Oct 011988
 

José Fernández Perdigón.

  1. ACERCAMIENTO AL PINTOR. BIOGRAFIA.
  2. EL ARTISTA Y SU OBRA.
  3. COMENTARIO DE ALGUNAS DE SUS OBRAS.
  4. INFLUENCIAS EN LA PINTURA POSTERIOR. LA ESCUELA DE «DON BENITO».
  5. ANECDOTARIO.
  6. CONCLUSIÓN.

1. ACERCAMIENTO AL PINTOR. BIOGRAFÍA.

Juan Aparicio Quintana, es uno de esas arrebatadoras figuras del arte dombenitense, que nadie se explica por qué razón permanece en la sombra, sin que la bibliografía le preste el reconocimiento que merece.

Nace, el futuro pintor, en el seno de una humilde familia de pastores, al primer día del mes de octubre de 1907.

Su infancia transcurre ligada al campe y al mundo del pastoreo. Pasará largas temporadas con sus abuelos, en lo más profundo de la campiña extremeña. Pronto empiezan a aparecer en él esas dotes con las que la naturaleza regala a unos pocos y los convierte en elegidos, en artistas. Ya a corta edad, usaba los carbones de la lumbre para pintar dibujos en las paredes del chozo que les servía de vivienda. Su arte madura poco a poco, y descubre el color, por medio de mezclas que él mismo realiza con tierras de distintos tonos.

Sigue un periodo en el que Juan Aparicio pasa por varios trabajos: Primero zapatero y posteriormente, ya con 16 años, encontramos a Aparicio trabajando en cines de Don Benito. Estos trabajos le reportan algún dinero, con e1 que comprar pinturas. Puede así cultivar sus inquietudes pictóricas sin ser gravoso a su familia, y por otro lado aportar algo de dinero en su casa.

Sus dotes no pasan desapercibidas y dos acaudalados de Don Benito, D. Vicente Ruiz de Medina y D. Francisco Valdés, se convertirán en protectores del pintor. Consigue una beca de la Diputación Provincial de Badajoz para realizar estudios en la Escuela de Bellas Artes de Madrid. Lo acompaña, también con carácter de becado, Juan de Ávalos, que con el tiempo se convertirá en una insigne figura del arte español. Todo esto ocurría allá por el año 1923.

Pronto sus dotes le hacen descollar, y llegan los primeros premios, así en el curso 1926-27 obtiene el «Premio Extraordinario» por oposición y «Diploma» en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid.

Regresa a Don Benito con los conocimientos técnicos que le ha aportado el paso por la Escuela de Bellas Artes de Madrid y entra a trabajar como Profesor de Dibujo en la Escuela de Maestría de esta localidad. Allí pasará por distintos cargos: En 1946, Maestro de Tallar de Dibujo Artístico, Talla y Modelado; En 1958, ingresa en la Plantilla Oficial de la Escuela tras conseguir el título de Maestro de Taller de Carpintería, en la Escuela de Maestría Industrial de Madrid, título que obtuvo por oposición, a la que se vio obligado a presentar como consecuencia de una reforma de las enseñanzas que hizo que desapareciera el dibujo, la talla y modelado como asignaturas y se concediera más importancia a la carpintería; Por último ya en 1960, es nombrado Maestro de Taller de la Rama de Madera, cargo que desempeñará hasta su muerte, acaecida el 24 de Noviembre de 1964, como consecuencia de un infarto de miocardio.

2. EL ARTISTA Y SU OBRA.

Algunos han dicho que la vida de Juan Aparicio, «era un chozo en el que se recluía y aislaba del mundo exterior».

Todos aquellos que le conocieron coinciden en esta afirmación y sobre todo en calificarle, como un hombre bueno con mayúsculas. Quizás fuera esta bondad, adornada de la gran timidez que le caracterizaba, las que hicieron que Aparicio no supiera mover los resortes necesarios para haber conseguido la fama y la proyección exterior, resortes que tan importantes son hoy en día, para cualquier artista que quiera conseguir encumbrarse.

Sin duda alguna, Aparicio era un artista vocacional. Un artista que se vio obligado a vivir realizando una prosaica labor en una Escuela de Maestría; que aunque le permitiría vivir sin abandonar el mundo del arte, le restaría tiempo para dedicarse a su labor creativa.

A pesar de esto, la obra de Aparicio es bastante considerable. Sobre todo si tenemos en cuenta que no pudo dedicar a la pintura todo el tiempo que él hubiera deseado.

Aparicio fue un hombre introvertido, con un carácter fluctuante, lo que tendrá reflejo en su arte. Así junto a épocas de ferviente actividad, pasa por otras en las que «la pintura se seca en los pinceles sin encontrar plasmación en el lienzo».

Aparicio cultiva sobre todo la pintura al óleo sobre lienzo. Utilizaba lienzos bastos, que eran preparados por el pintor hasta que lograba en ellos la textura que deseaba. El formato de los lienzos era generalmente pequeño, aunque no faltan en su producción obras de tamaño grande, sobre todo en algunos retratos de tamaño natural. Junto a las obras al óleo, podemos destacar algunas pequeñas acuarelas, con temas paisajísticos. Sin embargo, las acuarelas no pasan de ser puramente anecdóticas, en el contexto global de su obra.

Los temas preferidos por Aparicio son: el retrato (de busto y de cuerpo entero) y el bodegón, aunque también merecen atención sus magníficas copias y sus obras de tema religioso.

