Feb 032017
 

Francisco García Sánchez. Provisional.

HERNÁN CORTÉS NO MATÓ A MOCTEZUMA

El pasado día 24 de enero (1990) el prestigioso programa de la Televisión
Española, que se emite todos los miércoles, desde la ciudad Condal, pro-
grama que se lleva a cabo, por el periodista Constantino Romero, en una
de sus preguntas de, «El tiempo es oro», apartado: «Nuestros temas», se
preguntó al concursante valenciano, sobre quien fue el que dio muerte al
Emperador azteca Moctezuma. La respuesta que se dio por válida, con
10.000 Ptas. de premio, fue rotunda: Hernán Cortés.

Haciendo uso de réplica, al día siguiente, 25 de enero, escribí al progra-
ma, rogando rectificasen, porque a través de la historia, una vez más, se le
colgaba al conquistador de Méjico, nuestro extremeño y nuestro meteli-
nense, otro «sanbenito», en cuya especialidad, la «leyenda negra», suele
ser especialista y no nos coge de sorpresa a los que estudiamos de cerca
las sombras y las luces, de este, aún no justificado personaje de la historia,
de quien, no siquiera en las proximidades del V Centenario del descubri-
miento de América, se le menciona, olvidándose de la inmensa labor que
llevara sobre sí, la evangelización de una parte del continente, que él qui-
so honrarla con el título de Nueva España.

Tengo en mi poder unas veintidós biografías de Hernán Cortés. A lo largo
de los años, de mi estancia en Medellín, he tenido la oportunidad de poder
leer, revistas, periódicos, libros, tener coloquios con hombres especializa-
dos de la prensa, radio y televisión, turismo nacional y extranjeros. He leí-
do biografías críticas, biografías ps.icológicas, meramente narrativas de esta
figura cumbre del Conquistador. He tenido en mis manos las más grandes
alabanzas: «Hernán Cortés es superior a Alejandro Magno, César o Napo-
león, todos ellos sembradores de semillas, de unas civilizaciones, sobre el
Sustrato cultural de los pueblos conquistados», dijo el rector magnífico de
la Universidad de Salamanca, Don Pedro Amat, en la inauguración del

congreso sobre Hernán Cortés, celebrado en la ciudad charra del 23 al 26
de octubre de 1985. Las citas serían interminables.

Junto al incienso de la alabanzxa está la mirra del fanatismo, de los que le
consideran como: «malhechor» – (Diario El Dictamen, de la prensa meji-
cana, nª 24369, sábado día 3 de diciembre de 1977, artículo que aparece
en primera página, con la firma de José Luis Melgarejo Vivanco).

También las citas, en este sentido serían interminables. Y es que como di-
ría D. Carlos Callejo Serrano, cuando tomó posesión, como miembro de
número, de la Real Academia de Extremadura, sillón Nº13, el día 17 de
abril de 1983 – (Diario Hoy 18 abril) – «Hay una serie de liliputienses, a
quienes agria el alma su pequeñez y no encuentran otra manera de disi-
mularlo, que cortar los pies a las figuras de los titanes».

Tal debe ser, esta campaña de descrédito, sobre la muerte de Moctezuma
atribuida a Hernán Cortés y a los españoles, vísperas de la famosa «No-
che Triste», como consecuencia de la imprudencia de Alvarado, estando
ausente H. Cortés, cuando el ataque por sorpresa a Pánfilo de Narváez.

¿De dónde arranca esta leyenda?

El crítico e historiador Ion Manchip White, en su libro: «Hernán Cortés»
«La caída del Imperio Azteca» (Biografías Gandeza-Barcelona
1974-Pág. 238 se hace eco de esta leyenda negra, mencionando al «his-
toriador indio Ixtlilxóchitl, bautizado con el nombre de Fernando de Ávila,
que escribió de Moctezuma, fue herido por un golpe en la cabeza, puñala-
das y un golpe de espada en los riñones. Los informadores indios de fray
Diego Durán le dijeron, que encontraron muerto al rey (Moctezuma), con
una cadena alrededor de los tobillos y cinco heridas en el pecho, rodeado
de muchos jefes y notables, que habían estado presos y que los españoles
habían apuñalado, antes de salir del palacio».

