Oct 012001
 

José Eugenio Rubio Parra.

El tema, por decirlo de alguna manera, es más digno de una tesis doctoral, de una monografía, que de una breve ponencia, y más de la de un autorizado biógrafo que la de este ponente, quién por suerte que no por mérito, va asido a la rama de un árbol, genealógico, los llaman, de uno de los que componen el bosque de la historia de España. En este caso también de la historia de América. Tal asidero me ha permitido entrar en Trujillo de un modo feliz y gozar de la amistad de su buena gente y tenido el honor de su entrañable amistad.

Este es el título que me atrevo a exhibir para hablar de un trujillano ilustre, en su día trujillano del año y hoy trujillano eterno, del que intentaré hacer un esbozo para esos apuntes de la historia que vienen a ser, entre otras cosas, estos Coloquios. Esbozo que puede quedar a medio camino entre la frialdad de un “curriculum vitae” y la magnitud de una biografía que su figura reclama, e insertado en este marco, y que gracias a él vienen siendo editados por generosos mecenas.

Al hablar de los Coloquios, casi podríamos decir de “sus Coloquios”, para cuyo desarrollo desplegó un celo, una actividad y una dedicación titánica y en los que como todo éxito nadie repara en lo complicado y arduo de su preparación, una actividad señera a la que se entregó de modo total, en cuerpo y alma podríamos decir, con la generosidad de quienes saben no sólo dar, sino algo más difícil, darse.

Los Coloquios han sido,- seguirán siendo-, una tribuna “sui géneris” en la que se han presentado elaborados trabajos del mayor interés y muy diversos temas, dentro del denominador común que marcan sus normas y su propio espíritu, trabajos que de no haber existido esta tribuna nunca se hubieran realizado y todos ellos doblemente válidos al tener un sitio, un tiempo donde nuestro eco se hace oír, especialmente por la escasa resonancia que este normalmente tiene, y dado que todos ellos, más o menos directamente, se relacionan o tratan de algo concerniente a Extremadura, esa región olvidada por nosotros mismos tantas veces y consecuentemente por otros ignorada a menudo por quienes habrían de haberle prestado una mayor atención.

Los Coloquios entendemos que han sido también peculiares, y de ahí lo de “sui géneris”, porque junto al trabajo de estudiosos han estado también presentes algunos de menor rigor científico pero que, en cierto modo, podían considerarse como aportaciones positivas y en todo caso hasta convenientes aunque el entusiasmo que las presidiera pudiera superar la calidad de su contenido lo que seguramente ha permitido que balbuceos propios de todo inicio hayan alcanzado la madurez que al parecer prometían y que fueran oídos quienes necesitaban expresar algo relacionado con la tierra y su amor a ella de algún modo. Aquí más que la mano de Juan Antonio andaba su corazón y su gran comprensión.

Alguien dijo que somos lo que el mundo de los sueños ha hecho de nosotros. De los realizados de los irrealizados y añado yo de los irrealizables, y aquí es cuando me encuentro a nuestro Juan Antonio hombre, artista de varios quehaceres y de los que modestamente se declara artesano, cuando es un verdadero y completo artista, de la pintura, de la música, artes excelsas, y de la palabra. No quiero decir elocuencia, que sí la poseía y no necesitaba con ella convencernos porque ya lo había hecho antes con su persona, con su ejemplo y su entusiasmo. Y con su alegría, don éste del que el Kempis nos dice ser consecuencia de la buena conciencia.

Acabamos admirando a las personas a las que queremos cuando estamos cerca de ellas, y acabamos queriendo a las personas a las que admiramos cuando vivimos lejos de aquellas, con lo que acabamos todos coincidiendo en los sentimientos que tales personas suscitan.

Nos voy a descubrir, sí a recordar, a Juan Antonio, con el que habéis convivido y no ha tenido secreto para vosotros, pero sí a haceros notar que la proximidad puede restar perspectiva de lo contemplado, lo que no es el caso vuestro que habéis apreciado y valorado en todos sus perfiles las cualidades, virtudes que con él iban a pesar de él mismo que en su humildad velaba y minimizaba, y es que la sencillez tiene pliegues en los que se ocultan los hombres que anteponen a su persona los fines egregios a los que sirven leal y permanentemente. Sencillez que no simplicidad, nada más opuesto. El hombre simple posee una forma elemental de consciencia. El hombre sencillo no se atribuye mérito y hace cosas en cuya importancia no repara, porque piensa que hace lo que debe y que cumplir con el deber es importante, pero entiende que no por eso lo sea el que con aquél cumple.

Esta es la madera de la que están hechos muchos hombres. La historia del mundo es la de sus grandes hombres decía Thomas Karlyle, los que han laborado con sencillez y con ella movido el mundo. Juan Antonio movió a su mundo, el mundo inmenso de Trujillo, – la inmensidad no está en los tamaños, sino en los contenidos-.

Su labor estuvo presidida en muchos casos, por las cualidades de un buen político y diplomático, figuras a las que las exigencias de la realidad imponen un pragmatismo no siempre claramente acordes con las, digamos, leyes de la Caballería, leyes que él, sin embargo supo observar siempre en su condición de hombre de bien, que no otra cosa es el verdadero Caballero, sobre todo cuando a esta palabra va añadida otra que expresa una condición a la que su conducta ha respondió siempre: la de cristiano. Caballero cristiano.