Otro aspecto de su arte, vendría marcado por sus realizaciones escultóricas, entre las que podemos destacar el «Busto de escayola de Donoso Cortes», que no llegó a ver la luz.

Más importantes son sus realizaciones en lo que la historiografía ha venido calificando como artes menores. Aquí podemos destacar sus magníficas obras en madera para realizar muebles de un exquisito gusto castellano, con magníficas tallas en medio relieve. E incluso ha llegado hasta nosotros, una pequeña talla en bulto redondo de pequeñas proporciones, donde aparece reproducido un busto masculino.

Observamos así un Aparicio versátil, conocedor y dominador de la pintura y la escultura, y con magníficas realizaciones que avalan su valía.

3. COMENTARIO DE ALGUNAS DE SUS OBRAS.

La obra de Juan Aparicio Quintana, puede estudiarse dividida en tres grandes bloques temáticos:

  • Bodegones
  • Retratos
  • Obras de tema religioso

Todas las obras de este gran pintor se encuentran diseminadas en distintas colecciones particulares de Don Benito y Mérida, aunque no podemos olvidar que el Museo de Bellas Artes de Badajoz, posee cinco lienzos actualmente expuestos en una de sus salas, junto a obras de Covarsi y Hermoso.

Entre las colecciones particulares cabe mencionar la de Doña Mª Dolores Aparicio, hija del pintor, la de Don Eduardo Gómez-Velarde y la de la familia Valverde en Mérida.

Entre sus características podemos destacar el uso del óleo, si bien no faltan algunas realizaciones al carboncillo. El formato de de sus obras suele ser mediano, aunque hay algunos retratos de cuerpo entero a tamaño natural y que por lo tanto son de grandes dimensiones, junto a éstos otras obras son de pequeño formato. El uso del lienzo suele ser genera1 en sus obras, aunque se conservan algunas obras que usan como soporte el cartón o el papel.

  • Bodegones:

Quizás sea éste el tema más cultivado por Aparicio. Sus bodegones siguen la línea tradicional hispánica, son bodegones sobrios y muy bien estructurados. En ellos el bronce o el cobre se convierten en elementos casi obligados. Junto a éstos, membrillos, uvas, calabazas, manzanas y sandías son las frutas más representadas.

Pocas veces aparece el vidrio, pero cuando lo hace, consigue una calidad y una textura magnífica.

Podemos destacar dentro de este tema, «El bodegón de la Casa Cerrato» (Don Benito).55×40 cm. Óleo sobre lienzo. Articulado sobre fondo gris, con los objetos colocados sobre azulejos lo que nos sitúa en un espacio concreto.

Toda la composición es una línea diagonal bastante marcada, que nos hace caminar por los elementos del lienzo trasladándonos de un lado a otro, subiendo por los distintas elementos de la obra hasta desembocar en el bronce del fondo.

La calidad compositiva y representativa de esta bodegón es magnífica, los objetos toman forma por medio de una perfecta combinación de colores.

Mucho más sobrio y con un formato más pequeño es otro bodegón de la colección particular de Doña Mª Dolores Aparicio, es el «Bodegón con granada y bronce» (Don Benito) 1959-60. Óleo sobre lienzo. Con una gran calidad en la representación de los elementos que lo componen. Perfectamente organizado, sometiéndose a una línea diagonal que estructura la obra, llama la atención del espectador por medio de un toque de color rojo (granadas abiertas) y por la línea que marca un calabacín nos manda al bronce, que parece captar todas las miradas para mostrarnos la gran calidad de las granadas que contiene en su interior. Algunas pequeñas hojas verdes, dan un toque cromático fuerte a la obra, transmitiéndonos así un gran contraste cromático.

Otro bodegón, también en la misma colección, donde la complejidad compositiva es mucho mayor es el «Bodegón con membrillos verdes y bronce» 1959-60. Óleo sobre lienzo. Se produce en el lienzo un interesante juego de líneas verticales y horizontales. Juego que se consigue a base de representar jarras verticales y platos que se desarrollan en horizontal. Otra vez repite su esquema compositivo en el que se somete a una diagonal.

El autor nos da la clave da la lectura del lienzo, al guiar nuestra atención hacia un elemento, lo que logra por un toque blanco que resalta sobre el tono verde general de la obra.

La diagonal se «proyecta fuera del lienzo», en la parte superior izquierda, por medio de una rama. La calidad en la representación de cobre y bronces nos hace pensar en otros grandes maestros extremeños.

La misma jarra de bronce se repite en otra composición, «Albaricoques con Jarra vertical de cobre y bronce». 1959. Óleo sobre lienzo. El colorido aquí es bastante distinto, la composición mucho más complicada. Aparecen ahora dos nuevos materiales: el vidrio, magníficamente ejecutado y el paño blanco que nos sitúa los elementos en un espacio concreto. Los tonos siguen siendo fríos, aunque aquí utiliza una gama más variada, y unos tonos un poco más cálidos.

El fondo en las obras de Aparicio, es neutro en casi todas las ocasiones. El fondo difuminado hace que el bodegón se saque del contexto material, y no se inserte en un espacio concreto, con lo que consigue que nada perturbe al espectador, y así éste se centrará en la composición.