El también historiador y crítico de Hernán Cortés D. Salvador de Madaria-
ga, en su obra de todos conocida, sobre el conquistador de México «Her-
nán Cortés», tiene una nota aclaratoria, la nº 9, al capítulo XXIII, de la
edición octava 1964 – Buenos Aires – página 702, que desentraña toda la
maleza de este asunto. Los nombres de Torquemada, Sahagún con sus
contradicciones palpables sobre la muerte de Cacama, que asegura murió
en el palacio, siendo así incierto, pues el mismo H. Cortés en la carta al
Emperador le hace saber, que el citado Cacama, fue con él por el canal de
Tacuba, corehén, donde pereció – La cita sabrosa del quinto marido de la
muy casada Tecuichpoch, bautizada Dña. Isabel, hija de Moctezuma, acé-
rrimo enemigo de Cortés -. Como todas estas citas, son largas, remito al
lector, que las estudie donde se ve el poco fundamento histórico, de esta

calumnia sobre la muerte del Emperador azteca, a manos de nuestro
extremeño.

Con estos cimientos científicos, no es difícil el derrumbamiento de la le-
yenda negra, pues parte ya inicialmente de prejuicios subjetivos que no
admiten la crítica de la veracidad histórica.

Que Hernán Cortés no fue el autor de la muerte de Moctezuma, lo encon-
tramos ya en los propios escritos del Conquistador, concretamente en la 2ª
carta. que dirige a Carlos V, Colección Austral, Espasa Calpe, S.A. página
91 dice:

11 y el dicho Moctezuma, que todavía estaba preso, y un hijo suyo, con
otros muchos señores, que al principio se habían tomado, dijo que se saca-
sen a los azoteas de la fortaleza
y que él hablaría a los capitanes de aque-
lla gente,
y les haría que cesare la guerra. E yo los hice sacar, y en
llegando a un pretil, que salía fuera de la fortaleza, queriendo hablar a la
gente, que por allí combatía, le dieron una pedrada los suyos, en la cabe-
za, tan grande, que de ell! a tres días murió;
e yo le fice saber así muerto a
dos indios de los que estaban presos,
e a cuestas, lo llevaron a la gente y
no sé lo que dél se hicieron, salvo que no por eso cesó la guerra,
y muy
más recia
y muy cruda de cada die»,

En este escrito, se hace constar, que la muerte provino «de los suyos» a
causa de las pedradas recibidas, mientras Moctezuma les hablaba.

Junto a este testimonio del propio Hernán Cortés, que lógicamente no se
puede dudar, tuviera intención de mentir al Emperador, pudiéramos aducir
otras narraciones de testigos oculares, que lo presenciaron y que después,
habían de transmitir a la posteridad, como es el caso de Bernal Díaz del
Castillo, cuya prodigiosa memoria, nadie pone en duda, después de leer la
obra cumbre de la conquista y que él dejó como herencia a sus familiares,
desde su retiro de la encomienda de Guatemala, donde falleciera pasados
los noventa años en 1581, en su obra: «Historia verdadera de la conquista
de la nueva España», escrita precisamente para refutar las falsedades de la
Conquista de Méjico y las adulaciones tontas a Hernán Cortés por parte de
Francisco de Gómara, su capellán.

Bernal Díaz del Castillo, sobre la muerte de Moctezuma dice:
(Narra la presencia de Moctezuma ante sus guerreros amotinados)

» y no hubieron bien acabado el razonamiento, cuando en aquella sazón
tiran tanta piedra
y vara, que los nuestros le arrodelaban; y como vieron
que entre tanto que hablaba con ellos, no daban guerra, se descuidaron un
momento del rodelar,
y le dieron tres perdradas e un flechazo, una en la
cabeza
y otra en un brazo y otra en una pierna y puesto que le rogaban

que se curase y comiese y le decían sobre el/o buenas palabras no quiso;
antes cuando no nos catamos, vinieron
a decir que era muerto y Cortés
lIor6 por él
y todos nuestros capitanes y soldados».

Estos son los documentos que acreditan la veracidad del hecho. El ser testi-
gos oculares, la minucia de detalles que acompañan al relato de la muerte
de Moctezuma, el sentimiento unánime de dolor de los españoles, el de-
rramar lágrimas del propio Cortés, ante el cadáver del Emperador azteca,
¿No prueban suficientemente, que el «Códice Ramírez», de relación anó-
nima, en el que se apoyan las insinuaciones de Durán, Acosta y Sahagún
por citar, a modo de ejemplo, los iniciadores de la burda historia del asesi-
nato de Moctezuma, por mandato de Hernán Cortés? ¿Es posible dar crédi-
to a Chimalpain, que para recargar las tintas de la «leyenda negra» tenga
el atrevimiento de asegurar que Moctezuma «fue estrangulado» y que
murió a hierro «cinco horas antes, de su inútil aparición, en las terrazas
altas del palacio de Axayácatl ? … es decir, que lo que apareció ante los
guerreros aztecas, fue un cadáver embalsamado, como la famosa historia
portuguesa de Inés de Castro, que inmortalizara el escritor Camoens, en la
obra «Los Lusiadas», y que posteriormente Vélez de Guevara recordara
en su drama titulado «Reinar después de muerta».

