Jun 122017
 

Lorenzo Rodríguez Amores. Provisional.Si, a su paso por este mundo, una persona deja huella y esa huella se pal-
pa, trasciende y es notoriamente digna del mayor encomio bien merece la
ofrenda de nuestro mas sincero y emocionado reconocimiento: Y el bene-
mérito trujillano Juan Moreno Lázaro, por derecho propio, es una de esas
personas.

Nos congratulamos sobremanera que sea este modélico Centro de Iniciati-
vas Turísticas el que, con su habitual sensibilidad y altura de mira, haya
tomado conciencia, de la referida circunstancia, y auspicie este cariñoso
acto, acto de rigurosa justicia, en homenaje al que fue su decidido promo-
tor y primer presidente. También felicitamos a dicha entidad por el marco
elegido, el más idóneo y oportuno: Los tradicionales Coloquios de Trujillo,
hoy por hoy la convocatoria cultural de más rango y solera de Extremadu-
ra, de cuya paternidad, tanta parte le corresponde a Moreno Lázaro. ¡CO-
mo quería Juan a los Coloquios! Coloquios, sobre los que siempre flota y
flotará su memoria.

Pero encontrándonos Trujillo y rodeado de trujillanos no vamos a caer en
la ingenuidad de decir quién fue Moreno Lázaro con la agravante de que
nuestra semblanza no estaría despojada de pasión porque aún permanece
vivo el desgarro sentimental que nos ocasionó su pérdida. Sin embargo,
libre de tentaciones hiperbólicas que nada agradarían al homenajeado y
pasando por encima de un ejemplar comportamiento cívico, de una limpia
ejecutoria privada, de una probidad profesional o del creyente de una fe
fuera de lo común, ¿Cómo no hacer un alto y detenernos ante el perfil hu-
mano del inolvidable amigo Juan? El hombre de la exquisita corrección. El
hombre de la elegante sencillez. El hombre equilibrado sin aristas y estri-
dencias. El que nunca imponía criterios propios a pesar de que a veces lo
requería la situación y le sobraban recursos y razones para ello. El que
siempre fue enemigo de subirse a pedestal es o de exhibir laureles. ¡Juan

 

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Moreno Lázaro: caballero en plaza, nada menos que en la Plaza Mayor
trujillana!

Tampoco podemos pasar de soslayo la fructífera labor de Juan, prescin-
diendo de la desarrollada al frente del CI.T., y la de hacer posibles los Co-
loquios, que no por ser ampliamente conocida es menos interesantes y que
tanta incidencia a tenido en la ciudad, nos referimos a la de difundir, a los
cuatro vientos, es sugestivo y rico acerbo historico-monumental trujillano.
¿Podía contar una población de la categoría de Trujillo con un valedor
más denodado? Y lo hizo con la pureza del amor entrañable que siente
uno por lo suyo, y Juan llevaba en el corazón a su Trujillo del alma, y tam-
bién con la naturalidad que propicia la preparación concienzuda. Una
preparación de mucha mayor enjundia de la que aparentaba y ocultaba su
innata modestia. Una preparación, prácticamente adquirida por sus pro-
pios medios. ¡Cuantas veces echaba Juan por delante la advertencia, en
casos de cambios de pareceres, que él no había recibido otra enseñanza
oficial que la primaria! Una modalidad de aprender que en verdad no es
una exclusiva de nuestro admirado amigo y aquí tenemos tan magníficos
ejemplos de los varios cultos trujillanos que se han adentrado en el escu-
driñeo del pasado por diferentes derroteros en idénticas condiciones y cu-
ya labor, sin duda, ha sido facilitada por esta estupenda escuela que son
los Coloquios.

El buen saber de Juan no solo encandiló a iniciados o simples curiosos que
también sorprendía lo mismo a intelectuales de alta talla como a personali-
dades de la cumbre social, de los que somos testigo excepcional con el
ruego de que se nos perdone el dirigirnos a ustedes en primera persona.
Era de ver la cantidad de gente que acudía a Juan en busca de noticias del
pasado trujillano y no es que él se prodigase sino que era buscado: Recor-
damos la correspondencia con aquel argentino que inquiría su entronque
con Hernán Cortés a través de la sangre trujillana de éste.