La calidad representativa vuelve aquí a ser impresionante. Superponen el cuadro dos diagonales que se cruzan en el centro, con lo que las líneas de fuerza se sitúan aquí, precisamente donde Aparicio coloca la fuente de vidrio con los albaricoques.

Una jarra proporciona a la composición el toque de verticalidad, en ella el bronce y el cobre se mezclan de forma magnífica.

Otra posible lectura nos centraría en el plato blanco, y nos lanzaría en un proceso ascensional hasta la jarra, tras desplazarnos a la derecha y volver posteriormente a la izquierda pava escalar hasta la jarra.

«Bodegón con calabazas, tomates, pepinos, manzanas y pimientos sobre porcelana». 1959. Óleo sobre lienzo. Compositivamente peor estructurado que los anteriores, si bien la fruta se sigue representando con una gran calidad. Vemos en esta obra, un juego de masas que se articulan a un lado y otro, por medio de la calabaza a la que se contrapone la fuente con la fruta. Todo ello se suaviza con pequeñas frutas diseminadas por el espacio.

«Bodegón con cesto de castaño, manzanas, pimientos rojos, sandía y melón». 196l. Óleo sobre lienzo. Sometidos todos los elementos de la obra a una línea diagonal que estructura la composición, como casi siempre desde la parte superior izquierda a la parte inferior derecha. La fruta se sigue representando con gran calidad, el fondo neutro (azul) y la volumetría perfecta. La calidad representativa llega a una gran altura.

«Racimos de uvas y manzanas en cesto de caña». 1959-60. Óleo sobre lienzo. Quizás sea una de sus mejores obras. Perfectamente organizada, desde el paño blanco, que coloca para llamar la atención del espectador y comunicarle así por donde tiene que empezar la «lectura del cuadro». Fuera del cesto cuelgan uvas que conducen al espectador desde el paño al cesto, donde nos encontramos con una perfecta sinfonía de colores muy complicada, la obra culmina en una rama verde que marca un ángulo del cuadro. Otra vez se acentúa aquí la composición diagonal de izquierda a derecha, con el fondo neutro.

La luz llega desde el lateral, y los contrastes están perfectamente conseguidos. Se combinan tonos grises, con blancos y amarillos. El bodegón empieza ahora a ser articulado en un espacio, lo que se consigue sugiriendo la mesa en la que se sustenta.

«Bodegón con calabacín, membrillos, manzanas, cobre, porcelana y vidrio». 1959-60. Óleo sobre lienzo. El bodegón se completa con una manzana sobre un plato y un vaso de agua que constituyen la base de la composición, que ahora no se somete a estructuras diagonales sino piramidales. El espacio se concreta con un paño blanco y el fondo vuelve a ser neutro. La calidad de las frutas representadas es como casi siempre muy buena. Bodegón con gran cantidad de elementos donde vuelve a destacar la calidad del cobre, junto a la perfecta representación del vidrio. El cuchillo colocado casi horizontalmente nos sugiere la base de la composición.«Bodegón con bronce, cobre, calabacines, manzanas y ciruelas». Propiedad de un vecino de Doña Mª Dolores Aparicio. Con menor calidad que las anteriores, con una línea diagonal que articula la composición y otra vertical que rompe ésta.

Otro tema destacado, pero sin la importancia suficiente como para dedicarle un capítulo y que por lo tanto le estudiamos dentro del capítulo de bodegones, es el tema floral o de jarrones con flores.

  • Tema floral:

Dentro de este tema destacan obras como las que vamos a comentar seguidamente:

«Jarrón con tres reses». Óleo sobre lienzo. Composición sometida a una estructura vertical. En las flores se combinan los tonos rosas y rojos, de manera, perfecta. El espacio vuelve a ser sugerido por un paño blanco, el fondo es neutro y se representa la mesa que sirve de soporte a la composición.

Una obra bastante curiosa, por la vivacidad y soltura con la que se representa es el «Jarrón de bronce con margaritas amarillas». Óleo sobre lienzo. Obra muy bien conseguida, con una gran frescura en la realización y con gran calidad en los bronces. Aquí el paño vuelve a situarnos en el espacio, la luz llega otra vez desde el lateral. El juego de los tallos de las margaritas, dan a la obra una gran simplicidad y gracia. La organización no es tan cuidada como en otras obras, aquí se carga al lado izquierdo de la composición mientras el derecho queda libre.

Otra obra importante, es el «Jarrón con crisantemos blancos, rosas, amarillos y rojos». Óleo sobre lienzo. Es una obra importante por la perfecta factura de las hojas, realizadas con gran calidad técnica, en la que cada una de las hojas aparecen perfectamente separadas. Se aprecia aquí un gran dominio del color. La composición es menos complicado que en otras obras. Desaparecen ahora los bronces, que son sustituidos por vidrios. El fondo vuelve a ser neutro y se observa una cierta influencia con obras de Van Gog.

«Cesta con rosas». Óleo sobro lienzo. Composición horizontal en la que aparece un cesto de mimbre cuajado de rosas de muy distintos tonos. El verde de las hojas sirve de aglutinante y desde aquí parten toques de color a un lado y otro que se convierten en flores, y las flores en rosas que son auténticos prodigios técnicos. La calidad representativa vuelve a ser muy alta. El espacio tan solo sugerido y el fondo neutro.