Hace falta tener mucha fantasía y sobre todo mucha malicia, para escribir
semejantes impugnaciones calumnias a un hombre, que no dudó en reba-
jarse a llorar como un amigo, si es que fuera su verdugo.

Héctor Pérez Martínez, en su obra «Cuauhtemoc», con el sobrenombre
de «Vida y muerte de una cultura», en el capítulo VII, página 98, parece
gloriarse en pintar el contraste, entre el dolor de los indios, por la muerte
de Moctezuma, su amor, las exequias fúnebres que tributaron al cadáver,
con la frialdad de los españoles, ya liberados de la carga del Emperador
muerto.

Así se escribe la historia. Cuando no se puede adorar al ídolo, se le retira
del altar, y se le lleva al almacén de los despojos, para que no brille. En
una ocasión, dice la fábula, un sapo escupió a un gusano de luz, y al pre-
guntarle éste, porqué lo hacía, respondió: «porque brillas».

Para el que mira la historia a la luz de los hechos, sin pasión y sin prejui-
cios, la muerte de Moctezuma, narrada por los que pudiéramos llamar
«periodistas» de visu, no tiene segundas explicaciones. Pero es que ade-
más, bajo el prisma de la estrategia militar, a Hernán Cortés no le interesa-
ba la muerte de Moctezuma, sino por el contrario, su vida era de gran
valor, ante los acontecimientos de la Conquista. Ion Manchip White, en su
citada obra, explica con una lógica irrefutable, que Moctezuma vivo,

«hubiera conseguido influir en su pueblo», lo que no se conseguiría con
las armas. El propio Díaz del Castillo, lo hace constar, cuando dice:

ti por culpa de la muerte de Moctezuma, nunca nos dejaron solos: veíamos
la muerte en sus caras».
A Hernán Cortés gran poi ítico y estratega, le hu-
biera interesado mucho la presencia del azteca Uei Tlatoani, como se le
denominaba con frecuencia.

por otra parte, la muerte de Moctezuma, no concuerda con la táctica usual
del conquistador, que era hacer rehenes, para posibles pactos de intercam-
bio. En la «Noche triste» del palacio de Axayácatl, salieron juntamente
con sus soldados, importantes hombres influyentes y dignatarios del bando
mejicano. Lo mismo hizo en el viaje a las Hibueras.

La historia y la razón se unen para demostrar la falsedad del origen del
crimen. No sabemos si el programa de televisión española de los miérco-
les: «El tiempo es oro», tengan otras fuentes informativas, para dar por
válida la pregunta, que realmente no tiene otra respuesta.

Como corolario informativo, que puede enriquecer nuestra tesis, en torno a
la muerte de Moctezuma, nos hacemos eco de los muchos autores, biógra-
fos de Hernán Cortés, que han estudiado este. En ellos veremos como la
generalidad de todos ellos, bebiendo en las fuentes originales, que hemos
mencionado, explican este acontecimiento:

Antonio Herrera, cronista mayor de su Majestad en las Indias en la «Déca-
da 11» capítulo X, asegura:
«Tiraron muchas piedras i flechas i aunque vn
Caftel/ano tenia cuidado de arrodelar
a Motecutne, quifo la detgrecie, que
le acertó vna piedra en las fíen es: baxó
a su epoiento, hechofe en la cama i
eftuvo tan everonzedo, i corrido, que aunque la herida no era mortal, por
el tentimiemo, i por no querer comer ni fer curado, en cuatro dias fe
murió».

