lugar cuando: “Su rey fundador Alfonso VIII -según noticia tomada de la prensa- concedió Fuero Fundacional el 8 de marzo de l227”.

PRELADOS QUE INMEDIATAMENTE DESPUÉS TUVO LA NUEVA PLASENCIA

Ya nos hicimos eco de Don Bricio, como primer obispo de Plasencia quien, de inmediato, empezó a tener oportunos sucesores respecto a los que, por la índole de nuestro trabajo, casi sólo nos ceñimos a dar sus nombres. Fueron los siguientes: Don Domingo (de 1212 al 1230); Don Adán Pérez (de 1232 al 1262); Don García (por el 1266); Don Simón; Don Pedro Fernández (que por el 1269 fue verosímilmente Obispo también de Coria); Don Pedro el Segundo (de 1272 hasta el 1283); Don Domingo II (que, el 12 de marzo de 1286, firmó un privilegio de Valpuesta, lo cual indica que hubo este obispo, aunque lo silencia Gil González); Don Juan Alonso (hasta el 1290); Don Diego (hasta el 1295); Don Domingo III (de 1295 a 1336); Don Rodrigo; Don Juan II (por el 1333); Don Benito (1342); Don Andrés (1347); Don Sancho (de 1348 a 1355); Don Nicolás (de 1357 a 1362); Don Fray Juan Guerra (de 1363 a 1379); Don Fray Pedro Rodríguez de Torres, de la Orden de la Merced, que llegó a ser Cardenal, desde 1379 al 1401; Don Vicente Arias de Balboa (de 1404 a 1414); Don Gonzalo de Zúñiga (1416 a 1422); Don Fray Diego Badán o Badarán, de la Orden de San Francisco (1424), que fue promovido a Cartagena; Don Gonzalo de Santa María (de 1428 a1446); Don Juan de Carvajal O.S.B. (1446), que fue Cardenal; Don Rodrigo Dávila (de 1472 a 1506); Don Gutiérrez Álvarez de Toledo (1506); Don Gómez de Toledo Y Solís (1521); Don Bernardino de Carvajal, que obtuvo el Cardenalato (1523); Don Gutiérrez de Vargas y Carvajal (1559); Don Pedro Ponce de León (de 1559 a 1573); Don Fray Martín de Cardona y Mendoza, O.P. (1573 a 1578); Don Francisco Tello de Sandoval (1580); Don Andrés Noroña ( 1586 ); Don Juan Ochoa de Salazar (1594 ); Don Pedro González de Acevedo(1609 ); Don Fray Enrique Manrique, de la Orden de San Agustín (1622); Don Sancho Dávila y Toledo (1626); Don Francisco de Mendoza (1632); Don Cristóbal de Lobera y Torres, que habiendo sido nombrado para Arzobispo de Santiago, falleció en 1637, sin todavía haber tomado posesión de aludida dignidad; Don fray Plácido Pacheco de Ribera, O.S.B. que, previamente, fue obispo en Cádiz (+1639); Don Diego de Arce y Reinoso (1640); Don Juan Coello de Sandoval y Ribera (de 1654 a 1655); Don Francisco Guerra, de la Orden Franciscana, que fue antes Obispo de Cádiz (1656 a 1658); Don Luis Crespi de Valdaura (de 1658 a 1663); Don Fray Alonso de Santo Tomás O.P. (1664); Don Diego Riquelme de Quirós (de 1665 a 1668), que parece fue Presidente de Castilla; y Don Diego Sarmiento Valladares (de 1668 a 1675), obispo que antes había sido de Oviedo e Inquisidor General.

Acabamos de citar los Obispos que, fundadamente, con carácter residencial o sufragáneo, ha tenido Plasencia desde una época que entronca con los Apóstoles, hasta casi concluirse el siglo XVII, necesitándose investigar todavía algo más en archivos y buenas bibliotecas para completar y dar a conocer, en lo posible, un aceptable Episcopologio de la diócesis placentina hasta nuestros días.

SANTORAL DE LA DIOCESIS DE PLASENCIA

Volviendo a inspirarnos en lo que refiere el padre Argáiz, vemos que la diócesis placentina ha tenido muchos santos, por más que la gente los ignore y no les dé ningún culto ni honor, pues están, entre otros, esos obispos mártires que, ora residieran en la misma Ambracia o Plasencia primitiva, como San Epitacio, u ora residiesen en Coria, pero atendiendo sufragáneamente a la Ciudad del Jerte, según lo dedujimos de San Evasio, fueron todos de algún modo placentinos por su vinculación a Plasencia.

Hecha esta necesaria observación, fueron y son santos de la diócesis placentina las siguientes personas:

  • Los obispos San Epitacio; San Evasio; San Jonás; San Próculo; San Leodegario; San Bonifacio I (no mártir?); San Bonifacio III (ciertamente mártir); San Eugenio y San Juan el Magno, abad que fue, por el año 631, del monasterio de San Martín de Carnaceda, cerca de Garganta la Olla, al que el Arzobispo de Mérida Bento, previa autorización del Sumo Pontífice Adriano, lo inscribió (hacia el año 870) en el Catálogo de los Santos del Obispado de Plasencia o del Arzobispado Emeritense.
  • San Carilipo; San Afrodisio; San Agapio; San Eusebio; San Félix; San Atanasio; y varios más hasta un total de 43, que fueron hechos mártires en Cáparra en el año 85 durante la persecución de Domiciano, debiéndoselos denominar: San Carilipo de Cáparrá; San Afrodisio de Cáparra, etc.
  • San Eusebio, y otros nueve compañeros, que fueron martirizados en Medellín, diócesis de Plasencia, en el año 134, de lo cual da cuenta Hauberto y el cronista Juliano.
  • San Teodoro y toda una comunidad de cenobitas o ermitaños que sufrieron el martirio asimismo en Medellín, pero en el año 3o5, durante la persecución de Diocleciano.
  • San Marcos y otros compañeros, que, durante esta otra época de Diocleciano fueron hechos mártires también ahora en Cáparra, en la nueva persecución habida el año 308.
  • San Hermógenes y San Donato que, aunque naturales de Trujillo, o de la diócesis placentina, consumaron su martirio en la 9iudad P7neritense por cuando Santa Eulalia de Mérida, de la que San Donato, sacerdote, fue su maestro, catequista o formador de su fuerte personalidad cristiana. A los que hay que sumar otros veintidós compañeros trujillanos que fueron hechos mártires, igualmente entonces, en referida ciudad extremeña de Mérida.
  • Son, por tanto, muchos más de ochenta los santos de la Diócesis de Plasencia sólo contando los que nosotros hemos podido averiguar y omitiendo referir los de épocas posteriores y recientes.

COLOFÓN

Es una pena que tengamos tan olvidados a estos héroes españoles y extremeños. Dedíquensele santuarios, altares, calles, monumentos públicos, imágenes religiosas y cuadros, días de fiesta, romerías, actos honoríficos o de homenaje social, misas propias y votivas, peculiares rezos litúrgicos que apruebe el Vaticano, novenarios y triduos parroquiales, biografías y libros semejantes, medallas, objetos de recuerdo, estampas, hojas y folletos de divulgación, etc.; porque sin estas y otras cosas que sirvan para honrarlos, festejarlos y recordarlos a menudo, continuarán relegados al más completo olvido en desprestigio a la vez de nuestra región que no puede santamente alardear, como otras, de tener muchos e insignes o grandes santos paisanos.

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