«Jarrón de porcelana, con crisantemos y rosas». Composición perfectamente estudiada, desarrollada en vertical y centrada en el lienzo. El espacio ahora se concreta al aparecer una mesa que sirve de soporte al jarrón. Dos lienzos blancos concretan más el espacio. La composición está perfectamente estudiada, con un paño blanco que cuelga de la pared y que nos la sugiere y se sitúa a la derecha mientras otro en la izquierda nos recuerda la existencia de una mesa, al estar situado sobre ella.

Se da una gran calidad en la representación de la porcelana, y se produce un alegre juego en la representación de las flores. «Jarrón bajo con flores y paño». Óleo sobre lienzo. Buena calidad en la representación de la flores. El paño sirve para situarnos en un espacio concreto.

«Jarrón de vidrio con lirios». Óleo sobre lienzos. Un paño vuelve a concretar el espacio, nos sugiere una mesa en la que se coloca el jarrón. La composición ligeramente vertida hacia la izquierda.

El vidrio con gran calidad representativa. Juegos de verticales en los lirios y de horizontales, en paño y claveles. Magnífica calidad representativa.

  • Retratos:

Otro tema importante cultivado por Aparicio es el retrato, se observa aquí una calidad muy distinta de unas composiciones a otras. Así mientras unas son bastante dibujísticas y de no muy buena factura, otras tienen una gran calidad técnica y expresiva. Aparicio repite mucho el retrato de su padre y de su madre. Era esta última una figura que le apasionaba y por la que sentía un gran amor, como podemos ver por los dos sonetos que compuso dedicados a ella y que reproducimos en el capítulo dedicado a las anécdotas.

Aparicio retrata a personajes duros, marcados por la vida. Utiliza para sus retratos tanto el óleo, como el carboncillo y la cera. Por lo que dentro de este capítulo cabría establecer una distinción entre la pintura y el dibujo.

No aparecen entre sus retratados, los niños, ya que sus rostros no están marcados por las arrugas y por lo tanto no resultan tan expresivos como los de los ancianos.

De entre sus retratos podemos mencionar dos de escasa calidad, el «Fundador del Colegio Claret». Óleo sobre lienzo. Perteneciente a la colección del Colegio Claret. Don Benito. Y el «Retrato de Francisco Valdés». Óleo sobre lienzo. Perteneciente a la colección de la Biblioteca pública de Don Benito. Ambos son bustos de tamaño natural, muy dibujísticos, con los perfiles muy marcados y con una calidad pobre, en ambos predominan los tonos oscuros, con el fondo neutro. Se encuentran ambos en buen estado de conservación. Son retratos de encargo, y tienen la frialdad que suelen tener estas obras. El artista aquí no logra captar «el alma» del retratado, y esto las convierta en obras inexpresivas y huecas.

Mayor calidad que las obras anteriormente mencionadas, tienen las pinturas del Museo de Bellas Artes de Badajoz. Esta institución posee cinco obras del pintor, que pasamos a comentar. «Retrato de un varón con el torso desnudo». 1928. Museo de Bellas Artes de Badajoz. Óleo sobre lienzo. Posiblemente sea el retrato de su padre. Es una obra al óleo de pequeñas proporciones. Busto bien conseguido con colorido brillante, con trozos sueltos y seguros. En este retrato Aparicio capta perfectamente la psicología del individuo, lo que origina una obra de gran expresividad. Los ojos aparecen marcados con unos toques de melancolía como será normal en las obras de Aparicio.

«Retrato de varón». 1929. Museo de Bellas Artes de Badajoz. Óleo sobre lienzo. Reproduce aquí el mismo modelo que en el cuadro anterior. El retratado aparece ahora vestido. Sigue siendo muy expresivo y utiliza los mismos recursos para conseguir esta expresividad. El colorido es también brillante, lo que llama la atención en un «artista de tonos oscuros» como se puede calificar a Aparicio. Es como la anterior, un busto de un hombre maduro de rasgos duros, situado ligeramente de perfil. El fondo neutro contrasta con la camisa blanca, donde los paños aparecen perfectamente realizados.

«Autorretrato» 1933. Museo de Bellas Artes de Badajoz. Óleo sobre lienzo Este es el primero de los dos que realiza durante su vida. Es una obra al óleo de formato mayor que las anteriores. En ella aparece el pintor en su estudio ante su obra, acompañado de sus atributos pictóricos. El rostro es bastante expresivo, los ojos melancólicos y los labios bastante dibujísticos.

El lienzo se somete a una estructura diagonal que ahora se produce desde la parte superior derecha a la inferior izquierda. Predominan los tonos verdes, que le dan un aspecto de obra inacabada, pero a la vez bastante fresca.

La nota característica aparece en el cuadro por medio de los pinceles, que conservan restos de color con el que se nos transmite un sentido de actividad, lo que supone un intento de captar una instantánea en la labor del pintor. Aquí se sugiere un espacio concreto, el taller del pintor, por medio de la representación de las paredes, suelos, una serie de dibujos que ayudan a dar un carácter especial, concreto.

«Retrato de un anciano».1950. Museo de Bellas Artes de Badajoz. Óleo sobre lienzo. Se representa aquí a un anciano campesino. La paleta cromática se torna ahora más oscura. El azul y el gris se enseñorean del lienzo, junto a éstos ligeros toques blancos que desdramatizan la obra.

La obra se estructure con una línea diagonal que se rompe con el brazo del anciano. El cabello se consigue con pinceladas sueltas. La garrota acentúa el sentido de ancianidad muy palpable en el lienzo. Sirve a le vez para acentuar la diagonal.