De Juan Antonio puede decirse que fue un defensor del pueblo en el sentido de integrarlo en su historia, a modo de Tribuno del Pueblo de Trujillo, para el que reclamó y obtuvo, esta es su victoria, el protagonismo que se deriva del conocimiento y asunción de su historia y por lo que luchó con denuedo, ardor, … y exquisitas maneras. De un pueblo heredero de aquél otro que había hecho ya a Trujillo, protagonista con su papel en la Reconquista, y heredero de modestos sencillos hombres del pueblo, prohombres de La Conquista, no sólo descubridores, conquistadores de lejanos territorios, que éstos se pierden, sino también de lo que jamás se pierde: estilo de vida, lengua, religión, instituciones, tradiciones que adornan a los pueblos cuyo mestizaje cultural sirvió para afirmarlos en su propia tierra y no la de su extinción y creación de reservas folclóricas para supervivientes, en su caso, de otras políticas cuyos herederos tienen además la avilantez de intentar aleccionarnos.

Se dirá que Trujillo no necesitaba descubridor, conquistador. Que Trujillo ya estaba ahí, donde tiene que estar, como decía un castizo sevillano de su ciudad, negándose a situarla referida a sus puntos cardinales. Efectivamente allí estaba Trujillo en los mapas y en los libros de historia, en sus calles y en sus piedras. Es posible y lo que sí es cierto es que realmente no estaba donde además tiene que estar: en el corazón y en la conciencia del pueblo. Cuando carecemos de una conciencia de las cosas, de los hechos y acontecimientos que han contado en la vida de un pueblo, difícilmente podemos situarla, fijarlas, asumirlas, quererlas, reivindicarlas, enorgullecemos y recordar a unos e informar a muchos de lo que se puede haber sido, de lo que se ha sido, del papel jugado en la historia, y si aquella historia hubiera sido hecha o no de no haber sido por sus hijos.

Los hechos singulares y extraordinarios requieren también unas circunstancias excepcionales que en este caso se dieron y se vieron, visionarios los llamaríamos. ¿A quién no se llama así si se propone hacer algo que ellos no sabían? Pero sí que sabían que cuanto hicieran a la vista del mundo que recorrían sería más inverosímil que la más absurda fantasía, que no obstante ello, reflejaron los cronistas de Indias, esa culta especie mitad reporteros de la época, mitad notarios de la historia.

Todo ello compone un patrimonio que importa debelar, no por blasonar que en todo caso bien se podría, sino por tener conciencia de él, amarlo y defenderlo y que como herencia cultural que es, es componente de nuestra propia cultura.

Luchar por éstos ha sido la gran obra de Juan Antonio, al tiempo que lo propagaba a mundos distantes y comunicaba con los curiosos e interesados por cuanto se relacionara con esta ciudad, cuyos lejanos linajes componen ya la trama de cuanto esta va a ser.

Como digno adelantado, clamó eficazmente por la creación de la Academia de Extremadura y estérilmente por la declaración de Patrimonio de la Humanidad en favor de Trujillo. Esperemos que desde el lugar privilegiado en que la misericordia de Dios lo tenga nos siga echando una mano para conseguirlo.

Juan Antonio, un hombre que sido pueblo, lo más que se puede ser y que por serlo y por sentirlo intensamente conseguiría trocar la indiferencia y el desinterés por la curiosidad de saber y el orgullo de tal conocimiento, movilizando en aquel sentido al pueblo, del que se puso al frente de un grupo, por supuesto que no por ambición, sino por un sentido del deber para con los suyos. Fue el primero en dar un paso al frente arrastrando a unos seguidores, que si bien no fueran el “todos a una” de Fuenteovejuna, serían muchos más que aquellos locos de la Isla del Galio, pivote de la apertura definitiva de aquél entreabierto Nuevo Mundo.

Este grupo de seguidores, más propiamente llamado C .I.T., Comité de Iniciativas Turísticas de Trujillo, colaborador valioso de su obra, ha sido su plataforma y su tornavoz; su hueste en la travesía del desierto de un tiempo de escepticismo y desinterés y ahora sus legatarios gustosos antes que obligados de seguir su estela. Su honrosa condición de trujillanos de pro hace innecesario apelar a ejemplos de los que ellos han sido también partícipes y que al tomar el testigo por Juan Antonio dejado son, serán los mejores continuadores de su obra.

Todo esto ha hecho que ahora la historia, la vida de Trujillo, no sea sólo cosa de eruditos y de estudiosos, sino que también lo sea de quienes componen esta colectividad auténtica protagonista de aquello a lo que llamamos historia, y de la que de Trujillo es paradigma inigualable.

Juan Antonio fue heraldo y paladín de un movimiento que llegado al pueblo se transforma en causa y como verdadero alférez de Trujillo, y tomando prestadas las funciones de tan intransferible título, enarbola su bandera y alcanza confines sociales que se encontraban a extramuros de aquella ciudadela; y llega aún más lejos, a que el ruido de sus atambores convoquen, sean llamadas de visitantes foráneos interesados en esta ínsula histórica cuajada de piedras armeras labradas en el oro viejo de su historia.

Proclamar cuanto queda dicho en este foro, por él tan querido y por él convertido en Tribuna ilustre y popular, era una deuda que con él teníamos y que aunque no se pueda saldar, sí que se puede desde ella mostrar la gratitud, renovar nuestra gratitud para legado tan honroso.

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