Salvador de Madariaga, en su libro: «Hernán Cortés», capítulo XXIII nos
da un nuevo detalle de esta muerte. Cuando Guatemocin vió a Moctezu-
rna hablando en la terraza exclamó: ¿Qué es lo que dice, este bellaco de
Moctezuma, mujer de los españoles? Como a vil hombre le hemos de dar
el castigo y pago» y le asestó un flechazo. LLovieron las piedras y varas
sobre el desdichado emperador, que los españoles protegían con sus reo-
delas, pero no tan bien que le alcanzasen tres piedras. Cayó herido y du-
rante tres días, fue bajando a la muerte, no tanto por la sangre perdida,
como por la fe y el espíritu que le habían abandonado»

Ángel Doctor, en su libro: «Hernán Cortés», capítulo VII, se hace eco de
esta falsa leyenda y dice
«Lo que resulta sorprendente, es que con tanta
facilidad se hayan prestado
a dar pábulo a la misma, sin la más remota

prueba para ello, numerosos autores españoles antiguos, a través de los
cuales,
se fue extendiendo la especiosa y gratuita afirmación … a pesar de
su absurdidad». Y más adelante: «Acusación vertida contra el caudillo (H.
C) español, que no fue sino una de tantas causas malévolamente, para
opacar
su grandeza» (Pag. 221)

Carlos Pereira, historiador mejicano y por lo mismo personaje importante
en este asunto, cuyo criterio tiene un sobrevalor, por su nacionalidad dice
en su libro: «Hernán Cortés»,en el capítulo de La Noche Triste dice
rotundamente y sin paliativos diplomáticos:
«De ningún modo puede afir-
marse, que lo asesinaran los españoles. Esto nadie podrá demostrar/o».
No puede decirse más en tan pocas lineas y si él hubiera podido sospechar
algo en contra, ¿no lo hubiera dicho?

Del mismo parecer y casi con las mismas palabras, mencionan la muerte
de Moctezuma, los escritores Ricardo Majó Framis, en el 11 tomo de su
obra, «Navegantes, conquistadores y colonizadores españoles» páginas
384
y 385.

Nos haríamos sumamente reiterativos en citas de esta muerte a manos del
pueblo sublevado y guerrero contra su emperador.

Entre los autores más modernos: Luis Martínez Kleiser; F. A. Kirkpatrick, en
«Conquistadores Españoles», Cap. VII, pág. 66; lairna Jerez, en «Hernán
Cortés», tercera parte, cap. 1; los mismos datos en el libro de «Los amigos
de la historia» con el
tñulo: «La muerte del Imperio azteca». Igualmente
lo narra, lean Babelón, en «Hernán Cortés», editorial Aguilar, Madrid
1960, pág. 254; En la edición «Grandes de todos los tiempos», «Hernán
Cortés», de Roberto Bosi, pág. 56; Carmen Soler, en su libro: «Hernán
Cortés» Cap. X i»1I , pág. 107; De la editorial Hombres Famosos, título
«Hernán Cortés, un capitán en Méjico», La Noche Triste, pág. 156; Nico-
lás González Ruiz, en su libro: «Vidas Paralelas: Pizarro y Hernán Cor-
tés», cap. VIII, pág. 139.

Entre las publicaciones más actuales, que tratan el tema, del Conquistador
de Méjico, está la obra, editada por el diario HOY de Badajoz, que lleva
por título general, «Extremadura
y América», Volumen 11, Colección 92,
cuando estudia la figura de Hernán Cortés, el profesor Florencio Vicente
Castro, de la Universidad de Extremadura, en el capítulo de la Noche Tris-
te, página 57, dice: Le costó «morir apedreado por sus propios ex
vasallos».

En la publicación de Cuadernos Populares, Nº 29, Hernán Cortés la Vida y
su Tiempo, el escritor Miguel Rodríguez Cancho, de pasada y ligeramente,

casi al final del Apartado 4, página 23, habla del «Desprestigio de Mocte-
zuma, ante los suyos».

El día 26 de mayo de este año, el escritor José Luis Oloaizola, en el Cole-
gio Mayor Nª Sª de Guadalupe, de Madrid, hizo la presentación de su libro
«Hernán Cortés, crónica imposible»». Tal
vez sea este estudio, lo último
publicado del Conquistador de Méjico. En el capítulo XV, cuando habla de
la Noche Triste, en la Página 219, relata prácticamente lo mismo, que ya
se ha dicho, bebiendo en la fuente original de Bernal Díaz del Castillo.

Con esta recientísima publicación del vasco Olaizola, nacido en San Se-
bastián (1927), con residencia en el madrileño pueblo de Boadilla del
Monte, ponemos punto final, a este estudio, sobre la muerte de Moctezu-
ma, con el testimonio aplastante, de que Hernán Cortés, no sólo no fue
culpable, sino que sintió su pérdida, como si de algo propio se tratara. Las
lágrimas de los hombres son siempre muy significativas.

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