Aparece en el lienzo un libro en el que se lee «experiencia», y que nos dice cual es la correcta lectura que debeles hacer de la obra. El anciano aparece así como símbolo de experiencia que debe guiar el mundo. La posición de perfil del retratado, liaste bastante la atención, ya que saca al espectador del cuadro proyectándole al exterior. Resulta así menos impactante que los dos retratos de varones, en los que aparecen arrogantes campesinos extremeños, orgullosos y casi enfrentados al espectador. El carácter simbólico que aparece en este obra es muy raro en la obra general de Aparicio.

«Retrato de una anciana». 1922. Museo de Bellas Artes de Badajoz. Óleo sobre lienzo. Probablemente represente a alguna tía suya. Repite aquí los tonos grises, azules y negros, bien articulados, lo que hace que transmita un sentido de sosiego y de tranquilidad. El cuadro se vuelve a estructurar en función de una línea diagonal, y la realización técnica es buena.

Pero una de sus mejores obras, por desgracia bastante deteriorada, es el «Retrato del bisabuelo». Colección particular de Dña. Dolores Aparicio. Óleo sobre lienzo. Aparece representado de perfil, fumando, con sombrero y con predominio de tonos oscuros. Estos tonos hacen que el lienzo se pueda encuadrar en la corriente tenebrista. La magnífica obra al óleo sobre lienzo de pequeño formato, que recuerda bastante las pinturas del mundo Flamenco. La carnación está perfectamente conseguida, al igual que el volumen, los ojos vuelven a ser melancólicos pero cargados de cariño. Los tonos blancos sirven otra vez para guiar la mirada del espectador y conducirla hacia donde el pintar quiere.

«Retrato del padre». Colección particular de Dña. Mª Dolores Aparicio. Óleo sobre lienzo. Este era uno de los temas más repetidos por Aparicio. Podemos ver en sus obras como aparece D. Joaquín (que así se llamaba el padre), repetido hasta la saciedad, siempre con esos ojos melancólicos que penetran en el alma del espectador hasta entablar comunicación con él. Es como el anterior un cuadro tenebrista, donde predomina el negro y donde la carnación de las manos y del rostro tienen que luchar para escapar de la oscuridad. La obra se somete a una diagonal, de izquierda a derecha y el rostro nos muestra el sufrimiento de un hombre del campo vencido por el tiempo y lleno de esas heridas, que son las arrugas, ocasionadas en la continua batalla de la vida. El fondo vuelve a ser neutro, pero el autor quiere ahora sugerir profundidad mediante una serie de tonos.

«Autorretrato» Colección de Dña. Mª Dolores Aparicio. Óleo sobre lienzo. En él aparece Aparicio más maduro. Es un Aparicio distinto al del Museo de Bellas Artes de Badajoz, es un Aparicio de época más avanzado. Ahora el fondo vuelve a ser neutro. La diagonal de derecha a izquierda nos conduce desde la cabeza, por el brazo y desemboca en el lienzo a donde llega por medio del pincel.

Su paleta cromática se ha oscurecido y la nota de color aparece en sus útiles de trabajo. Técnicamente es una obra mucha más perfecta que la anterior.

«Retrato de su padre, Don Joaquín». Colección particular de Dña. Mª Dolores Aparicio. Óleo sobre lienzo. Retrato de cuerpo entero, a tamaño natural. En esta obra aparece un Don Joaquín, en traje extremeño de labor. Es una obra de una gran perfección que se puede insertar en el costumbrismo extremeño.

El juego de tonos blancos y negros está perfectamente articulado. El fondo está inacabado. Técnicamente puede ser una de las mejores realizaciones de Aparicio.

«Retrato de su madre». Colección particular de Dña. Mª Dolores Aparicio. Óleos sobre lienzo. Doña Inocencia, que así se llamaba su madre, aparece aquí representada como una mujer de edad avanzada.

Los surcos del «arado del tiempo» marcan su cara y la hacen tremendamente expresiva. La volumetría está perfectamente conseguida, los ojos vuelven ahora perderse en la lejanía y la melancolía se enseñorea de ellos.

La obra se somete a un esquema piramidal y a pesar del uso de tonos negros, éstos se hallan enfrentados al fondo claro, donde como resultado aparece un paso intermedio que supone el rostro, un rostro que trata de salir de la oscuridad, que está todavía patente en sus ojos y sus cejas.

«Retrato de su madre». Colección particular de don Eduardo Gómez. Óleos sobre lienzo. En esta obra se nos presenta un Aparicio con una paleta cromática más clara y brillante. Es un cuadro de pequeñas proporciones en el que la composición se somete a una estructura piramidal. El negro, como siempre, ocupa un papel destacado. El fondo se hace azul con ciertas pretensiones de representar el cielo. El rostro lucha por escapar del negro que lo aprisiona. Es un rostro duro, marcado por los «surcos del tiempo», y con los ojos cansados del trabajo y tristes del dolor. A pesar de ser una obra realista tiene ciertos toques de idealismo que pueden comunicarnos el profundo amor que sentía por ella.

«Retrato de la señora Filomena».1935. Colección particular de Dña. Mª Dolores Aparicio. Óleos sobre lienzo. Su mujer aparece aquí retratada como una persona joven. Sometida a una curiosa curva ondulada, con cierto sentido de espiral.