Un día se presenta en solicitud de Juan el consagrado investigador de Jeru-
salén, D. Hain Bernart, con un impresionante bagaje documental de la
importantísima colonia hebrea trujillanense que una vez publicado taparía
un sensible vacío de la historia local. Juan, que como sabemos navegaba
igual que peces en el agua por el entresijo del recinto antiguo, complació
al hebreo con minuciosidad en todos los puntos, en caso de existir, que le
interesaba conocer, lo cual da origen a una estrecha comunicación episto-
lar y en la que el profesor le reitera su deseo de volver a visitar Trujillo sin
prisas y sin agobios y para cuya visita, por cierto, estaba programado ha-
cerlo propio a nuestra finca, que ya lleva un nombre significativo, de
Valle-Judío, porque en tiempos pasados formó parte de una extensa

heredad que perteneció a la riquísima familia judía de los Choen
trujillanos.

Otra vez, el que se acerca a Juan a recabar información, tal vez de su as-
cendencia, es un ilustre prócer, que entre otros títulos nobiliarios lleva uno
netamente trujillano, y ambos quedan complacidos por igual por lo que
conciertan una nueva entrevista a corto plazo con comida incluida, a la
cual Juan propuso a su visitante que le agradaría le acompañase este servi-
dor de ustedes. [Estas deferencias tenía con nosotros el inolvidable amigo!
Pero este nuevo encuentro no llegó a celebrarse porque ya Juan, antes de
lo esperado, arrancó su vuelo hacia la eternidad.

En fin, la última vez que vimos a Juan, justo una semana antes del óbito,
aún le encontramos en la brecha, aunque con signos visiblemente preocu-
pantes pero con plenas facultades mentales, dando instrucciones a unos
operadores de Televisión desde donde cogerían los mejores planos de la
ciudad. Y la verdad es que en esta faceta de conocer Juan a su Trujillo al-
canzaba hasta los detalles más exhaustivos de tal manera que si por cual-
quier circunstancia fuese necesario reconstruir con fidelidad una
perspectiva, de la zona histórica, un simple balcón, una porta o una airosa
chimenea, de la misma, no habría mas remedio que recurrir a su arsenal
fotográfico. Ninguno de los dos presagiábamos que aquella ocasión sería
nuestra despedida. Conversamos con la habitual normalidad haciéndonos
saber que la parte literaria del reportaje televisivo también era suya y nos
decía con evidentes matices de decepción:

-Fíjate -nos comentó- este trabajo, en el que he puesto mis ilusiones, lo he
realizado por encargo, antesdeayer una vez que lo rematé, fui
a enseñárse-
lo, para ver que le parecía, al que
me lo había solicitado, me responde
éste:

-Si, muy bien, pero esto lo leo yo.

Como no había siquiera atisbos de citar la autoría le preguntamos a nues-
tro amigo su forma de reaccionar:

-Solamente le contesté que bueno. ¿Qué otra cosa iba a hacer?

¡Qué generosa resignación la de Juan en el que sin duda fue el postrer ser-
vicio que prestó a su ciudad!

¡Cómo no recordar con nostalgia las frecuentes charlas, casi siempre con
ese encantador fondo de la Plaza Mayor, que sostuvimos con Juan! Él solía
centrarse sobre temas de Trujillo y nosotros hablábamos de la tierra trujilla-
nao ¡Cuántas veces le comentamos: Juan, convenceros los trujillanos, in-
cluidos historiadores, que Trujillo, aparte de la extrapolación allende los
mares, se extiende más allá de los berrocales!

Permítasenos que rindamos culto a una amistad, a una amistad que ya data
desde el inicio de los primeros Coloquios, que los Coloquios no solo ex-
panden cultura que también es una singular oportunidad de estrechar cor-
diales lazos y nosotros estamos en condiciones de dar fe de ello con una
gran cosecha de buenos amigos aquí conseguidos. A una amistad auténti-
ca, a una amistada leal, a una amistad de íntimas confidencias … Este es el
Juan Moreno Lázaro que conocimos, que admiramos, que recordamos y
que echamos en falta …

 

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