Retrato sedente, con fondo neutro, y predominio de tonos pastel. Su paleta es ahora más clara, pero sin llegar al brillo de las obras del Museo de Bellas Artes de Badajoz.

Es una obra un tanto idealizada, ejecutada con un gran esmero técnico.

«Retrato de su mujer». 1964. Representada a edad avanzada. Es una obra inacabada, curiosa por mostrarnos una composición en pleno proceso de plasmación. Con fondo más neutro que nunca, y con ropajes negros de los que escapan (ahora menos que antes), el rostro y las manos. Es una obra en la que sólo aparece la primera capa de color.

«Retrato del Señor Alejandro con capa». Colección particular de Dña. Mª Dolores Aparicio. Óleos sobre lienzo. Es una obra sin terminar. Podemos ver cómo la mano que sujeta la garrota, aparece simplemente abocetada, al igual que el fondo de la composición.

La estructura compositiva vuelve a ser aquí piramidal. El negro predomina en la ropa, y de ella escapa la camisa blanca, emerge una cabeza curtida por el sol y marcada por unos tremendos surcos, los ojos profundos y perdidos en la lejanía descartan ahora la melancolía. El resultado es así tremendamente expresivo.

«Retrato del señor Alejandro en chaleco». Colección particular de Dña. Mª Dolores Aparicio. Óleos sobre lienzo. Esta obra sigue la misma estructura del anterior, el personaje se representa de la misma forma y sólo la falta de la capa y el hecho de que la mano que sujeta la garrota esté terminada marcan la diferencia. El resultado no es ahora tan expresivo, ya que la mayor presencia del tono blanco suaviza la presencia del negro.

La estructura es aquí también piramidal. El rostro ligeramente oblicuo, con la mirada dura, fija y perdida en el infinito.

Junto a las obras pictóricas podemos destacar otra serie de retratos que Aparicio realiza con la técnica del dibujo. Para las que usa unas veces el carboncillo y otras la cera. Dentro de éstas podemos destacar:

«Retrato de Dña. Mª Ramos». Colección particular de don Eduardo Gómez. Quizá hay carboncillo sobre papel de estraza. Es un bonito apunte para un posterior retrato que nunca llegó a realizar.

En él se representa el busto de una mujer joven, de rasgos depurados, lo que unido a esos ojos melancólicos dan como resultado una gran composición. El pintor aquí se vale de pocos tonos para perfilar una figura exquisita. El volumen, simplemente sugerido, nos muestra unas formas exquisitas. La oreja aparece sin terminar como ocurrirá también en otro de sus dibujos de la misma colección particular.

«Retrato de una anciana». Colección particular de don Eduardo Gómez. Carboncillo. Si en la obra anterior no se valía de la arruga como medio de expresión, ahora ésta se convierte en el elemento más importante de la obra. Junto a ellas, y remarcando su expresividad, el pintor coloca esos ojos melancólicos, que lanzan al espectador fuera del cuadro tratando de atrapar esta mirada lejana.

Si en el anterior apunte colocaba la cabeza oblicua a la vertical del cuadro, ahora nos presenta un rostro ligeramente de perfil. Inacabado como el anterior, pero sin esa belleza idealizada que se contempla en el primero. El contraste de las dos edades se torna en contraste de actitudes.

«Retrato de gitana». Colección particular de Dña. Mª Dolores Aparicio. Carboncillo. Desnudo femenino de cuerpo entero donde aparece una mujer joven sometida a una curva praxitélica. Perfecto dominio del dibujo. La anatomía es conseguida simplemente con ligeros toques de sombreado, cuando el pintor logra un volumen perfecto.

Se puede apreciar cómo es un ejercicio, de los que serían normales en las academias.

«Boceto de un pastor». Boceto sobre lienzo. Colección particular de don Eduardo Gómez. Representarías seguramente la figura de su padre, que aparece aquí protegiendo y guiando su rebaño.

Esta obra es importante por mostrarnos los pasos que sigue Aparicio en la realización de su obra. Nos permite conocer la textura del lienzo con el que trabaja y nos hace posible analizar la composición y estructuración de la obra, antes de la realización final.

«Apunte de las hilanderas en la cocina extremeña». Óleo sobre cartón. Colección particular de don Eduardo Gómez. Obra de pequeñas dimensiones que sería posteriormente realizada en gran tamaño y que se encuentra en la vivienda de una familia noble de Don Benito.

La paleta cromática se hace más rica aquí. Así es junto a los tonos pardos característicos en Aparicio, aparecen ahora azules y rojos, junto a blancos de bastante intensidad.

El autor nos sitúa en un espacio concreto al pintar una cocina, esa manera de gran arco enmarca composición en la que dos ancianas se dedican a labores de hilado. El cuadro se estructura perfectamente, cargando la atención sobre la figura de la izquierda cuyos tonos rojos la hacen pesada. Compensa este peso por medio de otra figura colocada en la parte derecha de la obra, pero para que no discute a la primera el predominio sobre el cuadro, la sitúa en segundo plano.

El juego de líneas y curvas hacen que la obra esté perfectamente estructurada.

  • Obras de tema religioso:

Otro tema cultivado por Aparicio es el tema religioso. Dentro de este capítulo cabría mencionar su actividad dedicada a las muchas copias de obras famosas que realiza en distintos museos de España y que si bien no nos hablan de un Aparicio creativo, nos informan del gran dominio técnico de este artista.

«San José y el Niño». Copia de la obra de Bartolomé Esteban Murillo, situada en el Museo Provincial de Sevilla. Óleos sobre lienzo. Colección particular del Colegio Claret de Don Benito. Perfectamente ejecutada, con un gran dominio técnico. Se nos presenta aquí a un San José más sereno que la obra de Esteban Murillo. Es una obra de grandes proporciones. El Niño sujeta los lirios de la pureza, que tantas veces hemos visto repetidos en la pintura española. Una serie de elementos no sitúan la obra en el espacio. El tratamiento de las tropas es perfecto.

«El Jardín de las delicias». Copia de la famosa obra de Rubens. Óleos sobre lienzo. Propiedad de la colección privada de Dña. Mª Dolores Aparicio. Técnicamente la realización es perfecta. El dominio del color y de las técnicas en la representación de rostros investidos llega a cotas insospechadas.

«El retablo de Santiago». Pinturas al óleo. El retablo de la iglesia de Santiago, fue destruido con motivo de la guerra civil española. Se encarga a Juan Aparicio Quintana su reconstrucción. Aparicio emprende esta labor realizando una serie de estudios y copias de obras de distintos autores.

El resultado son 17 tablas, divididas en tres calles, cuatro entre calles y dos pisos más el coronamiento por medio de un frontón. En las distintas tablas aparecen representadas desde los evangelistas, hasta los padres de la iglesia, pasando por la anunciación, la coronación de la virgen la Natividad y la extensión de la virgen.

La calle central se reserva a la advocación del templo, es decir a la figura de Santiago apóstol luchando contra los moros y el coronamiento se deja para el tema de la crucifixión.

Obra de tan inmensas proporciones realizó Aparicio con un gran dominio técnico imperfecto resultado final, por la ridícula suma de 75.000 pesetas.

«Apunte de Santiago Apóstol». Colección particular de don Eduardo Gómez. Óleos sobre tabla. Este óleo realizado en Madrid, sería un estudio para un lienzo del retablo de Santiago en la iglesia del mismo nombre de Don Benito.

La obra se somete a una estructura piramidal. En la que la base está formada por moros derrotados por Santiago. Que aparece victorioso cabalgando sobre ellos.

El fondo vuelve a ser neutro, ya que quiere centrarnos en el tema sin que concedamos importancia a la anécdota. Esta obra tendría plasmación en el retablo mayor de la iglesia de Santiago, donde el blanco del caballo junto con el de las túnicas formaría una base sobre la que se articularía el resto de la composición.

4. INFLUENCIAS EN LA PINTURA POSTERIOR. LA «ESCUELA DE DON BENITO».

Para que el término escuela pueda ser utilizado con el debido rigor científico, tienen que existir una serie de premisas:

  1. que contemos con una serie de artistas de calidad contrastada.
  2. que su lugar de origen con formación sea el mismo.
  3. que haya una serie de circunstancias que le sirva de alucinantes. Es decir que haya unos elementos que les una.

En respuesta a la primera premisa, podemos mencionar a tres figuras significativas dentro de la pintura actual: Antonio Martín Romo Sánchez, cañonero y Antonio Martín Romo Morales afincado en París y que paradójicamente nada tiene que ver con el primero.

En lo que se refiere a la segunda premisa, podemos constatar el origen dombenitense de estas tres figuras y por otro lado la formación en la Escuela de Maestría de esta localidad, junto al maestro Juan Aparicio Quintana, el que todos serían discípulos.

En lo que a la tercera premisa se refiere, es decir la existencia de elementos alucinantes, está bastante claro si pensamos en la figura de Juan Aparicio que se convierte en el maestro de todos ellos. Aparicio sería la figura de arranque y los Martín Romo y cañonero se convertirían en los más cualificados representantes de la misma.

La Escuela de Maestría de Don Benito, donde enseñaba Aparicio Quintana, tomó por unos años aspectos de taller de pintura, incluso nos atreveríamos a afirmar y a calificarle de «taller de arte en el más puro sentido renacentista».

Allí podíamos encontrar a Juan Aparicio, rodeado de una pléyade de jóvenes pintores, moderadores y talladores. Muchos aprendieron allí a «hacer hablar al barro o la escayola», mientras otros desbastaban la madera y extraían de sus entrañas las magníficas figuras que esperaban desde tiempo inmemorial salir a la luz. Las figuras talladas se convertían en magnífica sinfonía de formas que en otro tiempo habrían servido de sillería para alguna catedral, pero que las circunstancias históricas y el cambio de mentalidad les hizo quedarse en muebles domésticos.

Fueron muchos los torneros que salieron de esta escuela, tanto es así, que a mediados de siglo Don Benito era la segunda ciudad de España con mayor número de torneros en activo, 52 para ser exactos.

La influencia que Aparicio ejercen sus discípulos es muy importante, y que la palpable sobre todo en el dominio de la técnica y en la seguridad de trazos de estos.

5. ANECDOTARIO.

Creo que es acertado abrir este capítulo, por otra parte bastante insólito en un trabajo artístico, por la gran cantidad de anécdotas que caminan paralelas a la vida de este pintor. Y que por otra parte nos ayudan a lograr un conocimiento más amplio de su personalidad.

Una de las primeras anécdotas que me gustaría referir, sobre todo porque refleja perfectamente su timidez, es que cuando los alumnos necesitaban pinturas por haber acabado las de sus cajas, pintaban con las de Aparicio, ya que éste les daba las suyas con tal de no pedir material a la dirección del centro.

Bastante significativo es que muchos de sus alumnos trabajaban y usaban el domingo por la mañana para hacer trabajos con los que conseguían algo de dinero para sus gastos personales. Aparicio les daba el dinero que fueran a ganar trabajando, con tal de que fueran a pintar a la Escuela de Maestría el domingo.

Este detalle significativo si pensamos que en muchas ocasiones Aparicio mal vendió sus obras, y su familia pasó necesidad.

Otra anécdota bastante curiosa, es que se le podía ver todos los días en el cine. Siempre en la última sesión y sólo cuando hasta tal punto llegó esta afición que ya tenía una butaca reservada para él. Paradójicamente esta afición no tiene ninguna influencia en su arte.

Se construyó un pequeño chalet que usaba como «su torre de marfil» en él se aislaba para trabajar. Resulta curioso, sobre todo si pensamos que tenía en su casa un gran estudio donde estaba prohibido entrar al resto de su familia.

No cobraba sus cuadros como obras de arte, sino que los cobraba en función del material y el tiempo empleado en su realización. Como tarifa, se ponía la de un obrero normal. Todo esto nos habla de cuál era la idea que el mismo tenía de su pintura, de su arte. Carmen

Un pintor pacense, cuyo nombre no viene al caso, le compraba obras sin firmar para luego firmarlas él y venderlas como propias.

Durante su estancia en Madrid, compartía el alojamiento con Juan de Ávalos, ambos compraron lotería de Navidad, pero una vez que tenían el billete en sus manos pensaron en venderlo y emplear el dinero en venir a pasar Noche Buena con sus respectivas familias. Venden el billete y se marchan uno a Mérida y otro a Don Benito. Pero el infortunio fue tal que habían vendido el billete que luego sería el gordo de Navidad. Con ese dinero Juan Aparicio habría podido dedicarse plenamente al arte, sin necesidad de dar clases para ganarse la vida.

En 1958, se presenta unas oposiciones para poder seguir dando clases. Estas oposiciones son para conseguir el título de Maestro de Carpintería. Coincide en las mismas con un maestro detalla gran dominador de su oficio pero que no sabe realizar apuntes ni trayectos de muebles, Aparicio es precisamente esto lo que domina, pero por contra no sabe manejar las máquinas. Así que unidos en el infortunio se ponen de acuerdo y con la mutua colaboración aprueban la oposición.

Otra anécdota nos habla del escaso carácter mercantilista de Aparicio, así prefiere regalar los cuadros a venderlos. Ya que considera sus obras casi como hijos suyos, y por lo tanto no sujetas a actividad comercial.

Importante en su vida artística, es el contacto que se produce con la familia Valverde de Mérida. Estos buscan un pintor para que hiciera un retrato de su padre. Marchan a Madrid y se pone en contacto con Ávalos, éste les habla de Aparicio. Marchan a Don Benito, donde encargan a Aparicio la realización de un retrato de su padre. Tanto les gusta el resultado del retrato que éste les hace que luego compren todas las obras que pueden de Aparicio, muchas inacabadas por no darle opción a poder venderlas.

Uno de los temas más repetidos en su pintura es el retrato del padre. De uno de estos retratos se enfatizan los Valverde, y Juan Aparicio tiene que hacer una copia para esta familia, por lo que hay dos obras exactamente iguales salidas de las mismas manos.

El profundo amor que sentía por su madre, se aprecia no sólo en los lienzos en que aparece representada sino también en algunos sonetos que escribió dedicados a ella.

El primero de los cuales dice lo siguiente:

¿Recuerdas cuando me mecías?
Cuando tu me amamantabas,
cuando los primeros pasos,
cuando caía sin hacerme nada.
Reías como las aguas de un riachuelo
transparentes , el alma.

Niño que madres tenéis,
respetarlas y adorarlas,
es el tesoro más grande,
la joya más esmerada.

El segundo, y último de sus sonetos es el que sigue:

Era verano,
ya amanecía,
se marchó de este mundo,
lo que más quería.

Lágrimas sin sollozos,
por mis mejillas caían,
¡… por qué te marchaste madre,
sin decirme dónde ibas…!

Se que estás en el cielo.
Se que en la Virgen te ampara.
Sé qué te acuerdas de todos.
Te lo agradecemos con el alma.

6. CONCLUSIÓN.

Sería absurdo pretender comprender la pintura dombenitense sin estudiar la figura de Aparicio Quintana. Ya que Aparicio es la figura clave en el arte dombenitense contemporáneo.

El magisterio de Aparicio, dio sustento en figuras como Cañamero o los Martín Romo. En ellos vierte totalmente su influencia, dejando profunda huella en todos y cada uno de ellos.

Pero la importancia de Aparicio no consiste solamente en haber sido el arranque de «La Escuela de Don Benito», sino que su importancia ha quedado en la gran cantidad de magníficas obras que salieron de sus pinceles.

Creo que ya es hora de valorar a esta gran figura, a la que sólo su escaso interés por la posteridad han recluido a permanecer en la sombra tanto tiempo.


NOTA: No se adjunta bibliografía, al no existir hasta la fecha nada publicado sobre este pintor.

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